A vueltas como estamos siempre bombardeados con rankings y parametrizaciones de dónde se vive mejor y en función de qué, el debate en nuestros país vuela de Madrid a Barcelona, pasa por Zaragoza, Valencia o Bilbao, alcanza Sevilla o directamente estalla en una liga más vertical en la que juegan nuestros pueblos contra las capitales de provincias con la manida calidad de vida en boca de todos a todas horas. A veces, un viajero inteligente viene a decirnos lo que no queremos saber de las ciudades donde vivimos, señalando las virtudes y defectos de la capital y la capital condal, la una envuelta en una obra eterna que la somete a pertinaz y constante observación por parte de sus habitantes, la otra tan pagada de sí misma que ha olvidado su reciente conversión en ciudad low cost destino erasmus, spring breakers, turistas, modernos, jóvenes y artistas, mercaderes, comerciantes y visitantes de alguna de sus cientos de ferias y festivales.
Al norte de nuestra península, Europa reparte sus brotes verdes entre Estocolmo, que fue capital verde europea en 2019 y Hamburgo, con idéntico galardón un año después. Resulta divertido -sino grotesco o descorazonador directamente- que Murcia o Valencia se presentaran candidatas -obviamente no estuvieron entre las ocho finalistas. Quizá Pamplona o Vitoria tenían bastantes más motivos, no tanto Zaragoza, y desconocemos si Sabedell. Por suerte Madrid andaba ocupada con la carrera olímpica y olvidó presentarse de tal forma que evitó a sus habitantes el bochorno de volver a defender las verdes cualidades de su metrópoli que como sabemos se basaban en una concejal de medioambiente cuyo único mérito, además de ser la señora del ex-presidente del gobierno era disimular disimular con gracia entre los árboles los medidores de polución en los dos pulmones urbanos -el Retiro y la Casa de Campo. y un tráfico infernal sólo aliviado por la futura desaparición de las series históricas de contaminación por obra y gracia de la persona antes citadas, una calle 30 que quiso ser gran circunvalación y cambios de nombre dejando perpleja a la Unión Europea, que quiso sancionarla, y alguna otra fruslería como la ausencia casi total de red de carriles bici en el interior de la ciudad.
La diferencia con las ciudades verdes salta a simple vista. Mientras unas crecen a costa de consumir suelo, las otras lo hacen del lado de sus árboles y lagos, integrando el medio urbano en lo rural o natural -que estaba antes, que estuvo siempre- reclamando para sí situaciones intermedias como el rurban (rural+urbano). Algo de ello hay también en la Sociópolis valenciana cuyos huertos urbanos recuperan las antiguas acequias y zonas agrarias para integrarlas en el un conjunto de viviendas sociales que proyectaban conocidos arquitectos internacionales. Lamentablemente su construcción avanza muy despacio y algunos proyectos quizá no han entendido aquello de que
Al otro lado del Atlántico ciudades como Portland hace que tiempo que apostaron por el smart growth (crecimiento inteligente) lo cual implica relegar al automóvil en su papel como actor urbano secundario principal para primar un modo de vida conocido como slow movement que se complementa con manifestaciones de velocidad lenta y distancias cortas en torno a las comida como slow food, lo cual no implica que retrocedamos sobre nuestros pasos y volvamos a vivir en aldeas y comunidades autosuficientes, ni siquiera que debamos perseguir el sueño de Disney en comunidades como Celebration, sino simplemente reflexionar sobre los dulces conceptos del new urbanism y entender desde lo melancólico o ñoño como posturas radicales, pueden surgir formas de habitar respetuosas y necesarias si no queremos sucumbir a la Macdonalización y la Disneylandificación de nuestro tiempo y nuestros espacio.
Más allá de nuestras fronteras, años después de entender que las bicicletas no son sólo para el verano sino que son un medio de transporte más, el debate ha girado hacia nuevas cuestiones como la de evitar accidentes por la segregación de los espacio de circulación. Así, las comunidades en las que shared space (espacio compartido) trata de abrirse paso, no discriminan los vehículos en calzadas diferentes, sino que buscan la convivencia libre y respetuosa, incluso peatones, en una sola vía de uso múltiple en la que los medios y las distancias se retan frente a las conciencias, dejando así por resolver la cuestión de si la ciudad, tal como la conocemos en el s. XXI, es un lugar que el hombre puede llegar a controlar en favor de una sociedad inquieta y múltiple, o simplemente sigue siendo el escenario actual de nuestra velocidad y avaricia, disfrazando de ser urbano nuestro yo depredador.
bRijUNi architects (Beatriz Villanueva y Francisco Javier Casas Cobo).
Riyadh (Arabia Saudí), junio 2009