
Habitar los contornos es detenerse sobre los ángulos y aristas y de nuestros pasos y en esa búsqueda por descifrar “el lugar” comenzamos por desconfigurar todos los límites de lo cotidiano, de mesurar nuestro andar lento y pausado; de saber y presentir lo que aún no ha aparecido ante nuestros ojos.
Habitar los contornos es reunir los limites visuales de ese espacio creado por el vacío generado entre la existencia y nuestros sueños como “transeúnte”, como habitante; es sentirse y saberse útil del tiempo, es ser herramienta de esa construcción temporal de lo que vamos siendo en cada paso que damos por ese descubrimiento. Y sobre todo en cada vez que el espacio nos descubre y nos usa como justificación de su contorno y figura; es ir lográndose ser un mediador entre el paso que das y el tiempo que se ha forjado en ese siguiente paso.
Habitar los contornos es una manera de observar, es una manera de detenerse, es retirarle- “en cada vez que miramos”- el espesor a los límites que separan nuestros actos de las vivencias creadas, y que en nuestro afán por conservarlas terminamos por diluirnos entre umbrales y zaguanes: los mismos aquellos que al sentir nuestro tímido asomo intenta devorarnos hasta terminar por acogernos en ese patio soleado y empedrado, llevándose consigo todas nuestras intenciones.
