Los arquitectos llevamos ya casi treinta años hablando de las viviendas «El Ruedo»1 que Francisco Javier Sáenz de Oiza proyectó pegadas a la M-30 de Madrid en 1986. (La obra duró de 1986 a 1990).
La polémica no cesa: Nuestros amigos no arquitectos se horrorizan de que a nosotros nos guste tal obra, y nosotros (a muchos de nosotros tampoco nos gusta demasiado) nos tenemos que esforzar en explicarles los indudables valores arquitectónicos que tiene. Porque los tiene. Y muchos.
Se produce de nuevo la conocida incomunicación entre los arquitectos y el resto de la humanidad. Nosotros opinando según nuestros principios y nuestras coordenadas, y los demás con los suyos y las suyas. Nunca coincidimos.
Si me permitís la boutade, os propongo las siguientes posturas ante el debate:
a).- El Ruedo de la M-30 es una obra maestra llena de aciertos arquitectónicos.
b).- El Ruedo de la M-30 es una bazofia, un muy mal lugar para vivir.
c).- Las dos afirmaciones anteriores son correctas.
Obviamente, yo me decanto por la c). Este edificio es una grandísima obra de arquitectura y una puñetera mierda. Las dos cosas. Y las dos a la vez.
¿Y eso cómo es posible? Pues porque ser muy brillante arquitectónicamente no quiere decir apenas nada. Porque la arquitectura no es el ombligo del mundo ni el papel tornasol de la verdad y de la felicidad. Porque la arquitectura, que a nosotros nos parece el eje del mundo, no deja de ser una anécdota irrelevante.
También Alien es un prodigio de la biología y de la evolución, pero al mismo tiempo es un ser terrible y repugnante. Un biólogo lo mirará con admiración, incluso con amor; pero alguien incapaz de disfrutar de ese prodigio bioquímico-mecánico saldrá corriendo y gritando con todas sus fuerzas.
En honor a la verdad hay que decir que el planteamiento de este monstruo le venía impuesto al arquitecto por el difícil emplazamiento, el cicatero programa, el aún más cicatero presupuesto y el planeamiento urbanístico. Con todas esas condiciones de partida Oiza hizo un trabajo irregular, con buenos aciertos y algunas deficiencias, pero más que interesante desde el punto de vista arquitectónico.
Otro condicionante endiablado era el perfil de usuario a quien iba dirigido: Población marginal que vivía en construcciones ilegales más o menos precarias y a quienes se realojó allí para destruir aquéllas. Eso produjo protestas de todo tipo: de ciudadanos hipotecados hasta las cejas que veían como un agravio comparativo que a esta gente se le ofrecieran esas casas a las que (según ellos) no tenían derecho, y de los propios adjudicatarios, que decían preferir las viviendas que se les habían quitado y derribado a estas que se les ofrecían.
La verdad es que el problema no había por donde cogerlo
La idea matriz y motriz del proyecto es que la M30, una «autopista urbana» a la que da la parcela, es muy hostil y genera mucho ruido y contaminación. Por eso, el edificio se hace un ovillo y adquiere una postura fetal defensiva. A la agresiva autopista le da la espalda, le ofrece una muralla muy sólida y árida, perforada por pequeñas ventanas, mientras que genera un acogedor espacio público interior, un parque-patio-plaza alegre, tranquilo, luminoso, al que abre su intimidad.
El edificio es un ser tímido, que al exterior se muestra arisco pero que esconde un tierno corazón y una secreta alegría de vivir.
(Pero luego eso no es del todo cierto: Hay dormitorios que dan a la fachada exterior y se tienen que tragar el ruido de la M30, y las viviendas tampoco se abren tanto al patio interior).
Esa idea generatriz del proyecto es muy válida, pero creo sinceramente que no está llevada a sus últimas consecuencias. A mi juicio, esas dos caras, la hostil al exterior y la amable al interior, más que dos caras son dos máscaras, dos maquillajes, dos caricaturas. Quedan en mera anécdota. Sus dos tratamientos son dos imágenes, dos disfraces. No encuentro ninguna coherencia ni armonía entre ambos.
Vemos al Dr. Jekyll y a Mr. Hyde. Feo, duro y agresivo por fuera y amable y acogedor por dentro. Pero tanto el gesto como el resultado son muy elementales, muy directos, como sacados de un catálogo de juegos de palabras. Parece casi una broma de los payasos de la tele; en la misma línea que decir salchichón por saxofón y caramelo por camarero.
No obstante, hay que reconocer que el proyecto, que es de una dificultad extraordinaria, contiene muchos tipos diferentes de viviendas que se resuelven con habilidad. (La escasez de superficie viene impuesta por la escasez de presupuesto -tanto económico como programático-, pero hay problemas añadidos, especialmente en las curvas, que aunque hábilmente resueltos parecen traídos innecesariamente por el planteamiento arquitectónico).
Pero aunque podamos discutir las virtudes y defectos arquitectónicos de este edificio, el problema, como decía al principio, no es arquitectónico. Trasciende el terreno arquitectónico.
