Hace unos días por casualidad conseguí un libro que no conocía, El arquitecto, escrito por Robert Auzelle en 1965. La verdad es que empecé a verlo por el final y en la nota (38) leí esto:
«el gusto de los decoradores de cine se manifiesta, si no francamente mediocre, casi siempre discutible. Por otra parte, con frecuencia acumulan equivocaciones estructurales y cometen errores de estilo».
Impresionado con la contundencia y la injusticia del comentario, seguí hojeando el libro y me sorprendió ver una fotografía de la película Enrique V en la que se ve como izan con una tosca grúa a un caballero con armadura sobre un caballo, con este pie de foto:
«En verdad se trata de un filme «histórico»; pero no deja la menor duda la autenticidad de esta técnica».
Auzelle se contradice y al parecer no todos los «decoradores de cine» «acumulan equivocaciones».
Hace unos meses escribí sobre otro arquitecto que estaba en contra del cine, por tanto, no debe sorprender la animadversión y el desconocimiento que tiene Auzelle del trabajo de los buenos escenógrafos cinematográficos. Es curioso, porque la nota antes mencionada, corresponde a una parte del libro en la que escribe sobre el poder del cine como transmisor de la arquitectura, el texto es el siguiente:
«Todavía nos queda el cine, cuya ventaja es la de tomar en consideración el movimiento y el tiempo.
Numerosos éxitos demuestran ya que del espacio arquitectónico puede proporcionar evocaciones saturadas de interés. Adolece del inconveniente de zafarse, aún menos que los demás, de la subjetividad. Y su limitación estriba en no poder mostrarnos más que lo que existe, dado que, cualquiera que sea su grado de perfección, no podemos dar el espaldarazo a los decorados y a las reproducciones (38).
Sin embargo, el cine significa un válido medio de conocer y una herramienta pedagógica todavía en exceso menospreciada. Algunos buenos filmes podrían actuar como poderoso paladión de la enseñanza. Permitirían explicar de manera subjetiva, claro está, pero meditada y concreta, al arte de la composición. Y ello, por multiplicación de los puntos de vista y su engarce según diferentes ritmos, que darían a entender el valor dinámico de algunos espacios o, al contrario, por presentación de imágenes, fijas y panorámicas, tomadas desde el mismo punto de vista, para llamar la atención del espectador sobre determinado elemento que magnifica el espacio.
A decir verdad, todas las posibilidades del cine, desde el travelling o cazcalcar (sic) de la cámara, hasta el zoom o paso súbito del gran angular al teleobjetivo, del plano a la sobreimpresión, no bastan para seguir la movilidad del espíritu en su beatífica contemplación, en las fronteras del conocimiento objetivo y de la visión interna. Mas, reconozcamos que se acercan a ellas de maravilla y que, manejadas por un egregio artista, podrían dar razón, con mucha eficacia, de las cualidades de una composición arquitectónica.
Recurso didáctico insustituible, el cine además podría consentir la difusión de una cultura arquitectónica. Esta es una de las tareas más urgentes,si pensamos en las muchedumbres que los asuetos lanzan a todas las rutas del mundo y que, para amoldarse a cierto consenso vulgar, vienen obligados a admirar obras arquitectónicas, que nadie les enseñó a entender. Ni las tarjetas postales, ni el derroche de fotos y de filmes de aficionado sirven para ilustrar el goce estético».
No se sabe si Auzelle conocía los textos de Robert Mallet-Stevens, que cuarenta años antes, ya había escrito artículos en los que proponía que el cine cumpliera esta misma función divulgadora de la arquitectura.
Jorge Gorostiza, arquitecto.
Autor del blog Arquitectura+Cine+Ciudad
Santa Cruz de Tenerife, julio 2015