«¡No me atraparéis vivo!»
Hace unos meses (tal vez un año o más) tuve la oportunidad de examinar un proyecto de una nave redactado por un ingeniero técnico industrial. Era una carpetilla de muy poco volumen. Hacia el final de la escueta memoria decía:
JUSTIFICACIÓN DEL CUMPLIMIENTO DEL CTE
Este proyecto cumple el Código Técnico de la Edificación.
Me quedé boquiabierto. (A los arquitectos esa justificación nos ocupa unas cuantas decenas de páginas). Durante cinco segundos pensé:
«Hay que ver qué cara dura tiene este tío».
Pero justo al sexto segundo, cuando pude cerrar las mandíbulas y tragar saliva dije en voz alta y trémula:
«¡Maehtro!»
Esa mente preclara tenía toda la razón:
«¿Que si cumplo el Código Técnico? Pues claro que lo cumplo. Dime tú que no. Píllame en un renuncio si puedes. Atrápame, listo».
Exacto. Todos tendríamos que hacer lo mismo: encastillarnos, defender nuestro bastión y decirles a ellos:
«¡No me atraparéis vivo!»
En mi trabajo tengo que cumplir las normas. Hasta eso es más que discutible, pero vale, sí, de acuerdo. Pero es que además tengo que emplear un gran esfuerzo no sólo en decir que las cumplo, sino en convencer a todos de que de verdad las cumplo.
Aparte de ello, tengo que poner en mis proyectos un listado de normas que cumplo. Es un listado que en tipo 6 ocupa unas ocho páginas.
Supongo que un dentista tendrá que usar un anestésico y un composite que no sean radiactivos ni tóxicos, ni en cuya elaboración se haya torturado de ninguna manera a ninguna foca ártica, pero cuando termina de empastarme una muela no me da un dossier de ciento doce páginas justificándolo. No. Es su profesionalidad y su responsabilidad. Se supone que cumple las normas, y que si alguien le pilla en un renuncio se le caerá el pelo. Pero, mientras tanto, trabaja con libertad, decide qué hacer y lo hace como cree que debe.
Los taxistas tampoco nos dan un folleto explicando cuánto consume su coche, ni qué emisiones produce, ni con qué tipo de caucho se han fabricado sus ruedas.
¿Entonces por qué nuestros proyectos contienen aproximadamente un 30% de proyecto y un 70% de papeleo justificativo?
¿Por qué esa obsesión en que nuestros proyectos contengan, además del propio proyecto, una enciclopedia de la construcción, un tratado de normativa, un cursillo de energía solar, un manual de primeros auxilios y kilos y más kilos de papel y de megabits?
Pero lo peor, lo que me sigue pareciendo más ridículo de todo ello, es que nosotros tengamos que ser nuestros propios policías y nuestros propios delatores.
Me parece tan ridículo como cuando viajas a los Estados Unidos de América y te preguntan amablemente si llevas la aviesa intención de atentar contra el presidente de la nación. Venga ya; si esa es mi intención no os lo pienso decir. Pilladme. No me atraparéis vivo.
Tenemos que gastar cientos de páginas explicando que cumplimos normas y más normas y más normas. Pero es que en cualquier caso nosotros pagaremos por todo. Es nuestra responsabilidad. Así que qué importa la justificación. Debemos hacer las cosas bien, pero no perder el tiempo ni la energía explicando que las hemos hecho bien y cómo las hemos hecho de bien.
¿Y si no lo justificamos qué más da?
Si la obra acaba bien y a lo largo de su vida se mantiene satisfactoriamente, a nadie le importará todo ese blablabla.
Y si finalmente la obra tiene algún problema (una humedad, una grieta, un desperfecto de cualquier clase, un usuario que se ha caído por el hueco de la escalera…) vamos de cabeza al hoyo hayamos dicho lo que hayamos dicho en el proyecto.
¿Entonces qué más da lo que digamos?
– Señoría: En el proyecto se dice claramente que la impermeabilización del muro de sótano…
– ¿Pero entra el agua?
– Bueno, sí; un poquito. Pero mire cuántas páginas empleé en explicar por qué no debía entrar.
Ya podremos haber escrito la biblia, que si al edificio le pasa algo es nuestra responsabilidad y pagaremos por ello.
(Ojo: No digo que no debamos hacer las cosas bien. Digo que no deberíamos perder el tiempo en explicar lo bien que las hemos hecho).
Nuestra profesión ya no sólo consiste en cumplir una normativa terrible, tremenda, cansina y absurda, sino en gastar más del 70% del proyecto en justificar que la cumplimos.
Nuestro ínclito -pero no por ello menos cansino- CTE se va llenando día a día de comentarios y más comentarios de las distintas comisiones creadas ad hoc.
Pero nadie hace el comentario más valioso y necesario: el que diga de una vez y sinceramente que todo ese maldito ordenancismo estéril y toda esa estabulación gilipollesca de datos idiotas es una asquerosa bazofia, una puta mierda.
Que en el chalé que estoy proyectando tenga que reservar un espacio por si acaso algún día el ayuntamiento decide recoger la basura puerta a puerta, y que ese espacio no pueda estar en planta baja porque hay dos peldaños -el cubo de la basura tiene mucho más miramiento que las personas en una vivienda unifamiliar- ni en el sótano porque no vale la rampa -que sí vale para los coches-, y que ese espacio, por tanto, tenga que tener una previsión de ascensor -y también de aire acondicionado- que no se exige para las personas, es sólo un ejemplo de las mentes sádicas que han perpetrado ese adefesio.
