Habitar desde fuera es ser ese habitante que no somos, es – desde la calle- simular una vida al interior; es ser personaje de una ciudad que en su ensueño habita todos los lugares que ve e imagina.
Es ser habitante, ese que intenta ser habitante sin pretender serlo, es quien imagina un mundo interior, que por destino no se le es dado, pero que sin embargo ya habita…, en mentes, ese que vive porque quien lo ve, reclama que exista, hasta verse reflejado en todo aquello que aún no es.
Nos arrojamos con valentía en ese ensueño que ya es nuestro, queremos habitar-nos, queremos ser nuestros. Que nuestro yo externo describa ese instante de como habitamos, como reconoce ese “ser nosotros”, y así habitar nuestro ser interior, reconocernos, tomar el hábitat de lo cotidiano para luego revelarnos (devolvernos) a ese exterior, y de esa manera volvemos a ser observados por otro espectador, como inicialmente lo fuimos nosotros; actores de nuestra propia obra y espectadores de ese mundo que ya no es más ajeno, y que es completamente nuestro, incluso en el que ya hemos colocado objetos sobre la mesa de noche para nuestras nocturnas ensoñaciones.