Dejábamos atrás la Suecia de los años 50 y el análisis casi con microscopio de su cambiante espacio urbano en los alrededores de Estocolmo y en algunas de sus new towns mientras unos niños se bañaban en las fuentes de Vällingby y otros, no muy lejos de allí, jugaban al sol en lo que parece un entorno tranquilo y protegido, bajo uno de los típicos balcones de los edificios suecos de esa época.
La imagen no puede ser menos perturbadora. Mientras una de las niñas observa cómo rebotan las pelotas de sus compañeros de juegos, otro niño aún más pequeño aprende a montar en bicicleta justo delante de la puerta del edificio y cerca de un aparcamiento al aire libre probablemente utilizado únicamente por los residentes del conjunto de edificios.
Se podría pensar que a muchísimos kilómetros de allí, en el poblado madrileño de Caño Roto, una escena similar era posible. En una imagen que bien podría pasar uno de los playgrounds de Aldo van Eyck en Amsterdam, un buen grupo de niños disfrutaba con los juegos de madera que el escultor Ángel Ferrant1, maestro y amigo de arquitectos de la época como Antonio Vázquez de Castro, autor de las dos fases de más de mil seiscientas viviendas del poblado dirigido de Caño Roto junto a José Luís Íñiguez de Onzoño.
No hay rastro del conocido autor al que se le atribuyen muchas de las fotografías que el número 54 de Hogar y Arquitectura de septiembre-octubre de 1964, un año después del fin de las obras, publicó en un amplio reportaje que el GIVCO (Grupo de Investigación Vivienda Colectivo DPA ETSAM UPM) adjunta con el resto del cuaderno CVI002 sobre el Poblado Dirigido de Caño Roto (Fases I y II). Animados por otras poderosas razones que nos muestra Andrés Perea, le preguntamos al propio Antonio Vázquez de Castro sobre estas fotos y nos cuenta que la mayoría son del fotógrafo Joaquín del Palacio (conocido como Kindel) y otras son suya, concretamente las de su casa.
Repasar las fotografías de la época y comentarlas con su autor es toda una experiencia que agradecemos y queremos compartir. Antonio Vázquez de Castro nos cuenta cómo habitó una de las viviendas durante las obras, más por pura responsabilidad que por necesidad, hasta que la cedió a un delineante suyo que la necesitaba más que él. Antonio Vázquez de Castro era el único dueño de un automóvil que utilizaba para llevar a los primeros habitantes del poblado a la casa de socorro o donde fuera y durante el proceso de construcción, un estado inacabado e inseguro de las viviendas ya era mucho mejor que las chabolas y los futuros moradores se empeñaban en mudarse aún a costa de poner en peligro su seguridad y la de su mucha prole.
Sobre los juegos de madera de Ángel Ferrant, Antonio Vázquez de Castro precisa que
“no estaban a la altura del grado de civismo porque no se podían dejar allí sino que había que guardarlos por la noche porque si no se los llevaban”.
En esto, por desgracia, no hemos cambiado demasiado. Más curioso aún es el relato de los económicos muebles de tubo de acero (que recuerdan a los primeros de Marcel Breuer) que el propio Vázquez de Castro diseñó y que, confiesa, tuvieron muy poco éxito entre los habitantes del poblado que preferían endeudarse por mucho más de lo que les iba a costar su vivienda con tal de tener unos muebles que representaran algo que pensaban que la vivienda no les daba; quizá un cierto estatus o la dignidad que una vivienda social no tenía. Aquí sí hemos cambiado y puede que ahora los muebles del arquitecto hubieran tenido mucho más éxito ya que Ikea ha cambiado nuestra forma de amueblar nuestras vidas.
Lo que no ha cambiado, como vemos, es la percepción que los arquitectos y la sociedad tienen sobre una misma cosa. Emilio Tuñón recuerda lo que él llama el naufragio de una ilusión, al mirar las fotografías (esta vez probablemente del propio arquitecto, no de Kindel) de los interiores limpios y modernos de Caño Roto, y cita a Luis Fernández Galiano en su quimera moderna:
“Fue hermoso mientras duró. La experiencia de los poblados dirigidos de Madrid, tan breve como intensa, representa un momento estelar de la arquitectura española de los 50. En la construcción de aquellos barrios populares, fervorosamente modernos, trabajaron un puñado de jóvenes arquitectos entre los que estaba la mayor parte de los que clasificamos como maestros. El brillo fugaz de aquella concentración de talento se apagó al entrar en contacto con la atmósfera densa de la España de entonces, sin dar apenas tiempo a formular deseos o expresar esperanzas. La quimera moderna naufragó bajo el peso de aquellos tiempos de plomo…”.
No hemos vivido esa época, sin duda mucho más difícil y sombría que la de ahora, más fácil y cómoda aunque quizá más desesperanzada, pero sí encontramos que esas fotografías son, a pesar de
“lo fingido del cuadro”
que escribe Andrés Cánovas en el CVI002 antes referido a propósito de la imagen anterior, mucho más creíbles y que ahora, si viéramos a esos niños o a otros, siempre pensaríamos que son atrezzo fingido y triste decoración para una ciudad que hace tiempo que perdió la inocencia o la ha confinado tras vallas que delimitan un conjunto de tobogán, balancín y columpio donde una fila de niños hace cola.
bRijUNi architects (Beatriz Villanueva y Francisco Javier Casas Cobo).
Riyadh (Arabia Saudí), abril 2011
Notas:
1. Según Antonio Vázquez de Castro, Ángel Ferrant se interesó por la experiencia de los poblados dirigidos y quiso “hacer generosamente una aportación, cobrando lo que me cobren el carpintero y el cerrajero” y diseño los juegos de madera de las imágenes.