Sobre las ventanas herméticas pero con bujero ya escribí otra vez. Y así cientos y cientos de estupideces que no consiguen una mejor arquitectura, sino sólo unos tochos infumables).
Mi proyecto: Defino mi edificio, mido, hago los planos. Escribo en la memoria diversas especificaciones de materiales, etc. ¿Tengo además que meter una enciclopedia sobre el arte y la técnica de la construcción? ¿Tengo que hacer además una recopilación de normativa, un Aranzadi, un cursillo avanzado de derecho urbanístico, de calidad de materiales, de normativa de accesibilidad, de medio ambiente, de arqueología, de…?
¡Leches; es un puñetero proyecto!
Es -como dice el hijo de mi amigo David García-Asenjo Llana- un libro de instrucciones para montar una casa.
El libro de instrucciones
Pues eso: El libro de instrucciones. Nada más y nada menos. No un tratado sobre la humanidad, sus perversiones, sus anhelos, sus complejos y sus constructos jurídicos y sociales.
No os quepa duda: Algún día a algún político se le ocurrirá que en los proyectos se justifique que no haya habido ni vaya a haber maltrato, conductas vejatorias, prácticas insalubres, tabaquismo, sexismo, xenofobia, etc, ni en la redacción del proyecto ni en la ejecución de las obras. Y nosotros lo tendremos que justificar.
Y justificaremos todo eso y más, mucho más. Porque cada vez que se nos manda justificar una chorrada nos pasamos de rosca y justificamos esa y cinco más. Porque para eso tenemos a nuestros colegios.
Nuestros magníficos colegios de arquitectos no son tan laxos como los de ingenieros, no. Son muchísimo mejores. Son un ejemplo de rigor. No pasan ni una. Son estrictos. Son más papistas que el Papa. A cualquier parida que invente cualquier comisión parlamentaria (europea, nacional o autonómica) el colegio elaborará una brillante hoja excel que generará un pdf de cien páginas. Y ¡hale!: cien páginas más para nuestro proyecto.
El cardenal Richelieu dijo:
«Dadme seis líneas escritas de su puño y letra por el hombre más honrado y encontraré en ellas motivo suficiente para hacerlo encarcelar».
Pues nosotros no escribimos seis líneas, sino varios centenares de páginas que sólo tienen por objeto que seamos richelieuzados en cuanto un abogado retorcido las lea. Y no tenemos arreglo:
«Blablablablá».
¿Pero no nos damos cuenta de que cuanto más blablabla pongamos más charcos estaremos pisando?
«Este proyecto cumple todo lo que tiene que cumplir, cabrones. No me atraparéis vivo».
Pero no. Somos tan gilís que no nos bastará con declarar que el papel sobrante del proyecto, los croquis y maquetas de trabajo se han tirado a los contenedores adecuados, no. Nuestros colegios nos proporcionarán herramientas para que presentemos exhaustivos estudios que indiquen cada tipo de material, gramaje, presencia o ausencia de cloruros, colorantes, terminación satinada o no… una tabla que separe cada tipo de papel y cartón, indicando cuántos gramos de cada tipo… Quién sabe. Somos idiotas. Somos la gente más idiota del mundo, y nos seguimos considerando especiales.
Por supuesto, para cada nueva parida legislativa el CAT colegial nos prepara un programita sencillo o un texto en word o en pdf editable para que lo cumplimentemos y lo incluyamos como anexo n a la memoria (donde n tiende a infinito).
Más kilos de papel. Más megas de pdf. Más sogas a nuestro cuello.
Y como esos anexos no sirven para nada -sólo para que llegado el caso alguien nos demande- y, por mucho programita que nos den, rellenarlos todos nos llevará unos cuantos días… pues entonces… se nos puede ocurrir… shhh… (esto lo digo muy bajito)… shhh… cortapegarlos de otros proyectos. Luego en la justificación de la imparcialidad futbolística de las carpinterías aparecerá otro municipio, y en el anexo de estampado de las camisas de los albañiles aparecerá otro promotor. Son los testigos del cortaypega. Eso es así. Reconozcámoslo. Bueno… ¿Eh?… Este… Yo en realidad lo he hecho muy pocas veces… Casi nunca… Vamos, nunca… Jamás en la vida he hecho yo… Vamos… Eso… Túyamentiendeh.
(Ofú: Plantar un jardín sólo para meterse en él. Soy bobo).
Pues lo dicho: Resistamos. No les demos tanta justificación, que parecemos idiotas; que cuantas más absurdeces nos piden con más gusto se las damos. No, leches. Resistamos. Opongámosnos.
No, canallas. No me atraparéis vivo.
¿Que tengo que justificar el CTE?
Pues muy bien; pues lo justifico:
«Código Técnico de la Edificación el que tengo aquí colgado».
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · Febrero 2016
Dedicado al hijo de mi amigo virtual David García-Asenjo Llana, que le dijo a su padre que los arquitectos no hacemos casas, sino los libros de instrucciones para montarlas.