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Ciudades para animales y dioses. La mirada antropológica en la arquitectura y el urbanismo | Víctor Hugo Palacios Cruz

Ciudades, animales y dioses La caleta, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 21cm. 2017
La caleta, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 21cm, 2017 © Humberto Saldarriaga

Aristóteles decía, en la Política1 que quien no puede vivir en sociedad y, por tanto, ser miembro de una ciudad, o es

“una bestia o es un dios”.

El caso es que el ser humano, sin ser ninguno de los dos, es a la vez e inseparablemente bestia y dios. De modo que concebirlo solo en su lado animal o solo en el espiritual –y llevar ese engaño a los hechos– acaba por tocar el delicado equilibrio de su ser unitario, híbrido y cambiante.

Pronto se cumplirán cien años del irrealizado Plan Voisin (1925) con que el arquitecto y urbanista Le Corbusier (1887-1965) quiso desaparecer una vieja y amplia zona urbana de París, aledaña al Sena, para erigir sobre ella una serie de altos edificios de viviendas separados por líneas rectas vehiculares, siguiendo un diseño geométrico que distribuía la vida diaria en actividades diversas y áreas específicas (descanso, trabajo, recreación, circulación), en la idea de que la rutina del hombre moderno discurría de manera diferenciadamente sucesiva, como en el interior de una fábrica en la que a cada tarea de producción le corresponde una sección específica.

Sería injusto con Le Corbusier, primero, olvidar que el urbanismo funcionalista de esta propuesta obedecía, en su tiempo, a la imperiosa necesidad de hallar soluciones para las urbes congestionadas e insalubres del desarrollo industrial, devastadas luego por la Primera Guerra Mundial. Y, en segundo lugar, desconocer que sus trabajos posteriores contemplaron el respeto por la tradición y el patrimonio histórico, así como la peatonalización en la vía pública, según se aprecia en el plan para la ciudad Saint-Gaudens, al sur de Francia, de 1945.

Por otra parte, conviene también recordar que en sus años de juventud la sucesión de inventos que iban desde la máquina de vapor hasta el aeroplano ejercían todavía un enorme impacto. Sin llegar al elogio de la fábrica del «Manifiesto futurista» (1909) en que Filippo T. Marinetti aplaudía la chimenea, la guerra y el desprecio de la mujer, Le Corbusier transmite esa misma fascinación –hoy afortunadamente obsoleta– en su controvertida definición de la vivienda como “máquina de habitar” a la que entendía, al igual que entendía a la ciudad, como una “herramienta” que debía ser producida “en serie”, tal como salían de las fábricas los autos o las navajas de afeitar Gillette (términos por cierto reiterados en su libro Hacia una arquitectura de 1923).

Ciudades, animales y dioses Esquina de perspectiva y numerología, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 21cm.2017
Esquina de perspectiva y numerología, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 21cm, 2017 © Humberto Saldarriaga

Etapa mecanicista y racional que, en su libro Cuando los catedrales eran blancas de 1937, llegó hasta la exaltación de su modelo de “rascacielos cartesiano”, inspirado por las ciudades norteamericanas que acababa de visitar y capaz de concentrar a miles de habitantes dentro de elevadas torres fuera de las cuales quedarían amplios espacios despejados y aptos para la velocidad del automóvil. Ideal que, sin duda, supuso un respaldo para planificadores urbanos como Robert Moses que, en New York entre discursos altisonantes y apretones de manos con los inversionistas, acometieron la eliminación de los suburbios con el fin de instaurar la tiránica modernidad de los rascacielos y las autopistas, hiriendo de muerte el encanto de la calle libremente habitada, así como la cohesión social que aporta una genuina vida vecinal, levantando aquí y allá grandes paisajes de alargadas líneas de cemento y asfalto que produjeron postales impresionantes tanto como episodios cotidianos de alienación y violencia.

