El pasado diciembre de 2019 se ha publicado en Film and Furniture que, como indica su nombre, se dedica a todo lo que tenga relación con el mobiliario que aparece en las pantallas, una noticia insólita, que es un indicio más de cómo funciona nuestro mundo actual. La empresa Domeau & Péres ha puesto a la venta la copia de tres muebles que estaban en la Casa Arpel de Mon oncle: el sofá, el banco «daybed» («camadedía«) -según la denominación de esa empresa- y una mecedora, solo se han construido ocho ejemplares numerados y sellados de cada uno y se venden con certificado de autenticidad y contando con la distribuidora oficial Les Films de Mon Oncle. En esta noticia no se indican los precios de cada mueble, sino que para tener más información, se ha de contactar en privado con Film and Furniture.
Supongo que han visto Mon oncle -y si no lo han hecho, háganlo inmediatamente- pero si no la recuerdan, en ella Jacques Tati hace una divertida, inteligente y despiadada crítica del sentido estético de la burguesía de finales de los años cincuenta, que intentaba estar a la «última» construyendo chalés y comprando muebles con formas modernas, aunque no cumplieran con sus funciones y además en el caso del mobiliario, fuera muy incómodo, recuérdese que el protagonista inclina el banco antes citado para poderse acostar, quedando con la postura que podía haber tenido reposando en la «chaise longue» LC4 diseñada por Charlotte Perriand, Pierre Jeanneret y Le Corbusier, tal como aparece en el dibujo que hice hace ya muchos años para un artículo sobre la arquitectura y Tati.
En el texto publicado en Film and Furniture ya se advierte que estas piezas no son
«completamente prácticas»
y que han de
«ser vistas tal vez más como una obra de arte o escultura»,
nadie puede dudar que Tati era un artista -sin profundizar en este término-, pero sus diseños no pretendían ser en sí mismas las obras de un escultor, solo y no es poco, ser caricaturas de otros muebles que existían en ese momento. Por ello si alguien, seguramente con mucho poder adquisitivo, compra una de estas «piezas» y la coloca en su casa, difícilmente podrá usarlo para sentarse y solo le servirá para enseñarlo a sus amistades, como hacía la fatua y ridícula señora Arpel en Mon oncle. Lo que interesa no es el objeto, sino tener el dinero suficiente para comprarlo, y alardear de su posesión sin importar para qué y por qué fue creado.
Estoy seguro que a Jacques Tati le encantaría ver su muebles en las casas de ricos personajes del siglo veintiuno, tan estúpidos como los Arpel del siglo pasado.
Jorge Gorostiza, Doctor arquitecto.
Santa Cruz de Tenerife, diciembre 2019
Autor del blog Arquitectura+Cine+Ciudad