“Así como el primitivo cazador-recolector obraba en completo equilibrio con todo su entorno, el recolector de información del presente está volviendo al concepto inclusivo de «cultura». En este nuevo mundo nómada y «sin trabajo», nuestra cantera es el saber y la comprensión de los procesos creativos de la vida y de la sociedad”.1
Otra vez, espacio y tiempo. Parece ineludible pensar nuevamente dicho par dialéctico en este momento, cuando la noción temporal se ha elastizado y la condición del afuera nos conduce forzosamente hacia adentro. A gran velocidad.
A lo largo de la historia, las revoluciones tecnológicas se alimentaron de la naturaleza evolutiva del ser humano, de su capacidad única para generar conocimiento y de su exhaustiva voluntad por alcanzarlo. Las transformaciones del hábitat grafican el desarrollo urbano como un vector lanzado al futuro que se dirige sin concesiones aparentes a la universalmente aceptada perspectiva 2050: un mundo donde el conjunto de residentes urbanos duplicará a los valores actuales, alcanzando el 70% del total de la población mundial sobre un estimado total de nueve mil millones de habitantes en búsqueda del deseado equilibrio.2
El arco evolutivo desplegado desde los primeros ordenadores a la compleja infraestructura inteligente de la actualidad, ilustra la aceleración informática de las últimas décadas, proceso que no solo imprimió mayor vértigo a la ecuación general, sino que generó la ampliación del campo de acción antropológico derivando por un lado en una red global de alcance cuasi universal y, en sentido individual, en el concepto híbrido de humanidad aumentada, proporcionado nuevas formas de percepción de la realidad y con ello, nuevas interpretaciones de los modos de habitar.
El alcance de las redes informáticas es amplio y diverso, y cuando se orienta al proyecto urbano o al uso y administración de su espacio público es comúnmente englobado bajo el rótulo de Smart Cities, pero
¿qué tan inteligentes podemos ser?
Información en tiempo real, mediciones ambientales, controles de seguridad, monitoreos de movilidad o, como se ha visto recientemente, sistemas complementarios para el manejo sanitario, son herramientas cada vez más poderosas que se valen del Procesamiento en la Nube (Cloud Computing) y de la Internet de las Cosas (IoT) para extraer y procesar los datos obtenidos, redefiniendo los límites de privacidad, propiedad y participación ciudadana. En tiempos de distanciamiento y confinamiento social, nos enfrentamos a la realidad que supimos construir mientras que los índices de desigualdad nos recuerdan aquello que aún no. Cuando el devenir se vuelve virtual, parece entonces necesario analizar qué tipo de inteligencia ciudadana debemos profundizar e incentivar la consolidación de espacios públicos urbanos de calidad y escala humana que interactúen positivamente con el entorno natural, el espacio privado y una trama apta de infraestructuras, definiendo así una red social analógica efectiva y afectiva.
La aceleración de los cambios recientes ubica a la variable biológica como motor del impulso tecnológico: la carrera científica que hoy intenta aplacar la incertidumbre viral, derivará probablemente en el futuro conocimiento que consolide de manera definitiva la Revolución Científico Tecnológica, todo ello en un espacio temporal condensado por la presión de los acontecimientos; también se vislumbra como motor del impulso urbano: la ocupación actual de las ciudades puede calcularse alrededor del 3% de superficie de la tierra pero sus consumos energéticos abarcan entre el 60 % y el 80% de los recursos y concentran el 75% de las emisiones de carbono3; como contrapartida, al preservar la solidaridad del sinesismo4, las ciudades son reservorios de pluralidad social, cultural y económica, estímulos potenciales de participación transversal y vertientes universales de información y conocimiento, pudiendo aportar desde su diseño, gestión y gobernanza a la proliferación positiva del ecosistema; después de todo, el 99,7% de la biomasa es vegetal y solo el 0,3% corresponde al reino animal, incluida la especie humana5.
Sabemos que la ciudad que se desgarraba en suburbios6 será un mundo que se desgarre en ciudades; sabemos también que debemos proyectar cuáles serán sus condiciones de habitabilidad, cómo despresurizar la tensión entre globalidad y localidad, qué vínculos de sostenibilidad establecer con el medio ambiente y cómo incorporar favorablemente las nuevas tecnologías en función de impulsar un espacio público virtuoso que actúe como plataforma física de acontecimientos socioculturales y en beneficio de sus ciudadanos.
Entendiendo que el espacio y tiempo de las ciudades es el mismo que el de la naturaleza, el marco de dicha convivencia debe ser aumentado sensiblemente intentando aprehender todas las relaciones y procesos creativos que en él intervienen; el exponencial progreso de la sociedad del conocimiento debe favorecer dicha coexistencia y para ello debemos garantizar paralelamente el hardware que lo sostenga; abordar con sistematicidad el porvenir, es una de las capacidades únicas del proceso cognitivo humano.
Aún cuando hay fronteras que hoy parecen infranqueables, es válido y necesario establecer condiciones superadoras que permitan cruzarlas y saber que será allí donde deberá manifestarse nuestra identidad; entonces
¿qué tan inteligentes podremos ser?
Roberto Cides. Arquitecto
Junio 2020, Argentina
Notas:
1. Marshall McLuhan, Comprender los medios de comunicación (Barcelona: Paidós, 1996), 154
2. ONU, Objetivos de desarrollo sostenible, (2015), Obj, Nº11
3. ONU/FAO, Global Landa Cover-SHARE, (2014)
4. Edward W. Soja, Postmetrópolis, (Los Angeles: Blackwell Publishing, 2000), 41-45
5. Stefano Mancuso & Carlo Petrini, Biodiversos, (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2016), 14
6. Jorge Luis Borges, Sur, extraído de Ficciones, (Buenos Aires: Emecé, 1956), 84