Admiramos a todo aquel que con su oficio alimenta su técnica. La calle, es ese lugar desde donde recogemos vestigios para el alma. Salimos a la calle al oír un silbido, al escuchar un ruido alejado del aura doméstica.
La calle es ese lugar desde donde admiramos todas las profesiones sin ser conscientes de lo que significan, siempre seducidos por el ruido, por los armatostes, por las técnicas, por los olores, por las maromas, peripecias y destrezas con el que cuentan su historia.
Admirados y asombrados volvemos a casa, imaginamos -en el camino- cómo es ser grandes, con todas las ínfulas que no nos llegan ni al olfato.
Ese ser grandes, con manos grandes, con holgura civil, con presupuestos sobre la vida, con dominio visual sobre el ancho de la vía. Esa calle que, al acabarse y llegar a la esquina, va terminando y comenzando nuestros nuevos sueños.
Al final de la tarde hemos vuelto con esperanza, con sueños, con la voluntad de aprender a ser grandes. Re-colectar vestigios.