Hoy en España es un día denominado de reflexión porque mañana los ciudadanos iremos a votar. Un día histórico porque la gente se ha echado a la calle para protestar por un sistema que sólo permite la participación masiva mediante el voto, no ha funcionado (o incluso ha provocado) esta crisis y ha blindado a sus miembros.
No puedo evitar mi entusiasmo ante este movimiento ciudadano que me recuerda a mí mismo saliendo a la calle a manifestarme en los estertores de aquel tiempo oscuro que han denominado franquismo; es verdad que entonces era más peligroso, pero no menos apasionante que ahora. No sé qué pasará (nadie lo sabe) pero por los menos los españoles se han movido y eso me llena de esperanza.
Un movimiento, por cierto, continuamente «interpretado» por las imágenes en movimiento, tanto por sus propios canales en las redes sociales, como por los oficiales.
Todos sabemos quienes son esos políticos a los que no se les conoce otra profesión, esos que no van a cambiar, ni se van a cuestionar su medio de vida, gente que confieso no me interesa; pero en las listas junto a ellos hay técnicos y profesionales honrados que, como soy optimista, supongo que quieren mejorar su sociedad y no tan sólo abandonar las listas del paro.
Éstos sí me interesan y preocupan, y en seguida no he podido dejar de acordarme de Albert Speer, aquel arquitecto, parecido a Fausto, seducido por el diablo hitleriano y, ya que este es un espacio de arquitectura y cine, que ha sido el arquitecto que más veces ha aparecido en películas de ficción, pero de eso creo que hablaré dentro de unas semana.
Hace poco conseguí un viejo libro escrito por Joachim Fest titulado Preguntas sin respuesta: Conversaciones con Albert Speer (Ediciones Destino, Barcelona, 2008), Fest había ayudado a Speer en la redacción de sus interesantes Memorias y había ido tomando notas de todo aquéllo que Speer no escribió, y eso es lo que publica en estas conversaciones, cuya Introducción finaliza con estas palabras de Fest:
«Más allá del alcance real de su conocimiento, siempre me ha parecido inquietante que un hombre de su procedencia social y familiar, y provisto de los criterios morales propios de su educación, fuera capaz de sentirse atraído por un poder hasta tal punto cruel y ufano de sus atrocidades. Sus a menudo zaherientes muestras de desprecio hacia los jerarcas del régimen con los que se codeaba, lejos de arreglar nada, aumentan aún más la irritación que suscita al espectador».
«Precisamente esta circunstancia plantea la pregunta de todas las preguntas, una pregunta que constituye el legado de los numerosos tiranos de nuestra época y que todavía está desprovista de una respuesta siquiera aproximada: ¿Qué precauciones cabe tomar para construir una especie de seguro frente a semejante pérdida de todos los criterios?.. Y, lo que quizás es aún más desasosegante ¿Existen tales precauciones? ».
Jorge Gorostiza, arquitecto. Autor del blog Arquitectura+Cine+Ciudad
Santa Cruz de Tenerife, marzo 2011