Existen maquetas de arquitectura, ensayos previos a la construcción final dónde se concretan, aportando material y tiempo, los términos que permitirán resolver de modo más adecuado el proyecto. Pero también existen maquetas anatómicas, cartográficas, lúdicas… que representan o sirven a la vida a escala.
Arthur Nersesian, en su novela Staten Island, nos presenta un tipo de maqueta muy distinta: Uli, el protagonista, se despierta en medio de una ciudad incivilizada y peligrosa, que va recorriendo hasta descubrir que se trata de una inmensa reproducción de Nueva York emplazada en el corazón del desierto de Nevada. Se trata de la maqueta convertida en experimento, en laboratorio habitable.
Al igual que esa versión de la Gran Manzana, existen maquetas realizadas con fines militares, como decorados de cine proyectados para ser utilizados por actores reales. Una aldea construida por la Brigada de Infantería Ligera en Salcedo, próxima a Pontevedra, imita un poblado afgano a escala 1:1, con sus calles, casas y mezquitas. Una réplica fantasma, habitada temporal y teatralmente por los vivos y los posibles muertos.
Aunque los lugares para simulaciones bélicas son cada vez más abundantes y más «auténticos» en los mundos virtuales, su presencia en el mundo real constituye uno de los ejemplos más singulares de maquetas, a medio camino entre la escenografía y la necrópolis.
Entre todas ellas destacan de un modo especial los barrios alemán y japonés construidos en 1943 por el ejército de los Estados Unidos dentro del Dugway Proving Ground, en el desierto de Utah. El ejército reclutó en secreto al arquitecto exiliado Erich Mendelsohn, quién planificó una ciudad cuyo destino final era —inevitablemente— ser destruida.
La maqueta tuvo la precisión del modelo real: los mismos escenógrafos de la época dorada de Hollywood definieron los interiores hasta el punto de igualar el lino alemán de las cortinas o de duplicar los muebles que se empleaban habitualmente como dote matrimonial en las casas del proletariado berlinés.
Mendelsohn se preocupó de que las maderas empleadas replicaran el envejecimiento y las cualidades específicas de las viejas construcciones de su tierra natal. Sólo así podían verificar el comportamiento adecuado al incendiarlas. El realismo se llevó al nivel de regar los objetivos regularmente para simular la lluvia prusiana en el seco y árido clima de Utah.
Paralelamente, Antonin Raymond —discípulo de Frank Lloyd Wright— trabajó en el diseño del barrio japonés, valiéndose de su experiencia como conocedor de la arquitectura de Japón, país en el que había vivido antes de la guerra. Pero aquí no se trataba de aplicar sus conocimientos como constructor, si no como destructor. Como recordaba en sus memorias «Las partes eran luego armadas en el Proving Ground y sometidas a bombardeo. Inmediatamente después de ser destruidas, se levantaban otras nuevas, hasta que el resultado fuera satisfactorio». Eran edificios completamente reales, amueblados con todos los elementos típicos de la casa japonesa, aunque proyectados para los que iban a morir.
La historia de éstas y otras necrópolis modernas está magníficamente contada en el libro de Mike Davis Ciudades Muertas. Ecología, catástrofe y revuelta. Davis relata como todo el complejo de Utah fue dinamitado con thermite y napalm, y reconstruido completamente por lo menos tres veces entre mayo y septiembre de 1943. La maqueta y la arquitectura se habían convertido en herramientas perfectas para la guerra o, quizá, es que siempre lo habían sido.
antonio s. río vázquez . arquitecto
a coruña. enero de 2013