La adaptación muchas veces podría descontextualizar el espacio -desde el momento- que ocupamos, los lugares nos habitan, y no siempre somos nosotros quienes los habitamos.
A medida que ocupamos un lugar es cuando contrastamos nuestros actos con nuestra capacidad de adaptación. Ese espacio o lugar se va amalgamando a nuestra escala y dimensión, nos va delimitando, se va adaptando a nuestro espesor, a nuestra holgura, a nuestra capacidad de ocupación. Y así en silencio va asumiendo lo que somos, lo que ahora somos cuando habitamos.
Muchas veces esas muestras de habitar posponen esa lectura que en nuestra mente vive acostumbrada lo habitual, a lo que el espacio y mundo está acostumbrado a tenernos, generando una lectura paralela
“de una apariencia visual extraña”.
Ese lugar que ocupamos tiene como protagonista ya no el objeto o lo que somos, sino la amalgama de aquello que se acaba de fraguar y fundir entre ellos, originando un nuevo contexto (físico – espacial); de lo que el espacio es ahora y de lo que el instante acaba de crear.