En contra de todo ello, Jane Jacobs mantuvo una militancia aguerrida y controversial que se tradujo en el libro La muerte y la vida de las grandes ciudades de Estados Unidos (1961), en el que, a partir de una serie de observaciones a pie de calle y reflexiones llenas de sentido común, dedujo un conjunto de certezas que ahora nos suenan familiares y obvias: el derecho al espacio público, la riqueza del encuentro en la calle, el valor de los usos mixtos y la seguridad derivada de los “ojos en la calle”.

Lo digo, a todo esto, no como arquitecto, urbanista o sociólogo, sino desde la posición de una filosofía de lo humano que parte de la convicción de que no es posible una intervención profesional (médica, jurídica, económica) que olvide que la realidad no es jamás un hecho puramente médico, jurídico, económico o arquitectónico y, aunque cada tarea demande la acción de un especialista, no se puede tocar al ser humano, ni al planeta ni a nada, en uno de sus puntos sin alterar el resto que lo explica.

Ciudades, animales y dioses La viuda, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 42cm. 2018
La viuda, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 42cm, 2018 © Humberto Saldarriaga

Que, por tanto, muchos de los desastres de la historia provienen de conceder un peso a un solo aspecto de las cosas (la biología, la técnica, el mercado) que vaya en desmedro de lo restante en la siempre inagotable realidad. Y qué bienvenido es, por ello, ese espíritu interdisciplinario que cobra cuerpo en la investigación universitaria y debería acabar por fin con la compartimentación de las áreas académicas y las carreras profesionales.

Es cierto que Le Corbusier predicaba la conveniencia de un “nuevo humanismo” para una “nueva era” y una “nueva arquitectura”. Incluso llegó a actualizar la figura del “hombre de Vitruvio” de Da Vinci en los términos presuntamente más dinámicos de lo que llamó el “Modulor”. Pero leyendo los dos volúmenes que dedicó a este renovado patrón de medida, publicados hacia fines de los años cuarenta, no queda claro que Le Corbusier comprendiera al ser humano en todas sus necesidades e inclinaciones, que desde luego van más allá de las medidas matemáticas de su porte y su locomoción.

La herencia cartesiana de una fe ciega tanto en la precisión aritmética cuanto en la eficiencia de los mecanismos era, aún en sus años juveniles, un paradigma muy vivo en Occidente. Otros lo padecieron antes de él, y no me refiero a los diseñadores de jardines barrocos que encerraron la vida dentro de las más primorosas geometrías, sino sobre todo a quienes plantearon la transformación del ser humano creyendo (como el Discurso del método de 1637) que la construcción de un saber definitivo exige un terreno amplio y libre de todo resto de pasado. Ese “empezar de cero” presente también en otras figuras de la modernidad como Vasari, Lutero y Francis Bacon.

Ciudades para animales y dioses El abuelo en su casa. Óleos pasteles sobre cartulina, 29 x 42 cm. 2018
El abuelo en su casa. Óleos pasteles sobre cartulina, 29 x 42 cm. 2018 © Humberto Saldarriaga

En el campo de la educación, la Didáctica Magna (1630) de Jean Comenius concibió la mente humana como una tabla rasa o papel en blanco sobre el cual el arte de enseñar, como un dispositivo de imprenta, imprimiría los mismos conocimientos en grupos de alumnos dispuestos como en una cadena de producción, asegurando el egreso de numerosas réplicas de una misma plantilla.

Como cuenta Lewis Mumford El mito de la máquina II,2 Comenius veía el alma humana como un “esquema de relojería” que permitiría, con la ayuda del método adecuado, enseñar del mismo modo que se llenan

“mil pliegos de correctísima escritura con la ayuda de los útiles tipográficos”.

Leyendo lo cual vuelven a la cabeza las crudas escenas del video clip de la canción “Another Brick In The Wall”, extraído de la película The Wall (1982), del grupo de rock Pink Floyd, que presenta la rutina de una escuela como una maquinaria que suprime la personalidad de los niños, les impone una careta idéntica y los coloca en fila como la materia prima que va rumbo a una horrible picadora de carne.

