Lecturas en lo común
La arquitectura surge de una forma de conocimiento compartido que va más allá del objeto arquitectónico. Así mismo la ciudad, puede ser entendida como el ámbito de relaciones entre arquitecturas, individuos y naturalezas. Todo el conocimiento acumulado sobre estas relaciones triangulares, del edificio al individuo, del individuo a la naturaleza y de la naturalezas al edificio, vendrían a formar el core del conocimiento estructurado sobre lo que ampliamente llamamos arquitectura.
Hoy día, este conocimiento empieza a reventar por las costuras dentro del estrecho margen que de forma conmutativa se ha venido estableciendo entre arquitectos y sociedad, o entre urbanistas y sociedad. Más que nunca es necesario abrir la disciplina, y por tanto el ámbito del conocimiento común, a geógrafos, sociólogos e ingenieros, como mínimo.
Por tanto es de sospechar, que de así hacerlo, el ámbito de lo común experimentará un crecimiento enriquecedor de ideas y potencialmente, de nuevas relaciones.
Toda esta ampliación del ámbito de lo posible, lo imaginable, lo esencialmente inscrito en lo proyectual de la arquitectura, deberá replantear al final de un largo proceso, la pregunta sobre cuales son las herramientas propias del arquitecto, con el fin de adaptarlas a nuevos retos y nuevas capacidades.
Y todo ello sin que cambien algunas cosas que perviven en el código genético de la actividad proyectual, es decir, todo ello sin que la arquitectura pierda la capacidad de ser la sustancia de las cosas esperadas, la evidencia de las cosas que no se ven, según la poética frase del crítico italiano Edoardo Persico.
Los espacios que activan lo común, ya sean estos públicos o privados, de uso particular o colectivo, deberían privar como objetivo la jerarquía de decisiones de lo urbano y lo arquitectónico. Hay por tanto que dejar definitivamente atrás voluptuosidades gestuales que en su raíz no provienen por definición de la producción colectiva del conocimiento de la arquitectura, y abrirse a lógicas post-fordistas relacionadas con un modelo productivo que pone a trabajar en una misma dirección todas las facultades que caracterizan el animal humano, tales como el lenguaje, la imaginación y el afecto. Cabe aquí insistir en el hecho que mientras un edificio, u otro producto del diseño, es una forma definida y finita, su proceso de producción y su uso, es una realidad que no puede ser reducida a un único objeto o a la autoría de un solo despacho o arquitecto individual.1
En esta simple y a la vez contundente afirmación se encierra el origen de la relación social entre la arquitectura y la sociedad en la que se desenvuelve, más aún, como sigue Aureli, solamente cuando el lenguaje arquitectónico asume en su apariencia estética la realidad de lo común, esta será una verdadera manifestación de una arquitectura potencial.
De ahí la idea de que la arquitectura, desde su origen hasta sus estructuras codificadas, es una disciplina ambigua, en tanto que cada objeto singular de arquitectura es algo más que un simple edificio. La arquitectura es una disciplina que lentamente emerge de las necesidades, incorporada a lomos de otras disciplinas, construida desde otras arquitecturas precedentes, y siempre necesitada de definirse a sí misma en relación al papel que juega en la sociedad. Para ello debe focalizar su especificidad, en tanto que se mueve envuelta, asumámoslo de una vez, entre en una variedad enorme de conocimientos que la hace posible, proveniente de otros campos del saber. En este sentido, la arquitectura tiene la capacidad de configurar su propio conocimiento que trasciende la pura suma de las partes que la conforman.
En otras palabras, su capacidad generativa, su fuerza para crear nuevas realidades y su potencial de transformación, es precisamente lo que la convierte en una disciplina en mutación continuada. Visto desde otro ángulo, la creencia que la arquitectura es en sí misma, es decir que revierte solamente para sí, ha creado los monstruos nacidos de aquella pesadilla.
Su condición fundamental es la interacción de conocimiento respecto a muchas otras disciplinas adyacentes. Se comporta como un artefacto simbiótico que vive y se define de lo otro para crear lo propio. Y esa es su fuerza. Bebe de las fuentes de la comunidad para devolver una transformación en lo común. Visto así, la necesidad de incorporar desde sus inicios la relación con esas otras disciplinas se convierte en algo de vital importancia. La arquitectura no es una disciplina autónoma en su generación, lo que no equivale a decir que no es capaz de crear un pensamiento autónomo. La arquitectura digiere todo aquello que la envuelve y produce un cuerpo de conocimiento estructurado y disciplinar unívoco. La arquitectura no es solamente construir. En su propia construcción, ejecuta tanto la repetición como la innovación, y estas acciones combinadas requieren y expresan una serie de decisiones críticas que nunca son inocentes. La arquitectura es un acto material crítico.2
En esencia el retorno fundamental de la arquitectura a la sociedad viene a ser ese acto material tamizado por decisiones críticas. Y estas decisiones tienen por origen multitud de lugares y formas del conocimiento de otras disciplinas, incluidas la arquitectura misma.
Visto así, este movimiento de despliegue y repliegue que conforma la arquitectura debe por fin asumir su necesidad de relación con todo lo otro que la atañe.
Si a toda esta base de re-conocimiento que se supone que es la arquitectura, le sumamos el vector tiempo, es decir, no solamente se desenvuelve en el tiempo presente, sino que también se vehicula a partir del tiempo pasado, el de su historia, y se proyecta sobre el tiempo futuro, su potencialidad, la cosmogénesis del conocimiento arquitectónico se acaba de dibujar como un ecosistema de altísima complejidad sometido a innumerables datos y saberes, del que se espera una respuesta adaptada y adaptativa de las necesidades en constante mutación, producto de una sociedad en transformación continuada. En realidad la arquitectura, lejos de ser algo sólido y fijo en el tiempo, debe comportarse como si fuera un móvil gigante, como una especie de enorme pieza de Alexander Calder, donde una leve brisa pone en juego mecanismos de mutación en todo el cuerpo orgánico que la constituye, haciéndola avanzar sin remedio.
Lo común, deja de ser en definitiva una aspiración bienintencionada de pensadores y arquitectos con mala consciencia, sino todo lo contrario, es una afirmación que siempre ha estado en la raíz de su génesis, y que tras una cierta temporada de amnesia, vuelve a la carga, reforzando tanto su condición de necesidad, como su ambición de servicio.
Miquel Lacasta. Doctor arquitecto
Barcelona, junio 2013
Notas
1 AURELI, Pier Vittorio, The Common and the Production of Architecture, Early Hypotheses, en Common Ground, A Critical Reader, Ed. David Chiperfield, Kieran Long and Shumi Bose, Marsilio Editori, Venezia, 2012.
2 STOPPANI, Teresa, A Conversation of Many, en Common Ground, A Critical Reader, Ed. David Chiperfield, Kieran Long and Shumi Bose, Marsilio Editori, Venezia, 2012.