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Habitar hasta abolir la incertidumbre, hasta agotar los límites de nuestra desidia, hasta ver la quietud del agua que de madrugada intenta levantar la mirada para incorporarse a la secuencia del viento que le habla con ondas.
Habitar el espesor es ser cómplice de los límites del espacio y a su vez parte de ellos, es acortar las distancias entre lo que queremos ser y lo que aún no somos. Es no ser aun parte de la vida de ese límite, sino un expectante de ese anhelo.
Habitar el espesor es reconocer que nuestras costumbres se han adaptado a la naturaleza de nuestros actos, y que se han rendido al tiempo con la calma con la que las que el viento va repasando una a una las hojas secas que cubren lo verde del jardín.
Habitar el espesor es dejarse habitar por la vida, por la pátina que el viento hace de ella, por el moho que intenta revivir el mortero entre los ladrillos, por la niebla -amiga del rocío- que intenta ocultarnos tras los árboles, hasta que en un descuido hace aparecer la arquitectura que es quien finalmente nos acusa, es esa que intenta devorarnos hasta ser parte de ella, permaneciendo vivos en el espesor de su mirada, de su cuerpo, de su luz, de su vida.
