El prestigioso estudio holandés de arquitectura MVRDV presentaba su proyecto La Nube, que se iba a construir en Seúl, Corea, en 2015. Y digo «se iba» porque la cosa se ha torcido de la manera más tonta. No ha sido la crisis, ni ningún problema técnico, sino la opinión pública, la que parece ser que va a tumbar el proyecto. La culpa es (una vez más) del simbolismo arquitectónico. Ya lo decía yo el otro día, y no queríais hacerme caso. Pues tomad simbolismo.
Mirad esa imagen durante unos segundos y decid lo primero que se os pase por la cabeza. Y ahora sigamos.
Son dos rascacielos que, aparte de sus prismáticas evidencias, soportan una airosa composición de células libremente encadenadas, enganchadas a ellos, en un nuevo desafío a la forma, al simbolismo y a la ley de la gravitación universal.
Tan libres son esas células, tan agradablemente dispuestas en aparente desorden pintoresco, y tanto contrastan con la rigidez de las torres, que parecen una blanda nube de algodón. Bueno, de algodón o de… humo. Del humo de un terrible y criminal incendio, producido por un terrible y criminal atentado.
Porque, efectivamente, la gente se ha escandalizado con el proyecto. Dicen que les recuerda al atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. Y, la verdad, los MVRDV, tan exquisitos, un poco sí que la han cagado. Tanto jugar con el doble sentido, con la connotación, con la figuración simbólica, y les ha estallado en las narices.
Podríamos preguntarnos qué necesidad hay de construir esa estructura nebulosa entre las dos torres, y nos responderíamos que ninguna. No hay ninguna necesidad. Es un juego formal muy potente y muy hermoso de contraste entre células orgánicas y estructuras rígidas, entre macroformas y microformas, entre verticalidad sólida y horizontalidad etérea.
No tiene una explicación funcional, ni económica, ni racional. Al revés: Es poco práctico, muy caro y muy enrevesado. Pero tiene un buen argumento: el simbólico. Entre las duras formas de la ciudad, entre las tiesas rigideces arquitectónicas flota una nube. Pura evocación y pura forma.
Lucha contra la lógica, contra el aburrimiento, contra la gravedad, contra lo previsible y soso. Es forma, es «arte«.
Ellos mismo llamaron a su proyecto «la nube», porque no lo justificaban racionalmente, ni utilizaban ningún argumento. Era pura ensoñación, pura sugerencia. Pero, puestos a jugar a sugerir y a evocar, lo que evoca es otra cosa, incontrolada e imprevista. Y, puesto que los propios arquitectos han optado por hablar a nuestra alma y no a nuestro intelecto, el fruto recogido es indiscutible, y no hay argumentos ni razones para refutarlo.
Porque es el fruto legítimo de su brillante proyecto.
Otra vez será.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · diciembre 2011
Autor del blog arquitectamoslocos?