Todo el desarrollo de la arquitectura desde las primeras construcciones hasta los últimos flamantes rascacielos londinenses tiene un vector común que los explica, la búsqueda de la transparencia como una especie de sometimiento técnico de un espacio, que aparentemente debería haber sido cerrado o recluido y sin embargo aparece abierto y totalmente desprovisto de límites.
Diría que la búsqueda de la transparencia solamente tiene en la arquitectura una idea fuerza motriz capaz de rivalizar a su altura; el desarrollo de grandes voladizos. Parece que sin transparencia y sin voladizos, la arquitectura es menos arquitectura. Es más, tanto la transparencia como los voladizos son maneras de atrapar el aire, a partir de una lógica de la continuidad. La transparencia nos permite confundir el dentro y el fuera de los espacios que proyectamos y el voladizo nos permite mantener un espacio continuo sin la aparente necesidad de apoyos. Ambas ideas crean espacios poderosos, necesitados de una alta dosis de técnica constructiva y en muchos sentidos son el producto de un cierto alarde tecnológico.
Sinceramente, creo que estas ideas ya se pueden dar por amortizadas, lo cual no quiere decir que no tengan en ocasiones un valor espacial categórico. En cuanto a la idea de voladizo, han surgido cientos de proyectos donde todo la estructura espacial ha girado en torno a un cuerpo volado que de forma más o menos espectacular se abalanza contra el espectador.
En el caso del papel de la transparencia en la arquitectura, aparte de las obras exploratorias propias del siglo XX, hace ya demasiados años que lo transparente está siendo sinónimo de una cierta banalización espacial.
Esta banalización ha ido de la mano de un predominio del discurso público de la transparencia en nuestra sociedad. Esta idea se reclama con fuerza en la información, en las conductas éticas, en la ejecución de las acciones públicas hasta llegar a una omnipresente exigencia de lo transparente que se acaba convirtiendo en un fetiche totalizador. En palabras del filósofo sur coreano Byung-Chul Han, en su lucidísimo ensayo La Sociedad de la Transparencia,1
La sociedad de la negatividad hoy cede el paso a una sociedad en la que la negatividad se desmonta cada vez más a favor de la positividad. Así la sociedad de la transparencia se manifiesta en primer lugar como una sociedad positiva. Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allanan, cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información.
En otro momento del ensayo Han escribe,
«La transparencia estabiliza y acelera el sistema por el hecho de que elimina lo otro o lo extraño… La espontaneidad, lo que tiene la índole de un acontecer y la libertad, rasgos que constituyen la vida en general, no admiten ninguna transparencia».
En otras palabras, y por paradójico que parezca, la omnipresente transparencia forma parte intrínseca del sistema de dominación y control, y precisamente se sitúa en las antípodas de un supuesto posicionamiento antisistema, tal como últimamente nos están intentando hacer creer.
Han contrapone a la insípida idea de transparencia, la idea de una cierta negatividad en tanto que aceptación de lo otro, una cierta ocultación, una distancia que haga que todo se vuelva más insinuante y menos evidente. Aplicadas estas ideas a la arquitectura, empiezan esta a volverse atractivas al intelecto y a las sensaciones, ¿no es cierto?
«Ante el afán de la transparencia que se está apoderando de la sociedad actual, sería necesario ejercitarse en la actitud de la distancia».2
En la transparencia se pierde la autonomía, tanto la autonomía del ser como la autonomía propia del objeto transparente, es decir, en el caso de la arquitectura, esta literalmente se disuelve en su transparencia banal y pierde todo sentido de la identidad en el instante que se muestra sin tapujos, pornográficamente al espectador. Precisamente esta arquitectura del What You See Is What You Get que tanta estulticia espacial ha generado en los últimos 30 o 40 años. Aún más, en la línea de una arquitectura de la acción,3 la retórica de la transparencia está llegando a niveles de preocupante banalización, no reñida con un carroñero sentido del oportunismo en la producción de discursos que van incluso más allá de la transparencia, en tanto que de tanto simplificar y ridiculizar la realidad se convierten en discursos huecos.
A la perdida de autonomía discursiva, o autonomía de la acción o en definitiva de autonomía del ser que comporta la transparencia, se refiere también Richard Sennett en Respeto. Sobre la Dignidad del Hombre en un Mundo de Desigualdad,4 tal como Byung-Chul Hang afinadamente indica, al comentar el primero Más que como igualdad de entendimiento, que es una igualdad transparente, la autonomía significa aceptar en el otro lo que no entendemos, que es una igualdad opaca.
Por tanto ante el dictado de lo transparente, promovido más que nunca por el sistema, debemos combatir con una cierta dosis de opacidad necesaria, una posición de cierta ambigüedad, de contradicción asumida y de aceptación humilde de que la realidad es lo suficientemente compleja y poliédrica y por tanto siempre quedará en ella zonas oscuras, translucidas,5 opacas a la primera visión. En definitiva, la destapada y obscena transparencia absoluta que se propone no solamente es imposible, si se aplica un mínimo de rigor a la observación, sino que puede afirmarse que siempre es tramposa.
O en otras palabras, ante la demanda infantil y absurda de transparencia, paradójicamente sucia en lo espacial y tramposa en lo intelectual, la arquitectura y el pensamiento arquitectónico debería responder con una intensa dosis de opacidad calculada en la forma de los translúcido y la idea de la translucidez.
Miquel Lacasta Codorniu. Doctor arquitecto
Barcelona, Enero 2015
1 Hang, Byung-Chul, La Sociedad de la Transparencia, Herder Editorial, Barcelona, 2013. Por supuesto el título de este post es un irónico homenaje al libro de Han, totalmente alineado con la tesis principal del texto.
2 Op.cit. p.16
3 Esta preocupación por la acción en la arquitectura parece haber despertado hace poco no pocas estructuras retóricas profundamente banales, que lejos de aportar una posición firme y dispuesta a la confrontación intelectual, usa los viejos mecanismos del supuestamente demonizado sistema, en la forma de una hedienta superioridad moral, basada en muchos casos en la superioridad racial de la noción de transparencia. Lo más gracioso del caso, es que algunos de estos autores han construido toda su carrera en contigüidad con el status quo de la arquitectura de los años 80 y 90 es decir, a la sombra de la opacidad por excelencia que vino a ser esa época y sin mediar explicación, ni aparentemente ningún proceso de maduración, en un ejercicio ejemplar de donde digo dije, digo diego, pretenden ser los adalides de la ética transparente.
4 Sennett, Richard, Respeto. Sobre la Dignidad del Hombre en un mundo Desigual, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003
5 Atención a la idea de trans-lucidez, es decir de algo que transita lo lúcido. Me parece fundamental volver a la lucidez en la arquitectura, tanto en la reconfiguración del aparato discursivo, como volver a la erótica de lo translúcido en las secuencias espaciales de los proyectos.
¿trans-lucidez? palabrear con palabras , y después… ¿la tras-lucidez? , me parece aventurado calificar de entrada de «insípida» la transparencia, tanto como lo contrario, los ricos matices de lo obscuro y opaco… pero sí estoy de acuerdo en la vaciedad de la forma por la forma, en una arquitectonicidad de revista (de render de publicación digital, más bien) en voladizos extremos en lugares extraños, y en líneas que afinan los encuentros hasta hacerlos parecer falsos… reivindicar la corporeidad,en unas categorías visuales de gustos no cultivados para unas mayorías, es casi una obligación moral…