Santiago Catalán, que desde pequeño anduvo al lomo del mundo y de sus gentes, decidió un buen día venir dar en Chairego -y no solamente por razones de consorcio conyugal- con la naturalidad de quien sabe que vuelve pisar, ahora con los pies del cuerpo, las losas de tantos caminos antes solamente imaginados. Y así, con la confianza de los que ya son de la casa, viene hoy ofrecérsenos aquí, en el núcleo de la Tierra Cha, dejando que surjan desde el interior de ese profundísimo espejo que es la pintura un sinfín de íntimas promesas que reflejan un mundo de ideas por encima de las imágenes, de sentimientos antes que figuras, de deseos por delante de la línea y del color. Catalán es un pintor ciertamente agradecido para aquellos que carecemos de autentifico criterio para opinar de pintura y que nos sabemos incapacitados para entrar en el laberinto de su crítica. Y es así porque su trabajo estimula a ese Freud pequeño que todos llevamos dentro e invitación al escritor a moverse por espacios que le son más propios y en los que disminuye considerablemente el miedo a resbalar y, sobre todo, la dañarse en la caída.
«Pinto mujeres porque eso es lo que me sale..”, avisa el artista y así lo comprobamos los demás, quien sabe si disponiéndonos a caer en el pedante ejercicio de le procurar motivaciones de carácter más o menos enrevesado a un comportamiento que, después de la explicación por él confiesa, resulta obvio y no precisa de mayores aclaraciones. Quizá podríamos singularizar el sustantivo: Santiago Catalán pinta –o siente que debe pintar- la mujer. Y no solamente el hueco del género humano sino el hueco de todas las especies, la que posee la capacidad genial de sugerir en los demás cada gota de vida nueva antes de concederla por entero.[…]
Paco Martín
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