Últimamente se está hablando en la red de la posibilidad de sobrevivir, no ya como arquitecto, autónomo, sin contrato, etc, que ha pasado a convertirse en algo incluso que envidiar, sino como estudio de arquitectura. Una quimera, según se mire.

Por un lado, están los que opinaban que las estructuras artesanales y caseras podían ofrecer un alto grado de satisfacción al cliente en tanto en cuanto respondían de forma personalizada y cuidadosa, con productos arquitectónicos (perdón por la expresión) de alta calidad aunque en plazos no demasiado breves. Estas estructuras, en caso de proliferar como han hecho, sólo servirían, en nuestra opinión, para aumentar la competitividad malentendida ya que para el cómputo de gastos no se están teniendo en cuenta los necesarios espacios para trabajar (ya sean en alquiler o en propiedad convenientemente amortizada a lo largo de los años), los salarios de los socios o los gastos (compartidos con la propia vivienda) de agua, luz y comunicaciones, que pasan a imputarse al dueño del salón-comedor desde el que se ejerce la actividad. Es la estructura de trabajo de «empate a cero» en la que se ejerce sin ganar ni perder -en teoría- cuando en realidad en la práctica lo cierto es que se está poniendo dinero.
Por otro, encontramos los que reclaman frente a esta actitud romántica de ejercer la profesión a toda costa, el ponerle números a todos los gastos y estimar si realmente merece la pena seguir haciéndolo o, por el contrario, alquilar una vivienda menor y ahorrar el dinero de trabajar en un salón que no cumple sus uso sino como estudio-oficina. Optar por esta situación llevaría sin duda a la desaparición de muchos estudios que trabajan desde hace años ya sea haciendo currículum, sembrando para después recoger, trabajando gratis o casi para imposibilidad de trabajar en otra cosa, ya sea por falta de ganas o por falta de oportunidades.
Entre medias, siguen existiendo los despachos que con una estructura piramidal (muchas veces de sólo dos filas: el jefe y el resto) imitan a los estudios de ingeniería, en cuyo caso facturan por horas siempre que pueden, cumplen plazos para no entrar en pérdidas y se rigen usando como mínimo plantillas excel para controlar todo lo anterior, o, de nuevo siguiendo un patrón artesano obsoleto y caduco, entienden la arquitectura como un oficio art&crafts donde no importa tanto lo económico sino simplemente el resultado que se ofrece a la sociedad o al usuario a costa de los honorarios propios, el sacrificio de la vida personal propia y la de los subordinados de paso.
Frente a lo anterior, también afloran, con no demasiado éxito económico por ahora según nos cuentan los propios interesados, estudio con vocación asamblearia y estructuras horizontales donde muchos iguales (a priori) comparten tareas que se auto-asignan voluntariamente en función de sus habilidades y su disponibilidad para luego repartir proporcionalmente a las horas trabajadas los ingresos obtenidos y donde el problema aparentemente es el exceso de celo por el trabajo bien hecho unido a la escasa remuneración de los trabajos de arquitectura (junto a su creciente complejidad en materia normativa).
Transversalmente en todas las opciones anteriores y con un mayor o menor presencia aparece con demasiada frecuencia entre las expresiones del arquitecto manido y auto-complaciente «nos lo pasamos bien» que hemos oído, y probablemente también dicho, hasta el hastío en compañeros, amigos y desconocidos, siempre arquitectos. Por desgracia, cuando «nos lo pasamos bien», no estamos alejándonos de la figura del arquitecto-héroe que trabaja hasta la extenuación para imponer su criterio al mundo, incomprendido, solo, sin más aliento que el de su propio convencimiento.
En este TED talk, Bjarke Ingels habla del asunto del párrafo anterior entre el minuto 1.4 y el 2:
Estando así las cosas, nos preguntamos si la profesión y las personas que la ejercemos seremos capaces de abandonar, por un lado, la estricta percepción romántica de nuestro trabajo, para convertirlo en algo rentable, y por otro, la endogámica, embelesada y patética presunción de inocencia y genialidad que de hecho ya nos ha abandonado, para dedicarnos, también a asuntos a los que no les hemos prestado atención en años como son las instalaciones, las estructuras, la organización de las obras y las empresas y los asuntos legales, entre otros, de tal forma que a algunos de los 50000 arquitectos que ya somos les vaya un poco mejor, convirtiendo nuestro hobby, de paso, en un trabajo rentable.