Que la arquitectura no es posible sin la luz resulta tan evidente como inexacto. O al menos incompleto. Efectivamente, tantas veces se nos ha dicho ya, la luz puede ser la materia prima de la arquitectura, su sustancia. Cierto. No hace tanto el ciclo de la vida se organizaba en torno al ciclo solar y la arquitectura convocaba a la penumbra al abrigo de noches estrelladas1. La electricidad estimularía la mágica capacidad de los hombres para la fabricación de la luz, el artificio luminoso que permitiría la modificación de patrones ancestrales de conducta. Sin embargo, se suele obviar con frecuencia un componente no menos fundamental para el hecho de habitar, un espectro presente en la hoguera y la luminaria, una energía tan inmaterial como ferviente servidora de la luz: el calor.
En contadas ocasiones se ha relacionado el resplandor de una luminaria o un foco con su revelación térmica, un halo invisible y casi residual para la gran arquitectura. En la “Iron House” 2 Alvar Aalto propone un elegante atrio central iluminado cenitalmente a través de una serie de 40 lucernarios organizados en retícula de 5 por 8. Se trata básicamente del tipo utilizado en Viipuri pero evolucionado gracias a la incorporación de una manta exterior de luz artificial, una suma de estrellas individuales situadas sobre el vidrio circular que remata cada uno de los huecos cilíndricos. El perfeccionamiento no es menor: por un lado el atrio se encuentra igualmente iluminado durante el día y la noche; por otro, las lámparas derriten las nevadas copiosas del invierno y habilitan el uso del lucernario en cualquier momento del año en Helsinki.
Al margen del deliberado ejercicio de alteración perceptiva noche-día3, interesa aquí la ingeniosa aportación térmica de las luminarias, haciendo visible un proceso que a menudo pasa inadvertido dentro de la configuración del espacio. La capacidad de las lámparas para derretir la nieve no solo resulta un hecho evidentemente práctico: su desaparición visibiliza un proceso de liberación de calor a menudo oculto en turbulencias y movimientos de aire en el espacio interior. El calor ejerce una poderosa capacidad de transformación sobre los fluidos que nos envuelven y afectan. El calor nos incuba y nos devuelve a situaciones prenatales libres de toda entropía; Dennis Oppenheim representaba bien este proceso a través de su instalación “Aging” 4. También aunque desde otra perspectiva, arquitectos como Philippe Rahm se han empeñado en reconciliar la naturaleza corpuscular de la luz con su ascendente termodinámica, cartografiando las variaciones de temperatura o humedad relativa con la precisión del científico que opera desde la monitorización de un hábitat. ¿Qué tienen en común Aalto, Oppenheim y Rahm? Bueno, todos ellos han trabajado con la luz como instrumento para visibilizar el calor.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. abril 2014
Notas:
1 Llama la atención el diseño de lámparas de aceite y soportes para velas en las primeras obras de Wright en Oak Park a finales del Siglo XIX y principios del XX.
2 Edificio Comercial y de Oficinas “Rautatalo”, Helsinki, concurso 1952, construcción 1953-55. Apodado “Iron House” debido al nombre de sus propietarios “The Association of Iron Dealers”.
3 Que trataremos en otra ocasión.
4 La instalación “Aging” (1974) se expuso en el Edificio Sabatini del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía dentro del proyecto “DENNIS OPPENHEIM. Taller de investigación sobre fondos del MNCARS”, Madrid 19 de abril al 3 de noviembre 2005. Una serie de figuras de cera erguidas y alineadas ante idénticos focos de luz infrarroja separados una distancia variable in crescendo; la luz permitía observar las figuras mientras el calor las fundía y hacía retorcer en un lento cambio de posición. Algunas se sentaban, otras caían de rodillas antes de tumbarse y desaparecer conformando una masa informe y desfigurada. El interés de la obra reside en hacer visible una variable que rara vez se puede observar en la escultura: el calor.