
En las laderas de un monte cercano a la localidad de Arruitz, en el norte de Navarra, campan a su aire decenas de cerdos. Una imagen como de postal turística, pero en movimiento y sin filtros. Son ejemplares de una raza autóctona, conocida como Euskal Txerri, que estuvo al borde de la extinción entre los años 70-90, y que gracias al empeño y el trabajo de personas como Amaia y José Ignacio se ha logrado recuperar y revalorizar.

La aventura comenzó a finales de los años 90. José Ignacio, Joxi para los amigos, adquiere dos hembras y un macho de Euskal Txerri o Pío Negro con el fin de preservar la raza y emprender un proyecto gastronómico sostenible, que abarca desde la genética y cría hasta la transformación, comercialización y degustación de los productos derivados de este cerdo.

Así es como nace Maskarada, cuyo buque insignia es una tienda-restaurante situada en Lekunberri (Navarra) que ya ha sido reconocida por numerosas guías gastronómicas, y que recientemente ha obtenido el distintivo Estrella Verde de la Guía Michelín por su apuesta por el producto local y de cercanía.

El nombre del negocio proviene de un cuadro que presidió, durante años, el antiguo establecimiento hostelero de la familia, y que hoy ocupa un lugar destacado en la pared principal del restaurante. La obra, del pintor Emilio Sánchez Cayuela “Gutxi”, representa una celebración tradicional denominada Maskarada Suletina, en la que entran en juego una combinación de danza, canto y teatro, con personajes típicos del carnaval de Zuberoa (País Vasco francés).

Los motivos geométricos y los colores que adornan los trajes y vestimentas de esa tradición han sido el punto de partida para crear el universo gráfico de la marca. Un ejercicio de diseño que esquematiza y abstrae esos motivos de origen, y que se adapta a numerosos y variados soportes manteniendo siempre un juego de líneas simétrico y armónico.

La aplicación de marca más reciente, y de mayor envergadura, ha sido la intervención arquitectónica en la sede de Maskarada. Un ejercicio que se circunscribe a las fachadas del inmueble que alberga tanto la elaboración de los productos derivados del cerdo como la actividad de restauración. El edificio existente consistía en una nave ubicada en un polígono industrial, con una imagen genérica que carecía de vinculación con el lenguaje gráfico de la marca.
Con esta actuación se dota al conjunto de una apariencia coherente con el resto de la propuesta. Técnicamente se ha resuelto mediante una fachada de aluminio microperforado, que ofrece un lienzo homogéneo al mismo tiempo que permite el paso de la luz a través de las ventanas existentes tras dicho lienzo. Unos perfiles de aluminio en color trazan líneas inspiradas en las faldas del zaldiko -que es uno de los personajes representados en el cuadro de Sánchez Cayuela-, conformando una fachada al estilo de un traje folklórico, como un elemento textil más.

El acceso al restaurante se significa mediante un cuerpo revestido al interior, en madera, flanqueado por una serie de troncos de roble local, que llevaba años a la espera en una serrería próxima, y cuyo conjunto contrastan con la abstracción geométrica de la fachada.

Maskarada sigue trabajando para mantener al día su imagen de marca, ya sea en el packaging de cada uno de sus productos, en el rótulo del local, en un simple delantal o en los lineales de los supermercados. Un proceso de renovación constante que no se pelea con la pureza de su origen.

Como dice una de las canciones tradicionales suletinas:
Soy la de siempre
No he cambiado
Te tomé una vez en el corazón
para quererte.
Obra: Maskarada
Autor: MID estudio
Diseño: Franziska estudio
Construcción: Construcciones Lansalot / Decohogar
Fotografía Branding: Lourdes Cabrera
Fotografía de arquitectura: María Azkarate
+ midestudio.com
+ franziska.es




