Diez años antes de esta crítica musical, el italiano Italo Calvino describió en Las ciudades invisibles (1972) a una Perinzia planificada por astrónomos rigurosos que dispusieron calles y viviendas de acuerdo con la posición y el movimiento de los astros, a fin de que la ciudad reflejara “la armonía del firmamento” y la razón divina diera

“forma a los destinos de sus habitantes”.3

Una idea que en parte recuerda a la antigua doctrina de los pitagóricos, según la cual el universo está hecho de números y ordenado según sus leyes, de modo que el curso de las estrellas produce una “música de las esferas”.

Ciudades para animales y dioses Pueblo Libre(Belén) óleos pasteles sobre cartulina 29 x 42cm. 2018
Pueblo Libre (Belén) óleos pasteles sobre cartulina 29 x 42cm, 2018 © Humberto Saldarriaga

Calvino cuenta que, pasados los años, los pobladores de Perinzia llegaron a tener hijos: en sus calles y plazas

“hoy encuentras lisiados, enanos, jorobados, obesos, mujeres barbudas. Pero lo peor no se ve; gritos guturales suben desde los sótanos y los graneros, donde las familias esconden a sus hijos de tres cabezas o seis piernas”.

Confundidos, los astrónomos

“se encuentran frente a una difícil alternativa: o admitir que todos sus cálculos están equivocados y que sus cifras no consiguen describir el cielo, o revelar que el orden de los dioses es exactamente el que se refleja en la ciudad de los monstruos”.

Desdichadamente los daños causados por esta voluntad demiúrgica de traducir el cielo de las ideas y los números sobre el reino de lo imperfecto han sucedido no solo en la música y la literatura. La memoria de trazados no solo urbanísticos sino también políticos y económicos como los Planes Quinquenales en la Unión Soviética de Stalin y la Revolución Cultural de la China de Mao Tse Tung, está irredimiblemente unida al cúmulo de víctimas de un sistema al que no le importó provocar esclavitud y hambrunas para impulsar su industria, ni eliminar a todo aquel que se opusiera a la realización inmediata y uniforme de los sueños del Estado.

Con la caída del dictador rumano Nicolae Ceausescu hacia 1990, salió a la luz una red de orfanatos en los que miles de niños habían sido abandonados por sus padres luego de un irresponsable plan de fomento de la natalidad barrido por la crisis económica de los años 80. Con un Estado en crisis, aquellos inocentes fueron privados de una atención afectuosa y recibían solo comida y cambio de pañales. Estudios posteriores observaron que, al crecer, muchos de ellos mostraron un cerebro de tamaño inferior al normal y graves dificultades de orden cognitivo y emocional.

Ciudades para animales y dioses Bienvenido a la Lima que no conoces, acrílico sobre lienzo 150 x 100cm. 2013
Bienvenido a la Lima que no conoces, acrílico sobre lienzo 150 x 100cm, 2013 © Humberto Saldarriaga

La neurociencia actual ha llevado más lejos la comprensión de cómo los intercambios visuales entre madre y bebé consolidan una conectividad neurológica decisiva para el crecimiento. La gestualidad física del amor humanamente vivido –poco distinta de cómo los animales se soban, se lamen y se espulgan– ya no se puede seguir viendo como un aspecto opcional en el trato con los hijos, sino como el vínculo esencial que atiende a las necesidades más elementales del mamífero que aún somos, a la vez que impulsa su futura vida interior e intelectual. Que, por tanto, los abrazos y caricias que un bebé recibe apaciguan sus nervios tanto como despliegan las alas de su espíritu.

Ahora bien, considerando que la casa continúa más allá de la puerta y que el entorno urbano acoge y, por tanto, alienta o restringe la vida de sus habitantes, es significativo encontrar que tanto un etólogo, estudioso de la conducta animal y humana, como un experto en mitos y religiones, coinciden en ver el urbanismo de los seguidores del primer Le Corbusier como particularmente contrario a la sensibilidad natural de nuestro ser, así como a nuestra profunda inclinación hacia lo simbólico y sagrado.

