Somos lo que tenemos, lo que cada día acumulamos, lo que juntamos, somos esa parte que aún no hemos construido, somos lo que el viento se lleva cuando dejamos una montaña de hojas secas, somos la ceniza que el viento sopla cuando nos sentamos en el calor de lo construido, somos también ese mundo que nos rodea y nos mira ya acostumbrado a nuestras querencias.
Somos lo que guardamos, lo que anhelamos eternamente, también somos lo que dejamos al irnos, lo que anhelamos en silencio, somos muchas veces lo que ignoramos.
Somos a veces el sueño de un mundo que aún no conocemos, somos -muchas otras- esa parte no resuelta que el mundo nos ha señalado como camino.
Habitamos nuestro mundo a medida que lo vamos haciendo, lo habitamos con nuestras costumbres, creencias, anhelos, alegrías y tristezas; ese mundo es nuestro cuerpo que lo vamos completando, habitando, que vamos diseccionando, que lo vamos fragmentando para que quepa en cada parte interior: un día, quizás se mezcle con ese aire exterior que nos circunda permanentemente y cree otro habitar, el que ocuparemos y en donde desparramemos todo nuestro ser.