Si los arquitectos y los estudiantes de arquitectura hubiéramos visitado la obra con Oiza habríamos disfrutado mucho con sus enseñanzas. Habríamos apreciado soluciones ingeniosas, planteamientos claros, detalles inteligentes. Habríamos aprendido mucha arquitectura.
Pero cuando la visita a la obra no se hace con amantes de la arquitectura, sino con los usuarios, la cosa no tiene solución. Se viaja a otra dimensión. Hay que abandonar el lenguaje arquitectónico y utilizar otro que a los arquitectos nos parece demasiado mezquino, demasiado sucio. Ahí tenemos un problema.
Hay que reconocerle a Oiza su legendario valor: Prestarse a acudir a la obra para discutir con esa gente tan enfadada tiene mucho mérito.
La discusión no tiene sentido. Están hablando en unos términos en los que Oiza (ya muy nervioso, ya muy harto, ya muy cansado) no puede salir airoso. De alguna forma se nota que se da cuenta de que el planteamiento es erróneo. No tanto (o no sobre todo) el arquitectónico, sino el político, el social, el humano.
Parece que todo está mal
Él dice al principio de este vídeo:
«Os dan algo y ponéis pegas».
Esto, que es el origen de todo, y que puede incluso ser injusto (no soy capaz de entrar ahí), es sin embargo un argumento falaz por parte del arquitecto: Si no merecían esas casas, que no se hubieran construido; pero si se han hecho deben estar bien hechas. Es como si un cirujano le quita un trozo de intestino a un paciente que ni ha cotizado jamás ni tiene seguro médico de ningún tipo ni merecería esa operación, y no le cose al final.
«Ya he hecho más de lo que te mereces. Te dejo así».
No. No sé si merece ser operado o no, pero si se le opera hay que hacerlo bien. Lo mejor posible.
(Naturalmente, el interesado también aprovecha para hacerse la víctima: Él no habría vendido por menos de veinte millones de pesetas la magnífica chabola que le han derribado, mientras que el piso que le han dado no vale ni… Nada; no vale nada).
El piso que le han dado es un dúplex de ochenta metros cuadrados y de cuatro dormitorios. (Me pregunto si es un planteamiento acertado diseñar dúplex de cuatro dormitorios con sólo ochenta metros cuadrados de superficie, pero repito que esto no es culpa del arquitecto; es el programa que le han dado). El caso es que la ventana de la cocina abre de forma que no permite cocinar. No hay más remedio que cocinar con la ventana cerrada.
Oiza se cabrea con el protestón y le dice:
-¡Deja la casa, hazte arquitecto, a ver si las haces mejor!
¡Bong! (Bocina) ¡Error! Eso no. Usted es el arquitecto. Usted es quien debía diseñar la casa de esta gente. Vale que esta gente tiene otros planteamientos, otros prejuicios, otras expectativas. Pero hasta ahora las críticas han sido exclusivamente funcionales. Y eso debería estar resuelto aceptablemente.
(También hay que reconocer que todos los arquitectos de vanguardia han coqueteado con la vivienda mínima, pero ellos no vivían en ninguna de ellas. Es un tema arquitectónico apasionante, pero no mola nada si no eres uno de los sacerdotes de esa religión tan exquisita).
Luego viene una crítica al armario empotrado. Esa sí la pasamos por alto.
El peor de todos los fallos es que en el dormitorio principal no cabe una cama de 1,35 m (que es la que habitualmente se conoce como «de matrimonio cariñoso»); no digamos una de 1,50 m.
Oiza le regaña al protestón por haber comprado la cama antes que la habitación y reconoce que en esa habitación no cabe esa cama.
Hombre, la cama es la pequeña dentro de las medidas estándar. El cabecero incluye dos mesillas laterales que se podrían haber suprimido, sí. También podría dormir el matrimonio en dos literas superpuestas.
Y también podrían acudir a algún exquisito y vanguardista diseñador de muebles que diera alguna brillante solución. Pero estamos en el mundo real, de camas de matrimonio de 1,35 o de 1,50 m de anchura y de 1,90 o de 2,00 m de longitud.
Es el mundo real, no el exquisito de la arquitectura. Y en ese mundo real, en alguno de los cuatro dormitorios del dúplex debería poder entrar una cama de 1,35 m de anchura.
Sí: El mundo real es un mundo sucio, de gente maleducada, de coches que invaden los espacios que soñamos despejados y virginales, de árboles que no crecen frondosos como los de nuestros dibujos, de cagadas de paloma sobre los bancos, de malos usos de nuestros cuidadosos diseños, de incivilidad, de vandalismo, de rabia, de incomprensión. Es el mundo real, en el que los más ingeniosos diseños a lo largo de la historia de la arquitectura han fracasado estrepitosamente una y otra vez, y han sido inútiles porque han sido solamente buena arquitectura, magnífica arquitectura, pero nada más.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · Agosto 2016
Nota:
1 El nombre popular políticamente correcto de esta obra es el mencionado «El Ruedo». El nombre popular real es «La Cárcel».
* A mi amigo Manuel, «Citrus», que vive enfrente de este edificio y no le gusta nada.