Si tuviéramos que enmarcar tres actitudes diferenciales en el desarrollo del pensamiento utópico en los años 60, una posible selección sería Constant, Superstudio y Koolhaas. Si New Babylon de Constant, en sus diferentes manifestaciones llegó a las antinomias de la utopía y Superstudio agotó las energías de la utopía negativa, parece razonable afirmar que Exodus concluyó la trayectoria de la década de los 60. Exodus fue el punto culminante de esta trayectoria de utopías, y a su vez marcó un punto final. El resumen de poco más de una década, que concluye haciendo hincapié en la ambigüedad esencial de la arquitectura.
El resultado inmediato de lo anterior fue el abandono al llamamiento público a la utopía. La edad de las megaestructuras se acabó, el dominio de la postmodernidad comenzó a establecerse. Echando la vista atrás a este período, sin embargo, parece necesario volver a evaluar la condena silenciosa de la utopía. Tenemos que preguntarnos por las razones del desprecio colectivo al pensamiento utópico. Normalmente se argumenta que el pensamiento utópico es peligroso, porque la utopía tiende a convertirse en su contrario o debido a sus aspectos totalitarios. Sin embargo, no debemos aceptar este razonamiento en su valor nominal. Después de todo, es igualmente utópico pensar que nosotros mismos nos adiestramos en imaginar una arquitectura mejor que se corresponda con otro mundo mejor. Incluso si es perfectamente previsible que una alternativa no sea ideal, es crucial explorarla como una posible vía para la mejora de la calidad de vida colectiva. Eso es lo que los experimentos utópicos de los años 60 estaban estudiando, en toda su ingenuidad y crudeza. Si bien se hace difícil compartir su optimismo hoy día, deberíamos al menos considerar necesario el continuar la lucha que iniciaron originalmente sus deseos de utopía.
Aún asumiendo el fin de fiesta que supuso la crisis energética del año 1973 y que abriría las puertas a una devastadora marea de relativismo cínico, incapaz de echar un cabo al vibrante pensamiento utópico de los 60, vale reconsiderar ese periodo como el punto de inflexión entre un modelo de pensamiento lineal basado en lo local y un modelo basado en la lógica de un sistema mucho más complejo, de realidades superpuestas de ámbito global, reflejado en el uso de geometrías más y más complejas, más impuras, más interrelacionadas, que la socialización del ordenador acabará por hacer implosionar.
Podríamos decir que los principales actores de los convulsos años 60 cayeron en la cuenta que la magnitud de los problemas y por tanto la escala de las soluciones correrían paralelos al incesante incremento del vector complejidad. La prueba irrefutable de la toma de conciencia del principio del reinado de lo complejo fue la respuesta global de las construcciones utópicas. Mediante la utopía se intenta abarcar la complejidad planteada por una situación insostenible. Paradójicamente el pensamiento utópico solamente consigue echar más leña al fuego de lo complejo y como era de esperar, no consigue transformar el mundo de cabo a rabo… o quizás si…
En otras palabras, las utopías se pueden entender como manifiestos de la complejidad.
Lo utópico tiene el poder de transformar el modelo de pensamiento desde el mismo momento en que ha sido manifestado. Las utopías tienen la cualidad de generar un gap, un salto conceptual, un antes y un después. Quizás este sea el auténtico legado de los años 60, si bien, como es evidente, los problemas que empezaban a anunciarse en esa década, derechos para las minorías, conciencia ecológica, nacimiento de una nueva individualidad, responsabilidad social a todos los niveles, el nuevo modelo tecnológico, no fueron resueltos por las utopías, sí que es cierto que estas por el mero hecho de construirse, de pronunciarse, en definitiva de proyectarse, ya cambiaron radicalmente el status quo.
Si bien en los anteriores post se ha puesto la atención a tres proyectos y sobre todo a tres actitudes frente a lo utópico que enmarcan perfectamente el recorrido desde principios de los 60 hasta principios de los 70, la producción de utopías es fascinante tanto en número como en calidad conceptual de las propuestas. Como auténticas epifanías de temas aún hoy día encima de la mesa, las utopías de los 60 revelan todo un enjambre de reflexiones extraordinariamente pertinentes.
Desde los sueños ecológicos de Paolo Soleri y su Arcosanti, por cierto la única utopía construida que ha llegado a nuestros tiempos todavía activa y visitable en el desierto de Arizona,1 las utopías de movilidad urbana del Group Espace et d’architecture mobile GEAM de Yona Friedman, todos los textos y propuestas del Situacionismo con Constant y Debord a la cabeza, el extraordinariamente vibrante Metabolismo, aquí también construidas algunas de sus propuestas y reflexiones, las exuberantes construcciones de inspiración científica de Buckminster Fuller y Frei Otto, la Plug-in City de Archigram, el Pottery’s Thinkbelt de Cedric Price, la No Stop City de Archizoom, las Superestructuras de Paul Rudolph, Louis Kahn y Moshe Safdie, etc. revelan una reacción primero al fin de la modernidad establecida y un uso de geometrías cada vez más complejas como herramienta de trabajo para abordar la ambiciosa escala de sus propuestas y el desarrollo después de una febril actividad propagandística de sus ideas.
En términos contemporáneos, dada la situación actual y los inmensos retos a los que nos enfrentamos, una revisión desapasionada y rigurosa del pensamiento y la producción utópica de los 60 se echa en falta cada vez más.
No vamos a volver al pensamiento utópico en esencia, pero sí que es necesario poner de nuevo nuestras ambiciones al nivel de los retos que tenemos planteados. Si no es así, volveremos a perder nuestra capacidad de incidir en un mundo mejor.
Miquel Lacasta Codorniu Doctor arquitecto
Barcelona, noviembre 2012
Notas
1 La historia y la obra de Paolo Soleri es un ejemplo extraordinario de voluntad. Tuve la oportunidad de visitar Arcosanti en el verano del año 2000 y pasear por el sueño del arquitecto Italo-americano. La idea de Soleri es la de contruir ciudades de unos 6000 habitantes en plena armonía espiritual y natural con el medio. A esta idea la llamó Arcology. Para demostrar la validez de sus ideas desde 1970 la fundación constituida por Soleri se dedica a construir una de esas ciudades mediante donaciones, la venta de productos -son famosas las campanitas de fundición de bronce diseñadas por Soleri- y el trabajo voluntario de cientos de personas. Más información en WILSON, Marie, Arcosanti Archetype, Freedom Editions, Fountain Hills, 1999. También en arcosanti.org.