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El Hotel Claridge, a través del tiempo | David García-Manzanares Vázquez de Agredos

El Hotel Claridge, a través del tiempo David García-Manzanares Vázquez de Agredos f
El Hotel Claridge, a través del tiempo | David García-Manzanares Vázquez de Agredos
Habitar el espacio o el tiempo

Creemos habitar el espacio, y es por ello que saturamos con decoración nuestros lugares más próximos. El salón, con cuadros de bodegones y escenas de caza -un ciervo en primer término-, y estanterías plenas de libros, que decoran y prestigian el ambiente. Creemos habitar el espacio, y es por ello que valoramos con afán excesivo la ubicación de nuestra casa: en este barrio no, que no es de gente de bien. Creemos habitar el espacio, y es por ello que no somos capaces ni de ponernos de acuerdo para medirlo -metro y milla y yarda; pulgada y pie-, porque todos queremos aprehenderlo, e incluso nos sentimos capaces de tal imposibilidad.

Creemos habitar el espacio y, en realidad, sólo podemos aspirar a habitar el tiempo. Sólo el tiempo forma parte de la naturaleza de nuestra vida, sólo por él nos regimos y sólo en él permanecemos.

Esta evidencia resulta especialmente hiriente para los arquitectos, que trabajamos a diario con los espacios, que los acotamos con la falsa perfección de un entomólogo ficticio. Clasificamos los espacios, los nombramos y categorizamos, creyendo que es un proceso casi científico y plenamente objetivo, y en realidad estamos trabajando con las mismas volutas nebulosas de la poesía. La Arquitectura cree moldear el espacio mientras se enreda en telarañas de tiempo.

El Hotel Claridge, a través del tiempo David García-Manzanares Vázquez de Agredos
El Hotel Claridge, a través del tiempo | David García-Manzanares Vázquez de Agredos
Así sucede con el Hotel Claridge

Proyectado en 1969 por los arquitectos Roberto Puig Álvarez y Miguel Ángel Ortí Robles, por encargo de AutoRes, empresa que tenía el monopolio de los viajes en autobús entre Madrid y Valencia. De este modo, los directivos de AutoRes creyeron buena idea establecer un lugar de descanso para los trayectos, y con una exactitud milimétrica determinaron el espacio donde debería ubicarse, en el centro de esa línea imaginaria entre Valencia y Madrid. Los pasajeros harían una parada, y estirarían las piernas para recuperar las micras perdidas por el roce con el asiento delantero; y dado que el sistema métrico había determinado como centro del trayecto aquel espacio, con vistas al embalse de Alarcón y al castillo del Infante Don Juan Manuel, consideraron lo más prudente construir un hotel, de modo que ese área de descanso fuera algo más.

Dominando el embalse, y bajo la atenta supervisión del castillo, Roberto Puig y Miguel Ángel Ortí construyeron un alarido de hormigón, catalogado por DoCoMoMo Ibérico. En su interior se disponían 36 habitaciones, con terrazas de mayor superficie que el propio dormitorio, y con vistas al embalse y a la piscina, de formas curvadas, como si estuviera tanteando un pliegue en el continuo espacio/tiempo. Contaba con un comedor con capacidad para 100 personas y autoservicio para abastecer hasta a 500 clientes de AutoRes; además de dos grandes aparcamientos y zonas recreativas. En total, 5.024 m2 de hormigón para conformar un hotel con tanto carácter como los cinematográficos Hotel Overlook o el Motel Bates.

El Hotel Claridge, a través del tiempo David García-Manzanares Vázquez de Agredos
El Hotel Claridge, a través del tiempo | David García-Manzanares Vázquez de Agredos

Los cuerpos volados de las terrazas, insumisas a la ley de la gravedad, los muros curvados, como si el edificio se replegase sobre sí mismo, y la contundente simplicidad de los volúmenes expuestos al entorno, acaban por definir una obra arquitectónica que es un catálogo de las posibilidades expresivas del hormigón en bruto, y se convierte en recuerdo vivo del movimiento brutalista.

Roberto Puig fue profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid, desde 1963 y hasta 1967, poco antes de iniciar este proyecto, porque el proyecto de una vida requiere todo el tiempo disponible en esa vida, y no se puede compaginar con otras actividades.

