El dibujo supone quizá la más valiosa herramienta para ver, no solo mirar, arquitectura. El registro cinematográfico del ojo, nuestra visión en movimiento, nuestro tempo, oculta con frecuencia aspectos esenciales de todo lo que nos rodea, pliegues de lo visible tan solo evidentes bajo ciertas condiciones de atención y pertenencia al lugar.1 El placer de dibujar un rostro, una ciudad o un paisaje, nos ralentiza y nos invita a explorar desde la mirada, apresurada como anda ante la falta de tiempo, distraída por la nube de imágenes que se deslizan como papeles sobre el agua de nuestras pantallas retro-iluminadas.
Un apunte rápido de la Ópera de Oslo muestra aquí solo lo imprescindible: un paisaje de plegaduras, luz y un suave oleaje.2 Nada más parece necesario, quizá la distancia oportuna para entender lo que vemos, ese tomar distancia para intentar, en realidad, aproximarnos. El dibujo nos desvela cuestiones importantes como son la perspectiva, aquí indescifrable; la escala, ingeniosamente manipulada; la proporción, horizontal como el ojo del cocodrilo; la geometría, de base triangular; la relación con la luz, deslumbrante desde un impropio blanco mediterráneo; el suave vaivén del agua sobre la espalda de un iceberg precisamente calculado. Tan importante resulta aquí lo evidenciado como lo sutilmente sustraído e incluso, por qué no, manipulado: el dibujo miente en ocasiones para decir la verdad.
El ejercicio del dibujo permite pulsar las condiciones ocultas de un lugar, descifrar la «vida» de las formas más allá de las circunstancias que puedan interponerse.3 Necesitamos dibujar para entender, para ver desde la pertenencia, para descifrar lo esencial de aquello que se nos muestra en la batalla del cuerpo a cuerpo. Aunque también necesitamos dibujar para reconocernos a nosotros mismos en ese discurrir, sentirnos incluidos, refugiados, pertenecer de alguna manera a ese mundo desconocido que tratamos de comprender desde la militancia del dibujo. Somos el primer fugitivo de nuestro cuaderno de viaje. Somos, fugazmente, habitantes del dibujo.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Julio 2015.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas:
1 En alguna de sus creaciones en vídeo, Bill Viola ralentiza tanto la velocidad de los fotogramas que resulta verdaderamente insoportable para algunas personas. Ver «The quintet of the astonished» (The Passions), 2000.
2 Ópera Nacional de Oslo, Operahuset, Snøetta 2008. Croquis MADC.
3 Fernando Távora habla sobre la vida de las formas en «Sobre la organización del espacio«, Valencia, UPV, 2014 (texto original de 1964).