El número cero nos parece algo tan obvio que no nos imaginamos vivir sin él. Forma parte de nuestra forma de contar, de numerar, de entender el mundo y de vivir, y nos parece algo consustancial con nosotros, elemental y evidente. Sin embargo es de una sofisticación extrema.
Los griegos y los romanos, que eran tan listos, jamás intuyeron su importancia. El cero era la nada, la no existencia. Por lo tanto, no servía para nada y no se tenía en cuenta. Bueno: Ni los griegos, ni los romanos, ni los cristianos medievales… Hasta hace cuatro días no lo hemos adoptado en nuestras vidas.
¿Qué es para nosotros el cero? El vacío, la nada. Sí. Pero sobre todo es un hueco. (Y ahí entendemos hueco como sitio -hacer sitio-, como espacio, como vacío, como casilla, como…).
Mejor lo diré con un ejemplo: El 0 no es nada, pero no es lo mismo el 0 de 106 que el de 160, ni tampoco es lo mismo que no lo haya: 16. Tampoco son iguales 1600 y 10000000006. Las cifras significativas de estos ejemplos son el uno y el seis, pero no podemos decir que el cero no sea nada o que no sirva para nada. El cero tiene el inmenso poder de poner al uno y al seis en distintos sitios, y con valores muy diferentes.
Esto lo entendí de niño mirando cualquier contador de números (especialmente el cuentakilómetros del ochocientos cincuenta de mi padre, pero también la caja registradora de la panadería de Fernandito). En aquella época eran analógicos y mecánicos, y su funcionamiento se entendía y se intuía perfectamente; no como ahora, que los números aparecen como por ensalmo sin que sepamos de dónde han salido.
En aquellos contadores de mi infancia una rueda mostraba sucesivamente las cifras: 3, 4, 5, 6… y después del 9 iba el 0, pero esta cifra tenía la curiosa propiedad de tener algún ganchito, pestaña o lo que fuera que arrastraba la siguiente rueda en una posición. Esto hacía que si el número era, por ejemplo, 128, después el 8 se convertía en 9 (129) y después el 9 se convertía en 0, pero ese 0 hacía que a su vez el 2 se convirtiera en 3. Fantástico.
La segunda rueda, que ahora estaba en el 3, necesitaba muchos y muchos giros de la rueda de su derecha para llegar laboriosamente al 9, y del 9 al 0 y arrastrar a la de su izquierda, que pasaba de 1 a 2 y era verdaderamente muy, pero que muy lenta.
Una obviedad, ya lo sé. Eso nos parece ahora, pero aunque muchos usaron el cero antes, no se generalizó por estos lares hasta más o menos el Siglo XV. Tan obvio no sería. (¿Os habéis preguntado alguna vez cómo multiplicaban los romanos? Mucho cálculo, mucho trazar un acueducto de cien millas con una pendiente uniforme y perfecta del 2%, pero a ver cómo hacían CXLVII por XIII).
Nuestro sistema de numeración de las ruedecitas del cuentakilómetros del ochocientos cincuenta de mi padre, que tan lógico y perfecto nos parece, se lo debe todo al cero, y a su curiosa propiedad de arrastrar a la ruedecita de la izquierda.
No quiere esto decir que las demás cifras no ocupen sitio. En el número 222 cada 2 vale diez veces más que el de su derecha. O sea, que lo que cuenta es el sitio para cualquier cifra, pero lo único que quiero resaltar es que el 0 indica que ese sitio, ese «nivel», está vacío, pero que no por ello es despreciable ni suprimible. Al revés: es obligatorio mantener ese hueco para que las demás cifras se entiendan.
Es como los silencios en la música: Fundamentales para que se entiendan y valoren los sonidos. El cero, como el vacío en las esculturas de Jorge Oteiza, es la elocuente presencia de una ausencia. Es una ausencia clamorosa y que sirve para coordinar y valorar todo lo demás.
Igual que en el número 605 el cero no es nada, pero sirve para poner en su verdadero valor al seis y al cinco, os propongo pensar un momento en los ceros de la arquitectura. Espacios cero: bien espacios vacíos o bien espacios no significativos o no evaluables, o tal vez no cualificados suficientemente, pero que sirven para poner en valor los espacios protagonistas.
Al mismo tiempo que decimos esto, tenemos que tener en cuenta que el espacio vacío (igual que el cero) no es -ni para Oteiza ni para la física moderna- un espacio previo, una existencia «antes del espacio», sino un resultado final, relativo a los objetos. Son los objetos los que manifiestan y ponen en valor los vacíos, igual que son las cifras significativas las que manifiestan y ponen en valor los ceros.
De este modo, podríamos considerar los ceros de la arquitectura. Serían los espacios de transición, espacios humildes, espacios residuales, espacios pobres, pero necesarios para que los espacios principales no sólo se luzcan, sino que funcionen.
Espacios tontos, ceros, nada, intersticios, puf, bah, pero sin los cuales no habría arquitectura.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · Junio 2015
Nota.- Si os apetece, podéis leer este texto, mucho más elocuente y documentado que el mío, que se titula «El cero de Shakespeare» (clicadlo) y es uno de los capítulos del libro La poesía de los números, de Daniel Tammet.