Hace poco más de cien años, como por accidente, y gracias a Picasso, la pintura dejó de ser pintura gracias a la inclusión de materias inesperadas sobre un lienzo. Como corresponde a la insignificancia o a la modestia de un arte que apenas trabaja con lo nuevo, dicho centenario ha pasado prácticamente desapercibido. Y sin embargo explicar el arte contemporáneo o la arquitectura sin hablar de collage resulta no sólo estrafalario, sino difícil.
La sorprendente historia del collage en arquitectura ha existido a lo largo de toda la historia sin explicación teórica: la vieja materia de obras existentes siempre fue empleada como la sustancia más económica y disponible para comenzar nuevas fábricas. Sin embargo esa actitud del collage ha estado presente también en la modernidad aunque por motivos bien diferentes. Los casos de Le Corbusier, Alvar Aalto, Scharoun, Jean Prouvé o incluso Rem Koolhaas ponen de manifiesto que no se trata de una técnica inusual, sino tan sólo de una herramienta secreta y, en ocasiones, inconfesable.
El collage ha sido comprendido como un mecanismo de utilidad sorprendentemente generalizado y práctico para los maestros de la arquitectura. A fin de cuentas, quizás la modernidad tal vez no fue tan revolucionaria como se contó. O tal vez al revés, la verdadera revolución moderna fue ser consciente de esa potencialidad encubierta del collage en arquitectura.