El concepto de Naturaleza, entendido como constructo cultural, ha sufrido múltiples transformaciones a lo largo de la historia. A pesar de ello, tanto sus definiciones como implicaciones han sido fácilmente clasificables en grupos homogéneos. No obstante, se aprecia una mayor dificultad para la definición del concepto de Naturaleza vinculado a la cultura contemporánea debido fundamentalmente a la radical transformación que aquel ha sufrido en el último siglo.
Si bien en la antigüedad el hombre se ha sentido como parte de la Naturaleza en convivencia con otros seres vivos, el positivismo y el pensamiento moderno trasforman su visión, definiéndose a sí mismo como la especie elegida para la dominación de la Naturaleza. Los avances científicos junto con el desarrollo industrial, que alcanza su máximo esplendor en los siglos XIX y XX, confieren al hombre una capacidad artificializadora de la que hasta ese momento nunca había gozado, explotando dicha capacidad sin ningún tipo de límite prefijado.
Como consecuencia de este proceso artificializador se produce una unión indisoluble entre la propia Naturaleza y el artificio producido por la actividad humana. Esto supone una radical transformación, al definir un nuevo concepto de Naturaleza en el que ésta ya no es un elemento independiente del artificio producido por la actividad humana.
Hasta mediados del s.XX, ambos conceptos de Naturaleza y artificio han mantenido una relación de independencia con distintos grados de distanciamiento. El Movimiento Moderno representa el grado máximo de dicho alejamiento, instaurando la oposición entre figura-fondo, naturaleza-artificio o paisaje-objeto como fundamento teórico común. No obstante, en la década de los 60 se produce una fuerte reacción de tipo cultural común a múltiples disciplinas, en las que el valor de la materialidad de los objetos producidos por el hombre se pone en cuestión, desviando el interés del arte hacia los ámbitos menos materiales. Surgen así nuevos movimientos artísticos tales como el Arte Procesual, el Arte Povera o el Land Art que descartan al objeto material como fin del proceso artístico para centrar su interés en procesos y relaciones que el objeto artístico establece con el observador y su entorno.
Es precisamente en esa misma década en la que la ecología reclama para si misma una función de mediación entre la actividad humana y la naturaleza, exigiendo, al igual que estaba sucediendo en otras disciplinas artísticas, la puesta en valor de los procesos que se establecen entre el objeto producido por la arquitectura y el medio en el que se sitúa, en detrimento de su propia materialidad como fin del proceso proyectual. Este posicionamiento de la ecología implica la aceptación del concepto contemporáneo de naturaleza, en el que la propia Naturaleza y el artificio forman un único sistema de relaciones.
Los procesos proyectuales empleados hasta ese momento, basados en el estatismo del objeto arquitectónico frente a un medio en constante cambio, dejan de tener vigencia debido a la necesidad de incorporar al propio objeto la incertidumbre y variabilidad presentes en su entorno, tratando de insertarse en él mediante la participación de los procesos que en él se desarrollan.
Es por ello que los nuevos mecanismos proyectuales suponen una transformación radical en el objeto de trabajo al centrar su atención en los procesos y no en los materiales que constituyen el objeto arquitectónico, transformando a éste en un “dispositivo que genere fenómenos” 1 y al arquitecto en un “gestor que proyecta procesos” 2.
El proceso de crecimiento y desarrollo de los elementos vegetales existentes en el entorno sustituye al proceso de construcción tradicional del objeto arquitectónico.
El proyecto arquitectónico define el proceso de calentamiento y la distribución del aire en el interior de las viviendas, así como su reversibilidad en función de las necesidades estacionales.
El proyecto arquitectónico define y materializa el proceso de “transpiración” de la edificación, mediante la condensación y expulsión del vapor de agua presente en el aire interior.
Las torres atrapanieblas generan un proceso de condensación, conducción y depuración del agua presente en las nieblas para su utilización en la fertilización de terrenos en el desierto de Atacama.
El desplazamiento del objeto de trabajo de la arquitectura desde el propio objeto material a procesos inmateriales de intercambio con el medio, requiere la integración del conocimiento y experiencia de todas aquellas disciplinas especializadas en el estudio de ambos elementos, natural y artificial. Se produce así un desplazamiento horizontal del conocimiento de aquellas disciplinas especializadas en el estudio y preservación del medio, tales como ecología, biología, genética o medicina, y aquellas otras especializadas en la creación de objetos y sistemas artificiales, tales como la arquitectura y el urbanismo, redescubriendo de este modo la Naturaleza como una fuente inagotable de conceptos, procesos y sistemas exportables al proyecto arquitectónico.
Manuel Costoya Carro, arquitecto
Murcia, diciembre 2011
Notas:
1 ITO, Toyo. “Paisaje arquitectónico de una ciudad envuelta en una película de plástico transparente”. (1992)
2 DÍAZ MORENO, Cristina; GARCÍA GRINDA, Efrén. “Atmósfera. Materia del jardinero digital”. (2004)
MÁQUINAS EN EL PAISAJE · Intrusiones
Creo que cada vez me llaman más la atención los paisajes industrales y
como realmente se convierten en máquinas insertadas en el territorio.
Máquinas tamaño 1000/1 de las que podemos tener por casa. Interesa en
gran parte la falta de diseño, a veces tan insulso, la sinceridad y
eficiencia que representan.
Muchos de estos artificios paisajísticos (véase también el post anterior)
fueron resultado de estrategias militares o logísticas y funcionan como
cadenas de montaje, torres de vigilancia, grúas, refinerías flotantes,
hangares o una mezcla de todos ellos. Son en este tipo de obras de
ingeniería donde se encuentran las propuestas más arriesgadas,
necesarias y desinhibidas, al más puro estilo Archigram pero de verdad y 50 años antes.
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Rafa
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