Re-habitar es volver habitar; siempre, nunca es nuevo. La vida nos guarda un espacio, la huella que dejamos al irnos, al irse, al desocupar, al vaciar, al ausentarnos, al respirar, al andar, al pisar.
Habitar es siempre rehabitar, es trasladar nuestras creencias, costumbres, miedos, anhelos, -aunque el aire de la habitación sea a veces el único testigo- a los lugares a donde vamos. Es hacer visible la forma como nos llevamos los lugares, como los transportamos a nuestro albedrío, como dejamos que el espacio y tiempo se fosilicen por un instante en nuestro siguiente paso.
El cuerpo acusa, pauta la vida, nos enseña, nos muestra los lugares que el habitó, que dejaron de ser algo para ser otra cosa. El tiempo evidencia y desaparece cualquier intento por perennizar nuestro habitar, la vida es continua y el espacio nos relata paso a paso como habitamos.
Habitar es siempre re-habitar, es ser parte de todo y de algo a la vez, es dejar que nuestra piel de cuenta del lugar que ocupamos.