La posición de Grassi en el panorama de la arquitectura actual es verdaderamente singular. Su negativa a condescender con la idolatría de lo nuevo, con ese afán insaciable de sorpresas que coloca la arquitectura en el terreno de la moda, lo sitúa fuera de las reglas de juego que hoy rigen las pautas de conducta de la elite profesional y lo convierte en una figura tan incómoda como insustituible.
En sus escritos Grassi manifiesta su desasosiego con respecto a un modo de entender y practicar la arquitectura que le parece cada vez más incomprensible y opaco. De ahí que se refiera a ella como una lengua muerta, fuera de uso, que ya tan sólo para algunos resulta inteligible. En sus proyectos acepta únicamente el magisterio de la tradición, es decir, de aquellas obras que encarnan la continuidad de la experiencia de la arquitectura en el tiempo.