Crónica posible
En este tapiz, que cuelga de la arquitectura como el proyecto que relata esta ficción periodística, están tejidos los mitos que urden esta reflexión sobre el paisaje canario. Un jardín atlántico donde se imaginó cultivando a las hermanas Hespérides y, lo más que nos seduce, donde la tierra todavía lo puede hacer rebrotar.
Los hechos relatados aquí, algunos imaginados otros verificables, son la memoria descriptiva de un paisaje posible en una calle de un barrio de la ciudad de Santa Cruz, que podría ser cualquiera del archipiélago. Cualquiera desde la que ya no se vea la silueta del Teide, no se huela el mar o el suelo no deje crecer árboles.
Ladón, el ser animal atacado por Hércules, es el espíritu ancestral aquí invocado para proteger este prodigioso territorio insular. Una pirámide que corta los alisios en su trasatlántica migración con su empinada orografía. Un pedazo de tierra emergida, cavada durante siglos para convertir en huerta el volcán, en jardín el bancal.
LADÓN v.21 es un artefacto que coloniza un espacio yermo y lo hace con sombras, sonidos, plantas y animales. Se descuelga como un cuerpo en reposo entre los edificios para activar un microcosmos. Este ecosistema a escala viene a satisfacer las necesidades naturales y ciudadanas, no las de las políticas urbanas o de los políticos del mismo género. También invita a las personas a reflexionar, lo dijimos al principio. Quien se detenga bajo esta espesa cortina, podrá sentirse dentro de un paréntesis verde en medio del barrio El Toscal. Desde ahí, escuchará los sonidos contemporáneos de un paisaje mitológico, pero drásticamente urbanizado hasta negar el mar que sigue golpeando el basalto a escasos metros.
El regreso de Ladón a las Islas Canarias
Atenea, toda sabiduría ella pensaba que, devolviendo las manzanas a su sitio original, el jardín retomaría su plácida calma. La mala y ya lejana experiencia no fue suficiente y las jardineras Hespérides, confiadas en la extinción de los peligros pasados, volvieron a descansar sus graciosos cuerpos bajo el prodigioso árbol, cegadas por los destellos de sus frutos dorados. Por su lado, el heroico y muy ocupado Hércules, acabada su docena de trabajos, tampoco volvería a aparecerse por allí.
Todos confiaban en que Atlas, anclado en su posición habitual, sería suficiente garantía para mantener el jardín flotante escondido. Cuando menos, alejado a una distancia prudente de los caprichos de los dioses que habitaban tras las columnas del estrecho. Era lo menos que se podía esperar de él después de prestar su ingenua complicidad en el hurto frutícola a sus propias hijas. Así pues, nadie presagiaba o temía ninguna alteración en el reconstituido jardín. De hecho, durante miles de años y miles de primaveras se mantuvo la paz y el equilibrio, hasta que empezaron a desaparecer de nuevo los frutos.
Como el árbol era milenario, frondoso y muy productivo, las tres hermanas, cada vez más holgazanas, no se preocuparon. Seguían confiando en el milagro de la primavera eterna y una cosecha inagotable. Tras años de duro trabajo, domesticando la pendiente, tener que vigilar el jardín —oficio del ajusticiado Ladón—, ya no era compatible con su estatus europeo:
“una cosa es ser ultraperiférica y otra pluriempleada”,
advertían a los burócratas de Bruselas que se quejaban detrás de un par de columnas.
Fue entonces cuando, tragándose su orgullo, conscientes de que podían perder su jardín y, obviamente, su estatus y su trabajo, contactaron a la propietaria del jardín suplicando ayuda. Viendo nuevamente su regalo nupcial en peligro Hera accedió a reincorporar a Ladón. La diosa griega juntó los restos cósmicos que había distribuido piadosa y geométricamente por el cielo, elevándolo a la categoría de constelación por sus años de servicio, pero era tiempo de volver a la tierra. Y volver para proteger este minúsculo pedazo de tierra insular tan presionado por todos requería un nuevo perfil. Dado el mal estado del jardín y desconfiando ya de sus jardineras, Hera confirió a Ladón nuevas habilidades, dotando sus cien lenguas con herramientas de regeneración ecológica y social.
