La palabra perspectiva viene del latín per (a través, por medio de, por) y specto,-are,-avi,-atum (contemplar, mirar). Podríamos decir «por medio de la mirada» o «por lo que veo», o algo así. No me sale. Me voy al DRAE. Hay varias acepciones. Me interesa ahora sobre todo:
– «conjunto de objetos que desde un punto determinado se presentan a la vista del espectador…»,
– «punto de vista…» y
– «visión […] favorecida por la observación…»
Otras acepciones hablan de las técnicas de dibujo para representar los objetos «en la forma y disposición con que aparecen a la vista». Todas las definiciones se refieren a la visión del individuo y a su punto de vista. De todo ello se deduce que la perspectiva es subjetiva, y que cada individuo tiene la suya.
En este dibujo se muestra lo que es obvio: que cada individuo ve lo que ve y lo hace desde su punto de vista. Me gusta el título: Les Perspecteurs (Los Perspectivistas, o Los «Perspectiveros», si se me admite el palabro).
La arquitectura «neoclásica», «académica», «etcétera» tenía un punto de vista privilegiado, principal, desde donde se debía ver el edificio. Si se veía desde otros puntos no valía, no era una vista buena.
La composición «neoclásica» («académica», «etcétera») confiaba en un edificio «absoluto» y en unas perspectivas de ejes, centros, etc, «absolutos». Es decir: La gente tenía que ver el edificio, las avenidas, los jardines, las composiciones, desde los puntos de vista previstos para conocer su realidad objetiva y absoluta, su geometría indiscutible, que no dependía de las percepciones subjetivas de los espectadores.1
En la arquitectura y el urbanismo llamémoslos «clásicos» (en este contexto, y para la intención de hoy, englobo clasicismo, renacentismo, barroquismo, neoclasicismo, etc), como digo, el objeto es la realidad indiscutible. La composición se hace con ejes, simetrías, vistas frontales, etc. El individuo no cuenta, y su percepción tiene que ser la correcta, la prevista.
Frente a esa rigidez y ese desprecio por el individuo, este se rebela y pide su sitio. Hay un movimiento romántico en el que las sensaciones y sentimientos del individuo, su subjetivismo, es lo que importa.2
Surge entonces, por ejemplo, entre otras tendencias incomprensibles, el gusto y la fascinación por las ruinas.
¿Por qué? ¿A quién le puede gustar un monumento roto, un desecho?
Creo que es porque ahí el objeto ha sido derrotado, y su «realidad real» es sustituida por la ensoñación y por la evocación de otra realidad ilusoria y sugerente. Como el edificio ha sido derrotado, se representa ahora con perspectivas que ya no son frontales ni privilegiadas, sino hechas desde puntos débiles o puntos flacos, porque ya no se venera su fuerza ni su rotundidad, sino justo lo contrario.
Hay un gusto por lo pintoresco, por lo inesperado, por lo irregular.
Los edificios neoclásicos, autoritarios y rígidos son pintados con perspectivas oblicuas, sesgadas, para que su simetría se note lo menos posible. Ese gusto sigue prevaleciendo hoy. Nos gusta más fotografiar un edificio simétrico en escorzo o en contrapicado que de frente y desde su eje central. Vemos los edificios académicos con unos ojos modernos.
En esa línea, con esa nueva mente moderna, a la hora de hacer edificios nuevos no buscamos ya la simetría ni las vistas privilegiadas, y si alguna imagen prospera más que otras no es por su frontalidad, ni porque muestre elementos principales, ejes, entradas, etc, sino, por el contrario, por su pintoresquismo «casual».3
Podríamos aventurar (siempre de forma provisional, porque hay muchas corrientes distintas y muchos modos de ser moderno) que una de las características de la modernidad es darle peso y valor al individuo, democratizar la composición arquitectónica, depender de cómo se ve; de cómo la ve cada uno.
El espectador pasa a tener un papel activo. No mira el edificio desde donde le dicen que lo haga, sino que busca su propia perspectiva, el punto de vista inesperado, la foto original y pintoresca, en definitiva su experiencia personal.
El arquitecto mismo dibuja perspectivas personales e individuales de sus edificios, con puntos de fuga arriesgados, y realiza ahora infografías de espacios llenos de gente. Es la gente, al habitar el espacio, la que hace moderna esta arquitectura, no hecha para dioses ni para prebostes, sino para personas corrientes (e inteligentes) que viven y miran. Y que sienten, y opinan, y valoran.
Esa es, a mi juicio, y así quiero creerlo, una de las cualidades más señeras de la modernidad.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · Junio 2015
Nota:
1 Con los griegos y los romanos esto no es exactamente así. Por ejemplo, en la Acrópolis de Atenas tenemos edificios simétricos y frontales -y no todos-, pero dispuestos de manera «orgánica», atentos a la percepción móvil de los fieles. Ya hablaremos de esto algún día. Los clásicos nos sorprenden a menudo con formas de pensar poco «clásicas».
2 Esto a su vez genera situaciones kitsch y desviaciones varias de las que hablaremos en otra ocasión.
3 De casual nada: tiene muchas más variables de composición