Pitágoras es uno de los sabios más sabios de la historia de la humanidad. (Perdón; con mayúsculas: de la Historia de la Humanidad).
Aparte de su famoso teorema, que todos conocemos, y que hay quien dice que no es suyo, sino de su discípulo Híspaso de Metaponto (y otros señalan que es muy anterior, y que ya lo utilizaban los egipcios), su figura, su obra y su pensamiento abarca mucho más y tiene mucho más alcance, mucha más repercusión y mucha más transcendencia de lo que pensamos.
Se le considera el primer matemático puro, y tuvo una cabeza prodigiosa. Fue un genio en la concepción y en el descubrimiento de la estructura y la función de los números, en la cosmovisión, en la idea de los intervalos musicales, en los primeros conceptos geométricos… Pero no le gustaban las habas.
Vale. Qué tontería. Pues no le gustaban las habas. No pasa nada. A mí no me gusta el queso. ¿Y qué?
Ya; pero es que en el caso de Pitágoras la cosa fue bastante más grave: Fundó una secta filosófica basada, entre otras cosas, en el odio a las habas.
Esta «Escuela Pitagórica», que también podríamos llamar -¿por qué no?- «Escuela Antifábica» (por no decir ἀντ-φάσηλος, que me he sacado de la manga y de un traductor automático español-griego antiguo) mezclaba ideas científicas, religiosas y esotéricas, y se basaba en varios principios muy importantes y trascendentes. Por ejemplo:
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- La dualidad entre el bien y el mal, entre el alma y el cuerpo. («El cuerpo es la tumba del alma«).
- Por lo tanto, la necesidad de una continua purificación moral.
- Los números son la materia de la que está hecho el mundo.
- Las mujeres tienen relevancia y son iguales a los hombres en dignidad y derechos.
- Las habas son el mal. Vamos: no ya el mal, sino lo puto peor de lo peor del universo; la maldición.
¿Einnnn? ¿Qué le pasaba a este hombre?
Pues sí. Id a saber por qué, y qué le habrían hecho las habas, o si su madre le obligaba a comerlas de niño, o si le produjeron flatulencias, dolor de tripa o lo que fuera, pero Pitágoras no veía tan mal asesinar a un pobre niño desvalido como zamparse un plato de habitas salteadas.
¿Qué quiero contaros con todo esto?
Pues no sé: Que la gente es muy poliédrica, y que algunas personas nos pueden llenar de admiración por algunos de sus logros y algunas de sus ideas, y nos pueden sonrojar de vergüenza o de desprecio por otras.
Los pitagóricos eran un grupo de gente (hombres y mujeres) que estudiaba y discutía sobre matemáticas (salieron unas cuantas matemáticas muy estimables, cosa impensable en aquella época), pero también sobre reencarnación, sobre el viaje a los infiernos, sobre el más allá y sobre la abominación de las habas.
Ojocuidao ahí, que todo iba junto y en el mismo paquete.
Parece ser que el maestro, el gran Pitágoras, hizo algunas trampas: Quiso contar que había ido al Hades y había vuelto de allí, y explicar a todos lo que había visto y lo que había conocido. Pero para ello se encerró unas cuantas semanas en un sótano, y ayunó para aparecer al cabo del tiempo muy pálido, ojeroso y demacrado y contar lo que le vino en gana y exponer lo que quiso y como quiso, a su conveniencia. Una trampa y una gran deslealtad intelectual. La gente le creyó. Siempre hay gente dispuesta a creerse estas cosas, y más si el que lo cuenta tiene soltura y mucha cara dura.
Vamos con las habas
Pitágoras elevó la manía y el asco que sentía por ellas a categoría. ¿Puede una teoría filosófica, mística y matemática conceder semejante importancia a esas legumbres?
Plinio el Viejo nos cuenta que en las ceremonias funerarias se usaban habas porque se creía que encerraban el alma de los difuntos (todo ello muy racional y sensato, como veis). Se supone que esta creencia venía de lejos, incluso desde antes de Pitágoras, quien la había adoptado y decía que comer habas era como comerte a tu padre. (En serio. Tal cual).
También decía Pitágoras que las habas le daban repeluco porque se parecían a los órganos genitales de las mujeres (¡qué imaginación! Además ya hemos dicho que no era nada misógino, sino que creía en la dignidad de las mujeres y las apreciaba bien), y que también se parecían mucho a las puertas del Hades (recordemos que él decía que las había visto).
Su secta era muy amada por unos y muy odiada por otros, muy seguida y muy perseguida, y hubo alguna que otra vez que él lo pasó muy mal y tuvo que huir por piernas. Incluso hay quien cuenta (pero esto tiene que ser mentira) que en una de estas huidas topó de narices con un campo de habas y frenó en seco. Como si el campo estuviera en llamas, o poblado por los monstruos más atroces, Pitágoras prefirió ser capturado y muerto que meterse en semejante lugar repugnante, epítome del mal.
¿Qué he querido contar con todo esto?
No creáis que lo tengo muy claro, pero mi intención ha sido resaltar que el mismo que dijo cosas tan plausibles como :
«Educad a los niños y nunca más tendréis que castigar a los hombres»,
y que creó una escuela matemática formidable, propugnando un desarrollo intelectual y social de la mujer avanzadísimo para la época, también dijo:
«Quien come habas es tan repugnante como quien se come a su padre»,
o
«quien come habas merece morir para siempre».
Es decir: No podemos admirar a ningún personaje incondicionalmente, en todo lo que hizo y en todo lo que pensaba.
Hay muchos ejemplos de esto: Isaac Newton es para muchos el mayor físico de la historia (perdón; con mayúsculas: de la Historia); y al mismo tiempo es uno de los hombres más mezquinos y miserables que han existido. Cada cosa en su sitio.
Me lo digo a mí mismo, que soy muy mitómano y muy fan: El hecho de que alguien haya hecho algunas cosas admirables no quita que haya dicho o hecho más de una gilipollez considerable. Y así hay que tomarlo, sin caer en la adoración incondicional del personaje ni tampoco en lo contrario: en la invalidación de lo más grande que hizo por culpa de lo más tonto. Hay que intentar ser siempre crítico en uno y otro sentido y valorar lo más justamente que se pueda.
En esa línea, recuerdo que hace años fueron muy famosas algunas salidas de pata de banco de algunos escritores eximios y de un actor formidable, por culpa de las cuales mucha gente les negó incluso los méritos que indiscutiblemente tenían.
Yo creo que no hay que llegar a eso. Yo creo que hay que apreciar y valorar las cosas grandes que ha hecho el prójimo. Sólo que, al mismo tiempo, hay que tener cuidado con las habas.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · Diciembre 2015