Habitualmente no suele haber una buena coincidencia entre el arquitecto que diseña y el arquitecto que escribe. Me refiero por supuesto a diferentes facetas en un mismo sujeto. Algunos arquitectos extraordinarios no han estado nunca dotados para construir con palabras lo que sabiamente conseguían construir con vacíos.
Y este es precisamente el quid de la cuestión.
Escribir tiene que ver con construir. Hay piezas, un ingente repertorio de piezas que se pueden ensamblar de forma y manera todavía hoy sorprendentes, emocionantes, plenas. Escribir tiene que ver con la construcción de un armazón. Como dice Alejandro Hernández Gálvez,
Armar con palabras, frases, textos y libros, no es asunto de pura y simple composición, o más bien la composición nunca es simple. Siempre va acompañada y muchas veces es excedida por lógicas y costumbres, por políticas e historias.1
Es montar, como decía, un armazón, que por separado no tiene el menor sentido, pero que aglutinado y relatado, adquiere una dimensión, a veces extraordinaria.
Por el contrario, pensar y hacer arquitectura es una actividad que se relaciona con la disposición estratégica de vacíos. La materia prima de la arquitectura es por tanto una sola, etérea, brutalmente inasible, radicalmente veraz. De esto ya escribí en uno de los primeros artículos que aparecieron aquí, la arquitectura es espacio, es aire encapsulado, es vacío.
La configuración de ese vacío, una configuración hacia afuera y un limitar hacia adentro es lo que dota de cualidades al espacio arquitectónico. En todo caso el revestimiento de ese materializar hacia afuera irradia unas cualidades complementarias a las cualidades intrínsecas del vacío por sí mismo. Las cualidades primarias del vacío vendrían dadas por su forma, su articulación, por las intrincadas relaciones entre vacíos superpuestos. Todas las decisiones posteriores vendrían a darse de forma subyugada a estas cualidades primarias. Hay una ventana aquí y allá para conseguir una lectura determinada del vacío. Hay un acabado específico en ese plano, un color en ese otro para conseguir una manera de leer lo vaciado. El vacío es así metafísico, la arquitectura en esencia es metafísica, y solamente su necesaria configuración es capaz de cosificar el vacío.2
Por tanto, no es tan fácil ni evidente que el escritor, un constructor, y el arquitecto, un vaciador, puedan coincidir de forma tan natural como habitualmente pensamos en una misma figura. Es más, se nota falta de pericia constructiva en los textos de muchos arquitectos, habituados a vaciar más que ha construir.
Hay excepciones, por supuesto, pero quizás no tantas como podría pensarse.
Podemos aceptar que el verbo principal de ambas actividades es el mismo, construir, pero la materia prima de ambas construcciones son significativamente opuestas. La escritura se dota de palabras tangibles, pesadas, históricas, como alude Hernández Gálvez. La arquitectura solamente tienen una sola materialidad, la materialidad del vacío.
Paradójicamente el resultado de construir con palabras es un edificio relativamente ligero y frágil. Un libro es objetualmente algo pequeño, que incluso podemos dejar olvidado en cualquier rincón. La arquitectura, por el contrario, se acaba expresando en algo pesado e inquebrantable. La arquitectura es un vacío rotundo. Es imposible dejarse olvidada una arquitectura, perder el objeto accidentalmente.
Muchos de los arquitectos que saben construir, han vaciado poco, y al revés, muchos maestros del vaciado, construyen con palabras de forma irregular.
Los hay que saben tanto amontonar de forma genial las palabras, como ordenar y emocionar con los vacíos proyectados. Quizás no existan muchos, pero existen.
Pienso ahora mismo en Siza, Moneo, Zumthor, por citar algunos vivos. En Le Corbusier por citar al eterno.
Miquel Lacasta Codorniu. Doctor arquitecto
Barcelona, Abril 2015
1 Hernández Gálvez, Alejandro, Palabras para Armar, texto introductorio de Armada de Palabras. Provocaciones arquitectónicas. Traducción de los textos de SCOTT-BROWN, Denise, Having Words, Editorial Arquine, México DF, 2013
2 Ver, «Del Vacío de la Arquitectura» de Miquel Lacasta Codorniu