El primero, Desmond Morris, lo cuenta en su ensayo El zoo humano de 1969, y el segundo, Mircea Eliade, en el libro Lo sagrado y lo profano de 1956. La lectura al azar de ambos textos ha sido, por cierto, el origen de este modesto escrito.

Dice Morris:

“una forma geométrica y limpiamente simétrica tal vez sea útil para facilitar la prefabricación de unidades de alojamiento producidas en masa, pero cuando se aplica al nivel del paisaje va contra la naturaleza del animal humano. ¿Por qué, si no, resulta tan ameno pasear por un serpenteante camino rural? ¿Por qué, si no, los niños prefieren jugar entre los montones de escombros de edificios abandonados, en vez de hacerlo en sus inmaculados, desnudos y geométricamente dispuestos campos de recreo?”

Ciudades para animales y dioses Una ciudad de tarde, óleos pasteles sobre cartulina 59 x 42cm. 2019
Una ciudad de tarde, óleos pasteles sobre cartulina 59 x 42cm, 2019 © Humberto Saldarriaga

Y continúa:

“enormes bloques de apartamentos, todos iguales, han proliferado en muchas ciudades como respuesta a las demandas de alojamiento de las poblaciones supertribales. (…) El resultado de sus experimentos en uniformidad de gran densidad está siendo apreciado ahora en los tribunales juveniles y en las salas de consulta de los psiquiatras”. Sucede que casas y calles no existen “para ser miradas, sino para moverse entre ellas”.

Finalmente, concluye Morris,

“nos consideramos a nosotros mismos como hojas en blanco en las que puede escribirse cualquier cosa. No es así. Entramos en el mundo con un conjunto de instrucciones básicas y las ignoramos o desobedecemos a nuestro propio riesgo. Los políticos, administradores y demás dirigentes supertribales son buenos matemáticos sociales, pero esto no basta”. En medio “de toda esa masa de alambres, cables, plásticos, cemento, ladrillos, metal y vidrio, existe un animal, un animal humano, un primitivo cazador tribal, disfrazado de civilizado ciudadano supertribal, que se esfuerza desesperadamente en adaptar sus viejas cualidades heredadas a su extraordinariamente nueva situación”.5

Por su parte, dice Mircea Eliade: si, como cree Le Corbusier, la casa es una «máquina de residir», entonces ella es como

“las innumerables máquinas producidas en serie en las sociedades industriales”

y

“se puede cambiar con tanta frecuencia como se cambia de bicicleta, nevera o automóvil”.

En realidad, añade Eliade,

“instalarse en cualquier parte, construir un pueblo o simplemente una casa, representa una grave decisión, pues la existencia misma del hombre se compromete con ello: se trata, en suma, de crearse su propio «mundo» y de asumir la responsabilidad de mantenerlo y renovarlo. No se cambia de morada con ligereza, porque no es fácil abandonar el propio «mundo». La habitación no es un objeto, una «máquina de residir»: es el universo que el hombre se construye imitando la creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía. Toda construcción y toda inauguración de una nueva morada equivale en cierto modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida”.6

Doscientos años después, acrílico sobre lienzo 150 x 130cm, 2019 © Humberto Saldarriaga
Doscientos años después, acrílico sobre lienzo 150 x 130cm, 2019 © Humberto Saldarriaga

Volviendo a Aristóteles se diría, con Morris y Eliade, que una comprensión integral y no excluyente de la dignidad humana –y, por tanto, de la complejidad de nuestra naturaleza– permite deducir que es competencia no solo de arquitectos y urbanistas, sino también de las instituciones públicas, la inversión inmobiliaria, la academia y la propia responsabilidad ciudadana, el hacerse cargo de la singularidad sensitivo-espiritual del ser que somos, con todas sus implicaciones y consecuencias, a fin de cuidar su consideración en cada diseño, intervención o reforma del espacio público y privado, doméstico y urbano.

