No existe para los arquitectos un estado de mayor excitación que aquel que promueve la antesala del viaje: el mejor texto para aprender arquitectura es la propia arquitectura. Como adictos sometidos a una poderosa influencia, leemos y documentamos con cuidado aquellos lugares y espacios que nos aguardan en un verdadero ejercicio de (re)descubrimiento. Sin embargo, el viaje supone una valiosa herramienta de conocimiento cuyos estadios van más allá de la sorpresa ante el hallazgo, la revelación, o la conquista.
El viaje de arquitectura supone siempre una (re)construcción, una alianza de ideas e intuiciones que producimos para completar el conocimiento acumulado con anterioridad1. Entre los planos, fotografías y memorias (extraídas con frecuencia de publicaciones especializadas), y la experiencia real posterior, se genera un espacio interior, un margen suficiente para la (re)construcción: dibujos, exploraciones e interpretaciones propias sobre la obra que en ocasiones, se abordan tan solo unas horas antes del encuentro, desde el tren o el avión2. Tras el rodar de maletas, las noches ligeras y los espejos crueles de los albergues, alcanzamos por fin la obra que presentíamos a tres o cuatro idiomas de distancia. Es entonces cuando la (re)construcción se transforma en (re)conocimiento y la arquitectura se desvela a través de ciertas señales que hasta ahora habían permanecido ocultas: la atmósfera de la luz y la penumbra, los matices de los brillos y reflejos, la escala y relación del espacio con nuestro cuerpo, el tacto de (¡oh!) los detalles o el sonido tras las puertas que nos acogen. La arquitectura es una experiencia y conocemos la emoción que produce porque así la hemos experimentado en primera persona:
“viajando uno no se hastía; uno se vuelve tan solo un poco aristócrata en sus amores”3.
La primera vez nunca se olvida. La emoción de la arquitectura produce un placer intenso y, sin embargo, se hace necesario un último estadio en el camino hacia el conocimiento, la distancia que separa el hecho de (re)conocer y (re)pensar, es decir, considerar en el regreso toda la experiencia desde su origen: el viaje de arquitectura se dilata más allá de cualquier retorno. El viaje de arquitectura, al margen de la luz nórdica o mediterránea, (re)configura nuestra mirada sobre el Mundo y el Hombre, el paisaje y nosotros: el viaje de arquitectura es un viaje hacia uno mismo. Como escribiría Le Corbusier en el último fragmento de su Viaje a Oriente: Rien n’est transmisible que la pensé. Solo es transmisible el pensamiento. La arquitectura late (¡y cómo!) en la arquitectura del viaje.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. julio 2014. Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas
1 Recomendamos “El proyecto como (re)construcción”, de Helio Piñón, Barcelona, Ediciones UPC, 2005, no por su relación directa con el viaje, sino por la importancia de la reconstrucción en el proceso de aprendizaje del proyecto de arquitectura.
2 La documentación de cualquier obra en una publicación se encuentra sometida tanto al implacable filtro del autor como a las leyes selectivas del editor, es decir, su compresión siempre será parcial, dirigida e incompleta.
3 Le Corbusier, El Viaje de Oriente, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, Librería Yerba, Murcia, 1993, pág. 25.