“Es maravilloso, vivir sólo en espíritu, y día a día, eternamente, dar fe de lo espiritual en las personas. Pero a veces me harto de mi existencia espiritual eterna. Entonces quisiera dejar de flotar eternamente por las alturas, quisiera notar que tengo peso, que se anulara la ausencia de fronteras, y ligarme a la Tierra.
A cada paso, y a cada ráfaga de viento, me gustaría poder decir:
“¡Ahora, ahora, y ahora!”
Y ya no decir más “desde siempre” o “eternamente”.
Sentarme en la silla libre en una partida de cartas. Que me saluden… aunque sea con un pequeño movimiento de cabeza.Siempre que hemos participado en algo, ha sido fingiendo. Hemos fingido que en una velada de lucha, nos dislocaban la cadera… Hemos fingido que pescábamos en compañía… Hemos fingido que nos sentábamos en la mesa, y bebíamos y comíamos…Que nos servían cordero asado y vino en las tiendas del desierto…sólo lo fingíamos.
No es que quiera tener un hijo, ni plantar un árbol. Pero que agradable debe ser, volver a casa después de un día pesado, y dar de comer al gato, como hace Philip Marlowe. Tener fiebre, mancharse los dedos de negro al leer el periódico, entusiasmarse no sólo por cosas espirituales, sino por las comidas, por el contorno de una nuca, por una oreja.
Mentir. Como un bellaco. Notar que el esqueleto se mueve contigo al caminar.
Suponer las cosas, por fin, en lugar de saberlo todo. Poder decir: “¡Ah! ¡Oh!” y “¡Ay!”, en lugar de “sí” y “amén”.
Y por una vez, entusiasmarse también con el mal. Atraer hacia sí -de los transeúntes- todos los demonios de la Tierra. Y por fin, lanzarse a cazar en el mundo.
Desmelenarse.
O por fin saber qué se siente, cuando te quitas los zapatos bajo la mesa, y descalzo, mueves los dedos. Así…
Estar solos.
Dejar que todo ocurra.” 1
Siempre he creído que este texto, sonsacado del guión de la película de 1987 Der Himmel über Berlin es el manifiesto perfecto de la ciudad postmoderna. En realidad es fácil interpretar que la figura abstracta y desmaterializada del ángel no es más que una alegoría, una sublimación del concepto de ciudad.
Leído el texto de nuevo, como si de una ciudad/personaje se tratara, se entienden los anhelos por desembarazarse de la existencia espiritual eterna, y caer en manos de la apatía, el engaño, la indiferencia, la deserción, la sustitución del principio de convicción por el principio de seducción, atributos todos ellos de la ciudad postmoderna en tanto que son atributos descarnadamente humanos. En definitiva, la ciudad postmoderna es la que se permite vivir en un tiempo presente, un tiempo colapsado donde es posible decir ahora, y ya no decir más “desde siempre” o “eternamente”.
Más aún.
Las reflexiones de Damiel, el ángel que interpreta Bruno Ganz, se acercan al drama real de la ciudad moderna cuando afirma que siempre que hemos participado en algo, ha sido fingiendo. Golpe brutal.
La ciudad moderna despersonalizada siempre ha sido incapaz de dislocarse la cadera en una velada de lucha, o incapaz de sentarse en la mesa y beber y comer, o pescar en compañía…, es decir la ciudad moderna nacida de una lógica funcional/maquínica, incorrupta en sus consideraciones morales, insatisfactoria para dar cabida a la vida, a la domesticidad de las relaciones humanas, al amor… se acaba convirtiendo en un infierno.
Feliz paradoja la que Wenders propone, el cielo es el infierno. La jaula inmaculada de la planificación moderna basada en el “si” y en el “amen” se transforma en una pesadilla espiritual.
Para rematar la idea de que el guión de Der Himmel über Berlin es una obra/manifiesto fundacional de la ciudad postmoderna basta llegar al final del texto propuesto. No puedo imaginar una mejor concentración de significados en tan pocas palabras. Dejar que todo ocurra. No hay mejor slogan, mejor propuesta para que la ciudad se abra a las lógicas de una postmodernidad desprejuiciada, abierta, fresca, intuitiva, valiente, ética y estética pero nunca moral.
Si hay algún principio rector en la ciudad moderna y en la planificación urbanística al uso (del que todavía hoy somos víctimas) es precisamente evitar que ocurra lo que no tiene que ocurrir. El urbanismo como método de control social, como sistema de orden, como negación de lo poliédrico, lo contradictorio, lo complejo ha funcionado en términos condicionales. Todo está programado para configurar las condiciones óptimas para que ocurra lo planificado, lo previsto, lo inicialmente pretendido y que esas mismas condiciones hagan imposible el hecho de que ocurra todo lo demás.
Por eso la proclama Dejar que todo ocurra, parece la antesala de un salto, una gran salto intelectual.
De nuevo un salto al vacío, como el de Yves Klein, un salto hacia una nueva manera de entender la ciudad, un salto de escala intelectual, un salto de escala en las aspiraciones.
De nuevo un salto.
Los ángeles de la obra de Wenders se retratan, como Klein se retrató, en el momento justo de saltar al vacío, y con ese salto inauguran una nueva realidad, una nueva lógica, una nueva manera de pensar, construir y habitar la ciudad.
La imagen de cabecera promocional de la película del director alemán no es otra que la de Damiel, justo en el segundo anterior al momento en que salta al vacío. Justo en el instante en que decidido, está dispuesto a perder la espiritualidad eterna y caer en las garras de la humanidad perecedera.
Justo en el momento, que mediante el acto más radical que pueda imaginarse, saltar al vacío, se re-inaugura una nueva ciudad, Berlín, antesala de todas las ciudades postmodernas del mundo.
Miquel Lacasta. Doctor arquitecto
Barcelona, mayo 2012
Notas:
1 Guión de Der Himmel über Berlin, escrito por el autor teatral y escritor Peter Handke, el guionista Richard Reitinger y el cineasta Wim Wenders.