A la izquierda el maravilloso plano de Santiago de Compostela que realizó allá por el 1796 Juan López Freire, en aquellos años al parecer maestro de obras de la ciudad. Del mismo se ha destacado con frecuencia la atención con que la forma urbana está dibujada, y que reconocemos aún hoy en cualquier plano de Compostela: las calles y las plazas, los conjuntos claustrales de las órdenes monásticas, las iglesias y el caserío se dibujan con la misma precisión que el territorio que rodea a la ciudad. Así, las calles se van diluyendo en los caminos que penetran poco a poco en el territorio extramuros y lo edificado deja paulatino paso a cultivos, huertas y bosques, y todo ello es dibujado con el mismo detalle e interés que el recinto interior de la ciudad. Pareciera entonces que Santiago no pudiera ya allá por el final del siglo XVIII entenderse sin su campo, y este no tener razón de ser sin la ciudad a la que alimentaba.
Pero lo que trae hoy aquí ese plano y lo que lo pone en relación con la imagen que está a la derecha, no es la ciudad entera representada en él sino sólo un detalle, un fragmento del conjunto dibujado: en la parte central del plano aparece la gran cruz latina de la catedral- en ese momento ya plenamente barroca- y si nos fijamos con atención veremos que el espacio de esa cruz, el espacio interior de la catedral al fin y al cabo, se dibuja como una prolongación de los espacios exteriores que la rodean, de las calles y plazas que la circundan. El interior de la gran iglesia no es sino un espacio público cubierto, y más allá de su carácter sagrado se nos aparece como una continuación de los espacios abiertos de la ciudad, con su bullicio y su trajín. Un espacio para ser atravesado- una cruz, entonces un cruce- un espacio de refugio y de relación social también, un gran salón a cubierto de la intemperie, de la lluvia, el sol y el viento. Y ese espacio interior que Juan López Freire supo ver de esa manera tan bella, fue pintado así, de esa misma forma, unos 150 años antes, en un lugar alejado de Compostela, por un pintor que hoy nos parecería agitado por una extraña obsesión, obsesión que para Pieter Neefs “el mayor” no era seguramente nada más que su oficio: el pintar una y otra vez el interior de la catedral de Amberes, la ciudad donde había nacido y donde murió. Sus numerosos cuadros de interiores de la iglesia la retratan de noche y de día, en sus actos litúrgicos y en su vida cotidiana, en que el interior del templo recoge el tiempo de la ciudad toda, interior en que Pieter Neefs supo ver la oración y el recogimiento, pero también el deambular de la gente, la conversación y hasta el correr y el despulgarse de los perros y el juego de los niños, la misma vida que también intuyó Juan Freire en la gran iglesia de Santiago casi siglo y medio más tarde al dibujarla de esa manera en su plano.
José Valladares
santiago de compostela. noviembre 2012
nota:
Imagen izquierda: Juan López Freire_ Santiago de Compostela_Plano de 1796
Imagen derecha: Pieter Neefs «el mayor»_Interior catedral de Amberes_ca.1640_ V&A Museum_ Londres
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