Han pasado ya algunos años, desde que la arquitecta Adriana Bisquert acuñó el término “sostenibilidad afectiva”. Término ligado “al urbanismo de los afectos” y a la visión de las mujeres, depositarias de estos sentires y conocedoras de la sabiduría implícita de la ciudad, gracias a su relación próxima y cotidiana con el espacio. Fue un enfoque nuevo y ciertamente revolucionario en la planificación urbana basado, en parte, en la Carta de las Mujeres y la Ciudad promocionada por la Comunidad Europea en 1997. Sin embargo, todavía falta poner este término verdaderamente en práctica. Contar con él y con lo que significa, para intervenir participativamente en el diseño de nuestras urbes actuales.
Para llevar una vida sana, feliz, activa e igualitaria necesitamos lugares que nos acojan afectivamente, con los que podamos sentirnos identificados y que, al habitarlos, los podamos incorporar a nuestro ser mas íntimo. Y nos referenciemos con ellos de manera individual o colectiva, considerando a la ciudad como “la casa común”.
Habiendo comprendido el mensaje del párrafo anterior, ahora es cuando entramos a explicar lo que significa el término “urbanismo de los afectos”.
Este término quiere decir que se hace imprescindible humanizar la ciudad. Quiere decir que no solamente se han de utilizar parámetros arquitectónicos, económicos, sociológicos, técnicos o estadísticos para llevar a cabo un planeamiento urbano nuevo o la revisión de uno ya existente. Quiere decir que también es necesario contar con esa pulsión de “vida” que requiere la ciudadanía, con la poesía de lo cotidiano, con la belleza o con el alma de la ciudad, su espíritu acogedor.
Y ahora es cuando entran los grupos de mujeres. Con su “sostenibilidad afectiva” a cuestas.
La sostenibilidad afectiva sostiene y traslada toda la riqueza de lo femenino al diseño de las ciudades. También valora “sus saberes” como necesarios, porque pueden abrir de par en par las puertas de lo que hasta ahora no se había incorporado al urbanismo moderno. Trata también de encontrar un nuevo modelo con sus mecanismos que equilibren la vida laboral, la familiar y la personal, repartiendo derechos y deberes, espacios y tiempos. Y finalmente entiende el diseño de la ciudad como expresión de un sentimiento de amor a la vida. Avanzando, investigando, progresando y engarzando ideas, pensamientos y acciones para lograr, con la participación de todos los colectivos que lo deseen, el diseño de una nueva ciudad donde se valore el afecto, la relación entre las personas, lo lúdico y lo participativo.
Para que así sea, es necesario repensar y humanizar la ciudad utilizando las nuevas tecnologías como herramientas de apoyo y las redes como plataformas sociales. Con una planificación que fluya horizontal, ágil y transparente.
Porque somos muchos los que aspiramos a ciudades flexibles tanto en la forma como en el fondo. Ciudades abiertas en sus inter-relaciones, igualitarias en sus derechos y oportunidades, humanistas en su concepción y transparentes en su gestión.
La sostenibilidad afectiva, involucrando a la ciudadanía y utilizada como parámetro universal, esencial y poético es nuestra aportación al hermoso mundo del urbanismo sostenible.
Cristina García-Rosales. arquitecta
madrid. noviembre 2011
DUALIDADES PARA UNA CIUDAD CAMBIANTE (y 4).
La ciudad viva
Es evidente que las estructuras socioculturales están en evolución, y este movimiento no tiene aspecto de parar. Pero es que, fundamentalmente, nuestra cultura propone un valor, el respeto a la minoría que, por sí solo y sin necesidad de recurrir a la estadística, debe bastar para proponer espacios válidos para concepciones culturales y vitales distintas a las imperantes o mayoritarias.
[…]
http://goo.gl/nbQdNu