Somos vestigios de aire, soplos de viento, rasgos de polvo, somos lo que aún no hacemos de nosotros mismos; quizás estemos hechos de lo que dejamos de ser para volver a ser, para descubrir de lo que estamos hechos. El tiempo, aliado infatigable de nuestra hechura y confección, somos la medida de nuestra justificación de ser.
Somos parte de lo que somos y de lo que aun estamos por ser, somos testigos imborrables de nuestras señas, de nuestros pasos por el mundo; somos ese rastro del pasillo que deja de ser entre las habitaciones para conformar un nuevo contorno, limite de nuestras vivencias.
Somos lo visible de nuestros actos, somos lo que se ve de nuestro asomo por habitar, de nuestros anhelos silenciosos ignorando -a veces- ese mundo que nos empuja a construir nuestro pequeño universo quedándonos muchas veces con el halito de la vida que nos ve habitar, sin mucho espesor, sin límites, sin coincidencias, de esas que quizás ignoramos y que la vida nos procura con mucho esfuerzo.