Está extendida la idea de que todo el esfuerzo creativo de tres décadas se invirtió en solucionar el acuciante problema de la vivienda, que supuso el levantamiento de barrios enteros a base de edificios de nulo interés arquitectónico, grises y desangelados: un paisaje que en el extranjero se identificó con la uniformidad que creaba el comunismo.
A este periodo se le llamó Modernismo soviético y fue inaugurado por Jruschov en un discurso de diciembre de 1954. Representó, a su vez, una tímida apertura estética. No obstante, pese a su mala prensa, no todo lo que se construyó es olvidable. En la periferia soviética, por ejemplo, los arquitectos pudieron respirar un aire menos viciado, expresiones de los rasgos nacionales e influencias que se filtraban desde el otro lado del Telón de Acero.
El resultado refleja el cúmulo de identidades que representó la Unión Soviética e incluye casos sorprendentes y originales de edificios sin parangón que, en su mayoría, siguen siendo desconocidos.
La idiosincrasia de este periodo hermético fue el tema central de una exposición titulada Soviet Modernism, Unknown History producida por el Architekturzentrum de Viena. De ella hablamos con Vladímir Belogolovsky, arquitecto y comisario ruso afincado en Nueva York, fundador de Intercontinental Curatorial Project.
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Ferran Mateo