Fue así como se instaló Ladón v.2 en el número 54 de la calle La Rosa, de Santa cruz de Tenerife desde el pasado 15 de diciembre. El año lo eligen ustedes entre la explosión de la burbuja inmobiliaria y la del virus: dos llamadas de atención que parece no haber sido suficiente.
Los vecinos del barrio se han mostrado entre sorprendidos y complacidos por la llegada de este vistoso guardián. A su vez, un repotenciado y animado Ladón se ha declarado muy contento por volver a la tierra y con muchas ganas de trabajar. Aunque ha advertido que su labor ahora es entrenar a los propios isleños, pues asegura que convirtiendo a todos en jardineros se podrá asegurar la supervivencia del mítico jardín. Mientras terminaba de desempacar e instalarse, nos explicó otras cosas que recogemos en esta entrevista:
Conversando con el nuevo Ladón
– ¿Qué conserva esta nueva versión del personaje mitológico?
He de decirle que muy poco, en realidad solo el oficio, aunque redefinido, muy ampliado, lo que llaman ahora pluriempleo resiliente. Físicamente, soy un dragón para infligir respeto. Muchos ilustradores y pintores, sobre todo de los siglos XVIII y XIX me representaron como una serpiente, por lo que nadie tiene una idea clara de cómo fue ese primer Ladón. Gaudí me hizo una versión adragonada muy bonita, en hierro, para proteger una finca en Barcelona. El de ahora es muy versátil, adaptable, duradero, aunque desmontable. Tecnológico y artesanal a la vez, un partidazo,
¡vamos!
– Veo que ha dejado su aura mitológica para arremangarse.
Así es, mi presencia en la isla viene a despertarles del cándido sueño en que estaban sumergidos. Los mitos se agotaron y si no trabajamos por la conservación del territorio, no valdrá de nada ser los herederos de las Hespérides como argumento para consideramos «el jardín de la eterna primavera». El turismo está muy competido y el cambio climático mueve las estaciones sin avisar como para seguir con esos eslóganes
¿Alguien se ha detenido a observar objetivamente su entorno?
Por encima del mar de nubes somos Patrimonio de la humanidad, pero por debajo …
– ¿Qué tiene que decir a las acusaciones de «parásito» que se han vertido sobre usted?
El hecho de que me apoye sobre algunas edificaciones y tome su agua —poca, hay que decirlo—, responde, efectivamente, a una acción parasitaria, aunque yo preferiría definirla como simbiótica. Los beneficios que genera mi trabajo en la zona son muy superiores al consumo hídrico. Además, yo genero mi propia electricidad con la que ilumino el espacio que he recuperado para el uso público y el resto de la potencia producida lo cedo a mis vecinos.
En definitiva, es un intercambio. La gente debe recuperar el espíritu de colaboración vecinal, tribal, me atrevería a proponer.
– Y respecto a las quejas de los propietarios del solar que está «ocupando».
Bueno, ya sabemos que la queja es un deporte muy practicado. Hay gente que entrena concienzudamente, pero, no le diga usted que propongan algo, porque se lesionan enseguida. Así que le aclaro que mi trabajo es temporal, y pretende actuar en las zonas más degradadas da la ciudad, que en casos como al barrio de El Toscal con tan pocas zonas abiertas y verdes, me parece un desperdicio, casi una amoralidad, dejar estos espacios sin uso. Además, una vez que ha estallado la burbuja inmobiliaria, estos espacios pueden quedar desocupados por muchos años.
Por lo que mi actividad consiste en dotar de un paisaje transitorio, que puede evolucionar hacia un área natural y que siempre será mejor que un espacio vallado, convertido en vertedero. Los propietarios pueden estar tranquilos sobre la titularidad de sus parcelas que, a cambio, se les mantendrá limpio y ajardinado. Cuando decidan edificarlo yo me mudaré y punto. Si funciona como espacio público el Ayuntamiento podría llegar a un acuerdo con ellos, con lo que tendría otra salida para su parcela en tiempos de crisis.