La existencia no es más que una vibración en el tiempo

Y cuando en 1998 se inauguró la autovía A3, la antigua nacional N-III -cuyo centro se encargaba de señalizar el Hotel Claridge- quedó reducida a vía secundaria, apenas transitada por los conductores perdidos y por los suicidas del tedio. De un día para otro, como si el metrónomo se hubiera detenido, los coches dejaron de pasar frente al Claridge, como las parejas abandonadas por un nuevo amor; y AutoRes decidió cerrarlo, quizá para evitar verlo sufrir. Lo hicieron como siempre se han hecho los divorcios a lo largo del tiempo: sin dar explicaciones y sin llevarse nada. Las camas quedaron enlutadas con sábanas blancas para una noche que habría de ser infinita, las mesas del comedor quedaron preparadas con los cubiertos hambrientos, y el teléfono de recepción conectado para recibir reservas ya imposibles. Se cerró como si se fuera a abrir mañana, porque habitamos en el tiempo, y sólo el tiempo nos queda cuando ya nadie pasa por nuestro espacio.

“El hombre constantemente huye y retorna a la Naturaleza. La Arquitectura, que nace en un principio en contra de la misma Naturaleza y a favor del hombre se acaba nutriendo de los mecanismos formales de la vida actual de nuestras ciudades”,

decía Roberto Puig en su anteproyecto para el edificio de Peugeot en Buenos Aires. Y algo de esa Naturaleza dominante hay en el Hotel Claridge; no en el proyecto, sino en el edificio que hoy podemos ver, cautivo de la vegetación, devuelto e integrado a la naturaleza, y por ello más humanizado que cuando estaba habitado y en uso.

El Hotel Claridge, a través del tiempo David García-Manzanares Vázquez de Agredos
El Hotel Claridge, a través del tiempo | David García-Manzanares Vázquez de Agredos
Cinco lustros ya

Así lleva el Hotel Claridge desde 1998, cinco lustros ya. Y eso nos hace percatarnos de que, en su vida, ha estado tanto tiempo en uso como en desuso. El espacio nos puede ser esquivo, pero siempre pertenecemos al tiempo; el Claridge ya sólo habita en el tiempo. Decimos que somos personas de nuestro tiempo o que alguien se adelantó a su tiempo, porque en realidad es ahí, en el tiempo, donde permanecemos.

El Hotel Claridge sigue viviendo, en su tiempo, que no es el mismo tiempo que el nuestro, ajeno al presente. Y es así como el Claridge, liberado de la obligación de prestar un servicio, es más Arquitectura ahora que cuando se construyó, porque la Arquitectura son los anillos del árbol con los que registrar el Tiempo: el dórico, el jónico y el corintio como forma de datar; el Gótico, el Renacimiento y el Barroco como forma de contextualizar una sociedad.

El Hotel Claridge, a través del tiempo David García-Manzanares Vázquez de Agredos
El Hotel Claridge, a través del tiempo | David García-Manzanares Vázquez de Agredos
La Arquitectura se mide en metros y el Tiempo se mide en arquitecturas.

El Hotel Claridge es la prueba de carbono-14 de un tiempo, de la época de Chandigarh y Habitat 67, de la Unité d’Habitation y de Park Hill. El Hotel Claridge, liberado de la obligación de prestar un servicio, es el libro que se conserva en la biblioteca y que nos habla del brutalismo y de la sociedad en la que surgió.

Proyectado para habitar el espacio, el Hotel Claridge nos evidencia que sólo podemos habitar el tiempo.

David García-Manzanares Vázquez de Agredos
David García-Manzanares Vázquez de Agredos
Nacido a temprana edad, pronto descubre su vocación por una vida contemplativa. Arquitecto por formación y escritor por deformación; se gana la vida mecanografiando infórmenes insustanciales, para no manchar la Arquitectura ni la Literatura. Escribe con pseudónimo para tener coartada en caso de ser detenido. Vive en las afueras, con buenas vistas y bien comunicado.
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Conchi Ponce
Conchi Ponce
1 year ago

Me ha encantado, un descubrimiento maravilloso, el edificio y el autor del artículo

Espónsor

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