No es la primera vez que nos adentramos en terrenos tan pragmáticos y con tan poco glamour como es hablar del presupuesto de un proyecto. Es decir, que lo que se proyecte sepamos, más o menos, cuánto cuesta y haya alguien (en este planeta) que sea capaz de realizar la obra por una cantidad similar a la que hemos estimado. Esto que parece tan sencillo, a veces, vemos que no lo es en absoluto. ¿Los motivos? Pueden ser de lo más diversos y sobre ello trata el artículo de hoy.
El arquitecto, cuando recibe un encargo, tiene la obligación de presentar un proyecto con todos los documentos necesarios para que la obra pueda llegar a buen puerto. Uno de los documentos fundamentales y que, en muchas ocasiones, no se hace con el cariño y cuidado que se debiera, es el presupuesto. A modo de “curiosidad” diremos que, en la mayoría de las Facultades de Arquitectura, no existe una materia en la que se le dedique el tiempo necesario a dicha cuestión, vaya, que no hay asignatura de mediciones y presupuestos.
De hecho, en la carrera de Arquitectura Técnica (ahora Ingeniero de la Edificación) sí que la tienen, y durante un año están aprendiendo a realizar presupuestos. Hacerlos bien, no es tan fácil como pudiera parecer. Hilar fino y ajustar todas las partidas, medirlas con precisión y saber cuánto valen las cosas, no es abrir el programa de presto (o similar) y cacharrear un poco hasta que salga algo parecido a un presupuesto. No, no. Estamos hablando de una de las partes más serias del proyecto y que, seguramente, será la que marque el devenir del mismo. Si queremos que la obra se ejecute con corrección y que todo vaya bien, cuanto mejor hecho esté el presupuesto, más posibilidades de éxito tendremos.
Dicho esto, estaréis de acuerdo en que algo raro está pasando. Los arquitectos técnicos, salen de la carrera preparados para realizar presupuestos, pero, curiosamente, no son ellos los que se responsabilizan de este documento. Bueno, sí que pueden hacerlo, pero hasta que no sea firmado y visado por el arquitecto redactor, el proyecto no podrá retirarse del Colegio de Arquitectos. Por lo tanto, no parece tontería – y más con los tiempos que corren – que, ya, desde la carrera se preparase al alumno de arquitectura para que cuando desembarque en el “mundo real” estuviera un poco menos indefenso. Es más, pasar toda la carrera de arquitectura pensando que lo que se proyecta no vale dinero, no parece que sea la mejor opción. Está claro que son años para soñar y desarrollar la imaginación, pero una pizca de realidad, quizás, tampoco estaría tan mal.
Si a esto añadimos la desidia con que desde más de un estudio de arquitectura se ve este tema, nos encontramos con obras, de arquitectos de relumbrón cuyo presupuesto original se multiplica ¡y de que manera!, respecto a lo que en un principio se había estimado. No es el momento de hablar de puentes (por todos conocidos) y grandes hitos de la arquitectura cuyo coste se dispara, y a pocos parece importarle, pues al final siempre hay (mejor dicho, ha habido) dinero para pagarlo.
Para más inri, cuando el político de turno tenga que hacerse su hito particular para mayor gloria de su legislatura, no le temblará el pulso a la hora de volver a llamar a los mismos arquitectos responsables de los entuertos anteriores, mientras sean capaces de seguir acaparando primeras planas de todos los rotativos. El dinero que es de todos es el que, por desgracia, casi siempre peor se gestiona.
Pero no solo los arquitectos han hecho las delicias de más de un presupuesto, sino que otros agentes de la construcción tampoco se han quedado atrás en el intento. Algunas empresas (y los mismos políticos anteriores que les dan luz verde) se han encargado de llenar este país de autopistas, que decoraran parajes naturales con innata belleza y trenes de alta velocidad, para que todos estemos cada día más y más cerca. En esta altruista misión han estado como Pedro por su casa despilfarrando, en muchas ocasiones, millones y millones de dinero público. Aún a sabiendas que generalizar siempre es injusto, creemos que estamos hablando de un sector en el que las certificaciones de obra han sido una especie de todo vale, con tal de que todos estemos contentos. Se entiende que este “todos” solo afecta a unos cuantos interesados.
Por otro lado, el negocio está asegurando cuando a la vuelta de la esquina muchas de estas carreteras comienzan a necesitar más de una reparación y ¿a quién llamarán para solucionarlo? Efectivamente, a los mismos que hace cuatro días dieron el fin de obra y que seguro que son los únicos que tienen un currículum lo suficientemente pesado (esto nos guste o no, suele ir a peso) para poder licitarlas. Al final, como casi siempre, el pastel se lo reparten entre cuatro. Eso sí, ahora toca llorar amargamente y pedir a papa gobierno que de más dinero para poder seguir bailando a mismo son. Del dinero que se ha ganado a espuertas durante estos años, pocos se acuerdan.
Ante este panorama, un tanto desolador, ¿Qué se puede hacer? De momento, a nosotros nos apetecía ponerlo encima de la mesa para ver qué nos contáis al hilo del tema en cuestión.
Stepienybarno_Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó, arquitectos
Estella, agosto 2010