Somos esa proximidad sobre las cosas, nos amoldamos al espacio que subyace entre ellas, somos lo que existe alrededor de ese algo. Somos esos retazos de trazos que en el uso vamos dejando, somos esa apariencia que roza sus límites, somo ese espesor que se comienza a fraguar en la costumbre de vivir.
Somos -casi siempre- el reflejo del desgaste de los objetos, somos ese estado del día que evidencia que hemos estado viviendo.
Somos puramente instantes de vida, de hechos. Así vamos dejando -día a día- parte de ellas regadas por doquier; tal vez en un saludo, en un “alcanzarnos algo”, en una estela de aroma al llegar a casa, en un silencio, en el ruido del abrigo que se deja caer sobre la poltrona.
Somos parte de esa ventana reflejada en el vaso de cristal, somos ese material que la vida nos provee de instantes; ya no somos nosotros, pero formamos parte de ello, quizás hemos construido un mundo alrededor de ellos.
Somos lo que ellos -en su desgaste- dan cuenta de nosotros, de nuestras taras, de nuestras deudas con el habitar, de lo que han dejado nuestros momentos especiales, y también por qué no, de nuestra propia y ya usada compañía.