Frente al reto contemporáneo de incorporar variables que fomenten una convivencia sostenible y múltiplemente armoniosa, el concepto y la gestión de la ciudad no puede omitir que somos cuerpo, que experimentamos emociones, que somos presente y pasado, que somos orden y desorden, que no somos adultos solamente sino también niños y ancianos, que nos enamoramos del modo más impredecible y que tenemos la costumbre de mirar al cielo. Que ningún modelo de la razón ni del dibujo puede reflejar fielmente a los seres diversos y entrelazados que caminan y se dan la mano bajo los techos y al aire libre; y que, por tanto, la marcha de toda sociedad debe acompañarse con una continuamente renovada comprensión de sus miembros que ha de ser, además, dialogada y multidisciplinar.

Que, en suma, no basta con tomar como referencia la figura de “El hombre de Vitruvio” o la silueta del Modulor de Le Corbusier, puesto que

“una arquitectura hecha para el hombre”,

como pretendía este arquitecto y urbanista, no será plenamente humana con solo obedecer a las proporciones y medidas de una anatomía humana genérica y abstracta.

Notas

1 Arisóteles, Política (Madrid: Alianza, 1998), 48.

2 Lewis Mumford, El mito de la máquina II (Logroño: Pepitas de Calabaza, 2011), 166-1667.

3 Italo Calvino, Las ciudades invisibles (Barcelona: Siruela, 2001), 152.

4 Ibídem, 152-153.

5 Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano (Barcelona: Paidós, 2022), 230-233.

6 Ibídem, 43 y 48.

Bibliografía

Le Corbusier, Hacia una arquitectura. Trad. J. Martínez A. (Barcelona: Ediciones Apóstrofe, 1998).

Le Corbusier, Cuando las catedrales eran blancas. Viaje al país de los tímidos (Buenos aires: Poseidón, 1958).

Le Corbusier (1961) El modulor. Un ensayo de una medida armónica a la escala humana aplicable universalmente a la arquitectura y a la mecánica (Buenos Aires: Poseidón, 1961).

Jane Jacobs, Muerte y vida de las grandes ciudades (Madrid: Capitán Swing, 2011).

Desmond Morris, El zoo humano (Debolsillo, 2022).

Rodríguez L., J. A., Navas-Carrillo, D. y Pérez-Cano, M. T. (2022) “Le Corbusier y la ciudad histórica. Nuevas reflexiones a partir de Los Tres Establecimientos Humanos. El caso de Saint-Gaudens”, Revista 180, n. 49 (ago. 2022).

Imágenes

Humberto Saldarriaga (Lima, 1984) Comunicador y Artista Visual con 15 años de experiencia en el rubro cultural, ha destacado como muralista, tallerista, ilustrador y Gestor Cultural. Saldarriaga cuenta con 9 exhibiciones individuales investigando temas como la fauna amazónica, los adultos mayores, la cotidianidad, lo femenino y la astralidad. Saldarriaga tiene como objetivo promover la universalidad de la práctica de arte a través del Estilo Libre.

Víctor Hugo Palacios Cruz
Víctor Hugo Palacios Cruzhttps://lalluviayelcafe.blogspot.com/
Escritor, filósofo y profesor universitario. Autor de los libros literarios literarios "Las moradas del abuelo" (Piura, Caramanduca, 2012), "El polvo de las sandalias" (Piura, Caramanduca, 2014) y "Al costado de un café. Textos de homenaje y devoción" (Lima, Caja Negra, 2023), así como autor del ensayo antropológico "La forma de nuestra arcilla. El cuerpo y la interrelación como lugares de lo humano" (Málaga, Recolectores Urbanos, 2022) y co-autor del libro Forma et vita. La arquitectura en la relación de lo vivo con lo no vivo (Sevilla, Athenaica Ediciones, 2020), con el capítulo “La desmaterialización de una hipotética post-humanidad. Un examen del transhumanismo”.
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