Dejarse habitar por todo aquello que persigue al recuerdo, por todo aquello que nos da la mano cuando el vacío de lo que somos no vuelve a componer, por el espacio amplio – donde todo cabe- de nuestra conciencia, por ese lugar que creamos con nuestras limitaciones; por ese dejarse habitar hasta donde llega la mirada imaginada.
Por ese lugar confinado sin palabras, por ese espacio inconcluso, por esa imagen acompasada por ruidos que solo fungen como testigos en el silencio del papel.
Dejarse habitar por ese horizonte débil, poco nítido, ensayado muchas veces por los colonos al establecer sus dominios, por esa línea ausente que resuena con nuestro eco, por ese espesor que muchas veces es el espacio que revela nuestra infancia, nuestra escala, nuestra grandeza.