– Si bien para los vecinos, su presencia se ha normalizado, para los foráneos al barrio, su aparición resulta sumamente extraña. ¿Por qué ha escogido El Toscal?
El Toscal era un barrio marino que ha perdido, por varias circunstancias, su brisa salada, los espacios abiertos y la vida de barrio. Está totalmente invadido por los vehículos. Mis alas o cien lenguas, como les quiera llamar, conforman una cortina densa definiendo un nuevo paisaje que, al mismo tiempo, interactúa con el entorno inmediato. Genero sombra de día e ilumino de noche, ofrezco asiento, verdor y frescor. A más largo plazo, mi trabajo consiste en educar a través de la reflexión sobre lo que hemos hecho al jardín común.
Mientras la gente recapacita, oyendo los sonidos marinos que yo les acerco en los asientos-frutas. Los nidos dispuestos en la parte superior atraen a las aves que transportan semillas y que podrán repoblar el solar. Además, en la pantalla se ofrece información al vecindario sobre datos meteorológicos, actividades culturales entre otros datos.
En definitiva, El Toscal merecía esta atención que otros no le dan. Imagine replicar esta acción, al menos, en la mitad de los solares vacíos de la ciudad,
¿no le gusta la idea?
– La nube es lo más espectacular de la nueva versión del Ladón pero, ¿no es una frivolidad en estos tiempos de sequía?
En lo absoluto, se trata de convertir un hecho tan necesario como el riego para las plantas, que son autóctonas y de bajo consumo, en un evento que caracteriza al espacio y crea, como dije antes, un paisaje nuevo. Obviamente, es una alusión directa a nuestra milagrosa lluvia horizontal alisia. El agua pulverizada que crea el efecto nebuloso, de gran atractivo para los observadores habituales y casuales, se condensa en los cables que sostienen las macetas o sobre las hojas de las plantas, cayendo hasta el sustrato de éstas. Es el mismo proceso del monteverde, muy optimizado y adaptado a la urbanidad.
– ¿Veremos más Ladones en otras partes de la ciudad o de la isla, incluso de mundo?
No le quepa la menor duda. Tenemos mucho trabajo por hacer y no hay tiempo que perder, todavía hay mucho ladronzuelo de frutas, Heracles les llamaban en mi anterior vida.
Perfil profesional de un nuevo vigilante educador
Este dragón contemporáneo se ancla a las estructuras de los edificios como si de dientes y garras se tratara. Usa vegetación de los pisos costeros y el bosque termófilo, propio del piso climático de la ciudad de Santa Cruz. Genera su propia electricidad con 20 placas solares aprovechando su orientación al sur. Su estructura es de cables de acero. El sistema de riego y de iluminación se adhieren a éstos como hiedras. La nube aparece cada hora durante dos minutos, convirtiéndose en un reloj muy singular.
El peso se distribuye en 3 niveles, uno para las energías: placas solares, riego y luminarias, otra para la vegetación y una última para los asientos, los cuales están suspendidos por amortiguadores para evitar en exceso el movimiento generado por otros usuarios. Este novedoso mobiliario urbano, tejido en mimbre según técnicas de cestería canaria, al ser giratorios permiten conversar con el vecino, mirar hacia la calle u observar cómo se transforma el solar.
Sobre todo, permite abstraerse en un paréntesis con el sonido evocador de la costa mediante altavoces instalados en su parte superior. De mimbre son también los nidos para los otros usuarios de esta cortina densa y polivalente: las aves que, valga la aclaración, son primas lejanas de este extraño ser alado.
Notas:
1. Proyecto paisajístico, 2º Premio en el Concurso de Ideas “Parásitos” II Bienal de Arquitectura, Paisaje y Arte de Canarias. Publicado en En: Silencio. Archivo bienal, Seminarios, Talleres-observatorios y Escuelas de paisaje, Gran Canaria: Bienal de Canarias, p.49