El planteo de la Ciudad Genérica de Rem Koolhaas es sin duda, desde un punto de vista meramente conceptual, un texto apasionante. La idea general no deja indiferente, si bien uno sospecha que el texto es una herramienta para la justificación de una cierta vuelta a la tabula rasa más propia del movimiento moderno, que de un posicionamiento contemporáneo.
La constatación, por otro lado totalmente cierta, que el pasado es demasiado pequeño para habitarlo, da la excusa perfecta a Koolhaas para hacer un elogio a todo aquello que no tiene una significación histórica o a todo lo que no conlleva una significación cultural. Así los edificios y las ciudades deben ser irrelevantes en su forma, en su decoro o su formalización. También en consecuencia directa, no ofrecen al ciudadano ninguna oportunidad para establecer una relación de pertenencia.
No vamos a negar que algo de ello sea cierto. No podemos dejar reducida la bondad de la arquitectura o de una porción de ciudad a la feliz expresión de arquetipos de belleza socialmente aceptados. Y no podemos hacerlo porque esos arquetipos son fácilmente manipulables, demagógicos y casi siempre provienen de una imposición elitista de lo bello. Las trampas de lo popularmente aceptado como categoría irrefutable condujeron a la postmodernidad arquitectónica a un pastiche indescifrable de prejuicios y falsedad.
Sin embargo el origen del texto de Koolhaas The Generic City, empieza con una afirmación sobre la que se asientan todo el relato posterior que me parece dudosa.
«Se ha extendido la idea que la identidad deriva de la sustancia física, de lo histórico, del contexto, de lo real.» 1
Me refiero a que la identidad no deriva necesariamente de la realidad, sino de un complejo proceso intelectual y sensual del que interactúa con esa realidad, es decir, del individuo que hace uso de la realidad construida y que comparte su experiencia con otros individuos. La identidad la crea el individuo y el cuerpo social en que este está inmerso. Con este desplazamiento de foco la excusa del pasado pierde la fuerza negativa a redimir y desarbola todos los razonamientos posteriores del texto.
Eso no quiere decir que el pasado se vuelva un valor per sé, ni mucho menos. En todo caso eso querrá decir que deberíamos volver a interpretar qué hace que un conjunto de individuos construya toda una serie de links con la realidad, ya sea histórica o reciente, con la que se enfrenta y se relaciona hasta el punto de que esa realidad pasa a formar parte de su naturaleza más íntima. Es decir, el tema de la identidad no reside exclusivamente en lo que la ciudad y sus arquitecturas contienen como mensaje, sino que principalmente, en los complejos mecanismos de relación, tanto individuales, como sociales, que establece el ser humano.
Estirando del hilo.
¿A que nos estamos enfrentando cuando hablamos de realidad?
¿Qué es en esencia la ciudad y la arquitectura?
Vuelvo a Koolhaas.
Del sugerente concepto de la cultura de la congestión, se puede fijar el concepto que la fuerza y la fascinación de las ciudades reside en lo excepcional, lo extremo y lo excesivo, dispuesto y en cierta manera provocado por la densidad obtenida de la yuxtaposición, la superposición o la confrontación de muchos programas. Esto constituye el valor primordial de la condición metropolitana contemporánea. Es decir, no se trata de hacer una simplificación objetiva del hecho urbano, sino más bien asumir la hiper-complejidad inherente de la realidad de nuestras ciudades y nuestras arquitecturas. En ellas todo es posible, todo se desenvuelve a la vez, todo ocurre a la velocidad de la luz.
Si esto es así, la manera más inteligente de negociar con esa realidad multicapa, no sería precisamente la estrategia de lo genérico, es decir la estrategia de la insignificancia. Eso sería mirar la realidad con los ojos entornados, y borrar su definición.
La estrategia, o mejor dicho, la mejor o quizás la única manera de enfrentarse a la ciudad y la arquitectura contemporánea es la articulación. Articular la ciudad, articular la arquitectura.
Articular, según el diccionario del RAE, consiste en
«unir dos o más piezas de modo que mantengan entre sí alguna libertad de movimiento.»
También consiste en
«organizar diversos elementos para lograr un conjunto coherente y eficaz.»
Es decir, articular consiste en establecer uniones ni perennes y ni fijas en su significado, uniones con libertad de movimiento, con gradientes de indeterminación. Es más, añadiría que articular significa establecer relaciones solidas y libres, susceptibles de volverse a articular cuando las condiciones del entorno cambien la esencia de esa relación. Por tanto, articular es interactuar. Articular también consiste en organizar elementos para lograr un conjunto coherente, para construir un relato que se sostenga, una forma de relación que sea capaz de explicar, de narrar la realidad.
En definitiva, articular vendría a estructurar partes con partes, algo especialmente inteligente ante la inconmensurabilidad de una realidad excesiva y congestionada por definición.
En arquitectura solemos hablar de articular espacios, es decir, de integrar unos espacios con otros, de provocar una relación que no diluye las partes y que sin embargo enriquece el conjunto. Aquí podríamos hablar de articular edificios, partes de una ciudad, etc.
¿Pero qué debemos articular? Para la gestión tanto privada como pública, tanto individual como colectiva, la idea de articular significaría establecer líneas de fuerza, vectores de relación, entre lo económico y lo social, entre lo tecnológico y lo cultural, entre lo político y social, y así sucesivamente en una matriz de 5×5. Articular viene a determinar partes con coherencia propia y proyectar en esas partes estrategias de interactividad de forma que el resultado final sea más rico, más abierto y a su vez más susceptible de ser asumido y gestionado por el ciudadano. Articular la ciudad, es expandir su campo de acción, su capacidad generativa, con el fin de que a partir de esos vectores de relación el individuo, o una colectividad determinada, encuentre el espacio suficiente para sentirse física y emocionalmente ligado a una realidad dada. Es definitiva generar oportunidades para que pueda construir su identidad.
Articular la ciudad, también significaría establecer líneas de fuerza entre los tiempos que concurren en lo urbano. No tan solo la relación entre tiempo pasado o histórico, con el tiempo presente, sino también con los micro-tiempos que cada individuo maneja en su día a día. Y aún más, todo ello envuelto en el tiempo electrónico e instantáneo que nos ha tocado vivir. Articular es hacer del tiempo simultáneo, un tiempo hiperpresente, hipertrofiado, hiperdenso.
En este sentido, articular la ciudad sería todo lo contrario que convertirla en genérica y articularse en la ciudad, una manera de interactuar con ella.
Miquel Lacasta. Doctor arquitecto
Barcelona, marzo 2013
Notas:
1 KOOLHAAS, Rem, The Generic City, apto. 1.2, S,M,X,XL, The Monacelly Press, New York, 1995