Los arquitectos sentimos atracción por la arquitectura sin, o lo que es lo mismo, por la arquitectura que se ha desprendido de una de sus partes. Al igual que en otro tipo de productos esa suerte de proyecto sin, se convierte en un procedimiento light, pero que mantiene todo el sabor. Muchos son los textos o las exposiciones que recogen por ejemplo edificaciones espontáneas, generadas por pura necesidad y sin ninguna pretensión estilística, que suelen recogerse bajo un título unificador de arquitectura sin arquitectos.
Algo parecido sucede con las construcciones derivadas del mundo industrial o de las infraestructuras, cuya inmediatez para resolver el problema de la forma más sencilla, económica y ecológicamente posible, genera fascinación en la arquitectura. Sin lugar a dudas se debe a la envidia lógica atisbada al comprobar que esos planteamientos que se han visto desprovistos del corsé de la disciplina arquitectónica ofrecen por contra una solución inteligente, contundente y en algunos casos emocionante.
En el año 2004 Federico Soriano escribía un ensayo que recogía un peculiar visión sobre el trabajo de la arquitectura. Titulado Sin Tesis, el ensayo recoge seis negaciones, seis actitudes capaces de desprenderse de diferentes capas de la disciplina arquitectónica. Los diferentes capítulos recorren arquitecturas sin escala, sin peso, sin detalle, sin gesto, sin planta o sin forma.
Uno de los edificios que se ha convertido en paradigma de los edificios sin forma es el recientemente inaugurado Museo de Arte Contemporáneo de Ordos.
Diseñado por la oficina china MAD Architects el Museo de Arte se sitúa en la ciudad de Ordos, una nueva ciudad proyectada en las llanuras de Mongolia y cuyo plan maestro fue diseñado por el artista Ai Wei Wei, y busca ser un punto de encuentro para una comunidad que trabaja por el mantenimiento de sus tradiciones locales dentro de un nuevo contexto urbano.
Impulsado por la economía en auge de China, el Gobierno Municipal de Ordos estaba decidido a crear una nueva ciudad, a decenas de kilómetros de la ciudad actual, en un sitio que hasta hace poco no era más que el desierto de Gobi. El plan maestro de Ai Wei se basó en la imagen simbólica de un sol que se levanta en la pradera, una metáfora del resurgir de la región. La traducción formal de esta idea se resume en un plan radial que parte de una plaza central en la que se sitúa el nuevo museo, como pieza arquitectónica maestra y ejemplo de ese pretendido resurgir.
El proyecto fue encargado a MAD Architects cuando la ciudad aún era una ensoñación. En medio de la controversia alrededor de la ciudad planeada, se volvió evidente que el museo de Ordos debía navegar ante las contradicciones que emergen cuando la cultura local se encuentra con las visiones de una ciudad futura aún sin concretar.
El Presidente Mao dijo una vez, cuenta la memoria del proyecto, que únicamente de una hoja limpia de papel en blanco puede extraerse una imagen más nueva y más hermosa. Es precisamente ahí donde surgen los problemas para la definición formal del nuevo museo. En una tabula rasa, donde el futuro depara una gran incertidumbre, es muy peligroso diseñar un edificio para el centro de la ciudad, allí donde la trama urbana todavía no existe, donde las referencias y el espacio urbano no existen y a duras penas se sabe como donde está el «delante» y el «detrás».
El diseño del museo fue concebido como una reacción a este no plan de la ciudad. Toma la forma de un elemento compacto de la naturaleza, irregular e informe, en contraste con la estricta geometría del plan director. La estructura está envuelta por piezas de metal pulido para que los reflejos y los brillos del caparazón del museo ayuden a disolver su forma en el entorno previsto. Esta concha genera un gran espacio interior formando un nuevo espacio público para la futura ciudad bajo una cubierta protectora, donde protegerse del clima del desierto del Gobi donde se ubica la ciudad.
Inspirada en el proyecto de ciencia ficción de Buckminster Fuller para cubrir la isla de Manhattan, MAD concibió una concha futurista para proteger el legado cultural e histórico de la región y protegerse de la indeterminación de la nueva ciudad. Encapsulado por una fachada sinuosa, el museo se encuentra localizado sobre una colina con muy poca altura pero la suficiente para destacar en la inmensa llanura que lo rodea. Un hito al fin y al cabo en el desierto y ahora uno de los lugares favoritos de reunión para los niños y las familias de Ordos.
El atrio, con un diseño irregular, es el espacio principal del museo. Un gran ventanal circular sirve para que la luz natural entre al interior del museo, logrando que no sea necesario utilizar iluminación artificial durante el día. El interior está dividido en varias salas de exposiciones, que se definen por las continuas paredes curvilíneas, todas se abren al gran hall convertido en espacio público que atraviesa el edificio.
El ambiente luminoso, tranquilo y fluido de este nuevo espacio ofrece de nuevo a los visitantes un espacio que habla al igual que la imagen exterior del edificio de la ausencia de forma, ausencia de reglas geométricas claras y ausencia de jerarquías. Pero por contra es imposible no pensar en referencias de la naturaleza, cactus, anémonas, hongos u otras estructuras vegetales que resumen las imágenes de lo orgánico.
La arquitectura puede renunciar a muchas de sus pretensiones, a muchos de sus condicionantes, pero incluso en la idea de la no forma, ya existe inevitablemente, la idea previa de lo orgánico, de lo fluido, de lo continuo o ilimitado. La forma de lo informe.
íñigo garcía odiaga . arquitecto
san sebastián. diciembre 2011
Publicado en ZAZPIKA 19.12.2011
Sobre el tablero | Santiago de Molina
Aparentemente, la imagen solo puede
corresponder a alguna circunstancia excepcional. Y así es. Pertenece a
una nave industrial reciclada con motivo de la segunda guerra mundial.
Sobre las antiguas fábricas de coches americanas se comenzaron a
producir los millares de instrumentos necesarios para la guerra. Los
cazas, los bombarderos o los carros de combate se generaron con la
energía y la potencia de un país volcado en la religión de la industria
con la fe inquebrantable del que confía en el triunfo porque trabaja más
productivamente que el enemigo.
Desalojadas
las cadenas de montaje, desplegados los planos de diseño, miles de
ingenieros dibujaron tumbados sobre mesas, con utensilios de dibujo
inexplicables, noches y días, para conseguir ganar la guerra.
El
edificio de Albert Kahn, grandioso arquitecto que supo dar forma a esa
mentalidad industrial, resulta aun más hermoso y dispuesto con esas
camas de dibujar que con las anteriores cadenas de montaje para solo
fabricar coches.
Reptando sobre
los dibujos, avanzando como otros lo hacían sobre trincheras entre barro
y alambre de espino, la guerra se gana también sobre el territorio de
esos tableros de dibujo a escala real. Una capa más de las secretas
topografías de la guerra.
http://goo.gl/dqqQDb