Uno de los movimientos de ¿vanguardia? de la mitad del siglo XX fue la Internacional Letrista. Yo no había oído hablar de ellos, y me estoy enterando ahora, leyendo el libro El Puño Invisible, de Carlos Granés.
El dadá y el surrealismo dejaron sus semillas de imprevisibilidad, ilógica y cachondeo, que, unidas al aburrimiento y a la falta de horizontes espirituales e intelectuales de después de la Segunda Guerra Mundial, generaron movimientos de lo más diverso.
No haré aquí un resumen de la Internacional Letrista, sino que solo me referiré brevemente a uno de sus planteamientos urbanísticos.
Ivan Vladimirovitch Chtcheglov, en su Formulario para un nuevo urbanismo, promovió la renovación urbana radical, para que la ciudad estuviera formada por espacios dispuestos para la aventura. La ciudad era para vivir, y la vida era juego y excitación.
En esa misma línea, Gil J. Wolman predicó el urbanismo unitario, que entendía la ciudad como espacio excitante, contra el aburrimiento y la borreguez de la burguesía.
Copio textualmente lo que dice Granés:
«Entre sus propuestas pedían que se dejara abierto el metro por la noche, cuando cesara el tránsito de trenes. También que se mantuvieran los pasillos y las vías mal iluminadas; que se abrieran los tejados de París para pasear por ellos, acondicionando escaleras y creando pasarelas donde fuera necesario; que se dejaran los jardines abiertos las 24 horas; que se instalaran interruptores en las farolas de las calles para que el público decidiera el grado de iluminación; que se trocaran arbitrariamente las indicaciones de paradas, destinos y horarios de los trenes para favorecer los destinos azarosos; que se suprimieran los cementerios y destruyeran los cadáveres; que se abolieran los museos y se repartieran las obras de arte más importantes por los bares de la ciudad; que se diera acceso libre a las prisiones y se contemplara la posibilidad de convertirlas en sitios turísticos; y que además se borraran las distinciones entre turistas y presos e incluso se sorteara un período de reclusión entre los visitantes.»
No está mal, ¿verdad? Lo tomamos como mera provocación sugerente, sin más, y no le damos ninguna importancia. Cuatro locos.
Sin embargo, el disparatado y tremendo Plan Voisin de Le Corbusier nos lo han explicado mil veces en la escuela. Tampoco se lo tomó nadie en serio jamás, pero eso no quita para que al Corbu se le siga respetando e incluso se le siga llamando racionalista.
Al Corbu se le ocurrió decir que el centro de París era una costra obsoleta y que había que destruirlo entero, y nadie tuvo el valor de reírsele en su cara. Además, el señor Voisin, fabricante de coches, le financió la movida y las maquetas.
Ningún alcalde pensó ni por un momento en hacerle caso, pero El Corbu consiguió notoriedad (para lo que era un experto) y que todavía hoy se siga hablando de su idea en las escuelas de arquitectura de todo el mundo.
Pues, puestos a decir chorradas, me hacen mucha más gracia las de los letristas.
El Corbu y tantos otros pretendían que una ciudad racional haría más racional a la sociedad, y los letristas pensaban que una ciudad azarosa y disparatada haría azarosos y disparatados a sus habitantes. Los dos cometían el mismo error ingenuo de creer que el espacio tenía el poder de configurar las almas de la gente. (Como arquitectos, todos pensamos así en cierto modo).
El racionalismo voisiniano de Le Corbusier es de tal simplismo y generaría tantísimos problemas de todo tipo que uno prefiere a los letristas trucando las señales de los trenes para que cada uno vaya adonde le dé.
La ciudad de la Internacional Letrista es la ciudad de nuestra juventud, de la juventud de todos. Es la ciudad por donde nos hemos perdido de noche (hace ya tantos años). Es una ciudad de diversión y de aventura, de ligue, borrachera, risa, confusión y broma. Pero la de Le Corbusier… No sé qué pensar. No quiero decir que sea la de todos los tristes suburbios de todas las grandes ciudades del mundo, porque la han desvirtuado y adulterado y él no tiene la culpa (demasiadas veces se le ha echado la culpa de todo a la arquitectura moderna), pero sí que es una simplificación y una trivialización que reduce la ciudad al problema del tráfico y un par de cosas más.
Ninguno de ellos pensaba en serio que su propuesta de ciudad llegara a cuajar. Pensaban solo en la polémica, en la propaganda, en la discusión. Le Corbusier era mucho más contundente (y más listo) que los letristas, y su idea (tergiversada, prostituida) se ha impuesto parcialmente.
Los letristas solo han vencido en los parques temáticos. A lo mejor es por eso por lo que la gente está deseando ir a los parques temáticos.
José Ramón Hernández Correa
Doctor Arquitecto y autor de Arquitectamos locos?
Toledo · abril 2012