Pensar y hacer nos aproxima con cautela a ese mundo imaginado posible de conclusiones casi precisas, imperfectas. Pensar haciendo es de alguna manera reivindicar con evidencias el silencio de nuestras intenciones. Es fabricar y hacer visible lo que aun no ha tenido la oportunidad de decidir su contorno sobre nuestras ideas difusas.
Hacer, pensar, volver a pensar sobre lo pensado, recoger vestigios como un nómada del vacío, observar escenarios posibles (como si de un campo-al final de la contienda-de batalla se tratase), allí, es donde subyacen -regados por el mundo- esos movimientos inminentes conformados por designios épicos.
Evidenciar la certeza es descubrir, es despejar, es quitar todo lo que nos configura en ese instante, es limpiarse, es quitarse peso, es reducir espacios entre lo que hacemos y pensamos.
Así la certeza aparecerá cuando en silencio y quietos observemos ese lugar vacío, pero ya sin nosotros, y con alguna duda quizás, que -a nuestra vista- yace alejada, siendo quijotescamente otra vez dueña de otra inquietud, nueva, pero a su vez pereciblemente eterna.