La imagen pública del arquitecto se sitúa en algún punto entre dos versiones extremas muy difundidas. En un límite, el más llamativo y respetado, están los arquitectos estrella que aparecen continuamente en los medios y exhiben sus espectaculares edificios diseñados específicamente para llamar la atención. En el otro extremo aparece un conjunto numeroso de arquitectos, los más denostados, que, para muchos clientes, parecen servir sólo para facilitar un trámite por imposición legislativa y cuyo papel se acerca al de una tasa que hay que sufrir y liquidar como en el caso del notario o el procurador de los tribunales.
Pocos piensan que el arquitecto presta un servicio claro y tiene unos conocimientos específicos tan útiles a la sociedad como los de los médicos o los fontaneros y que, por lo tanto, pagar por sus servicios no es pagar una tasa sino un servicio prestado que sólo ese profesional puede ofrecernos. Por eso, cuando Ramón me pidió que escribiera unas líneas para la publicación de sus obras, pensé que quizás era oportuno preguntarme que ofrecían esas obras a sus propietarios, a sus usuarios y a la sociedad en general. Se trata de evidenciar que solo una persona con los conocimientos y la actitud de Ramón puede brindar esos brillantes resultados.
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