Siempre hay algo del drama que nos rodea en los hoteles, y más aún en los moteles. Ahuecar la almohada que otro ahuecó ayer; o pisar con pies descalzos y desprevenidos la ducha que antes ha sido pisada. Tal vez, hacer una llamada con un teléfono desde el que alguien llamó furtivamente a su amante, o desde el que cerró un negocio poco lícito la noche anterior. Los hoteles, y más aún los moteles, son un extraño archivo de sucesos que desearíamos conservar en la zona umbría.
En ese sentido, los hoteles -qué decir de los moteles-, representan lo opuesto a la arquitectura doméstica: si ésta surge para crear hogares donde no se conciben los secretos, y donde la vida sólo tiene el tacto tierno de las nubes de algodón, los hoteles aparecen para dar una apariencia de lo que no se es, o de lo que no se tiene, como el trampantojo de una vida decente.
En un hotel uno finge ser alguien respetable ante el recepcionista, y en el momento en que traspasa el umbral de la habitación, vuelve a ser quien era, ya sea un amante clandestino o ya sea un huésped que comercia con secretos ajenos y bienes ilícitos. En el umbral de los hoteles -más aún en el de los moteles-, hay más arquitectura que en todo Vitrubio, porque ese umbral tiene la capacidad de edificar personalidades, de construir coartadas y de demoler vidas.
Es esta una perspectiva que nos ha llegado, sobre todo, de los moteles de carretera que hemos ido viendo en el cine norteamericano. Nadie necesitaría alojarse en un motel si no fuera porque oculta confidencias que no pueden ser desveladas, pensamos guiados por la narrativa cinematográfica. Así, tener un secreto es estar a mitad de camino entre el tormento y la confesión, sin saber muy bien a dónde ir, porque de ninguno se puede volver.
Del mismo modo, de esa situación intermedia entre dos lugares, surge el proyecto que se encarga a Antonio Lamela para construir un motel de carretera, que debía servir como alojamiento para el trayecto Madrid-Andalucía, por la N-IV. Con la misma premeditación que tienen las mentiras y los secretos, se fijó como punto intermedio de esa ruta el kilómetro 193 de la N-IV, en Valdepeñas, y se estableció allí el lugar donde construir un motel de carretera, quebrando la ruta en dos mitades, que se recorrerían a lo largo de dos días, reservando la noche intermedia entre ellos para reposar -y fingir lo que no se es- en ese motel.
Su programa remite de manera irrefutable al modelo de motel difundido por la cultura americana. E incluso el entorno de Valdepeñas, mesetario y yermo, replica minuciosamente el paisaje árido de los desiertos americanos.1
Las fotografías de la época fueron hábilmente tomadas con coches recién salidos de las fábricas de Detroit, aparcados o circulando frente al motel, lo que aumenta el efecto ilusorio y quimérico. Todo ello contribuye a esa idea de trampantojo que hemos dicho que habita en todo hotel. El conjunto constaba de varias fases, de las cuales sólo llegó a ejecutarse la primera.
Así, el proyecto ocupa casi siete hectáreas,2 y se articula a través de un volumen central donde se encuentran la administración y las áreas comunes, complementado con el cuerpo que aloja las habitaciones, que se diseñan con una gran sencillez,3 una piscina de formas quebradas y la zona de aparcamientos. Esta última se compone de estructura metálica en combinación con muros de fábrica, y recubierta con paja de junco, mimetizándose con el entorno de la meseta.
A su vez, el programa total comprendía 3 fases más: una segunda fase, compuesta por más módulos de habitaciones, y una tercera fase al lado opuesto del bloque central. Finalmente, se preveía, al otro lado de la carretera, una cuarta fase, donde los módulos de habitaciones se organizan en torno a una planta circular, con una sola altura y albergando dieciséis habitaciones; a éstas se accede desde el perímetro exterior de dicho círculo, con un vestíbulo que comunica con el dormitorio, y el aseo al fondo, abriendo a un patio central.
El motel habla el lenguaje del Movimiento Moderno, acentuando la proporción horizontal, que se ve reforzada por el diseño de las barandillas y las celosías de las ventanas. Para la definición estética se confía en la propia expresividad de los materiales,
procurando dejarlos en la mayor parte de los casos en su textura natural, tanto los metálicos como los elementos de carpintería o los paramentos de ladrillo. Sólo en algunos casos se cubrirán con una simple piel de pintura.4
E idéntico criterio se sigue en la definición interior, con el mismo espíritu de sencillez y claridad, dejando multitud de paramentos de ladrillo visto, conjugados con la carpintería en madera. El resultado es un conjunto de espacios que podrían hacernos creer que estamos en una de las viviendas de Richard Neutra en Los Ángeles, como si en medio de La Mancha y a finales de la década de los años ’50 se hubieran enlazado unas coordenadas espacio-temporales, y así, creyendo viajar de Madrid a Jerez, uno parase a descansar durante la noche, y se encontrara, de forma taumatúrgica, en Palm Springs. Es la arquitectura de los viajeros fugaces.
La primera fase del motel se construye en 1959, cuando en España hay un manifiesto desacompasamiento cultural respecto de los países occidentales. Pero la arquitectura siempre encuentra la forma de relacionarse con el tiempo, de plegarlo y jugar con él, para adelantarse al propio tiempo de la sociedad en la que surge.
De este modo, ese mismo año se estrena Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock), donde para la vivienda del antagonista -Philip Vandamm- se recurre a una arquitectura vanguardista a base de planos perpendiculares de piedra y ladrillo, en combinación con carpinterías de madera5,6,7 que recuerdan de manera patente a la arquitectura que propone Antonio Lamela en Valdepeñas. Una vez más, el motel queda emparentado con la cultura norteamericana, como un anacronismo en La Mancha de posguerra.
Con todo, el esfuerzo de Antonio Lamela para dotar de carácter netamente cinematográfico al motel El Hidalgo, resultó baldío y se convirtió en un modelo que no llegó a implantarse con éxito en España. Todos desearíamos creer que eso dice algo de nosotros y de la candidez dócil de nuestros secretos.
Desgraciadamente, la causa no es lo doméstico e inofensivo de nuestros secretos, sino el aumento de la velocidad de los automóviles, que en pocos años permitió que la ruta Madrid-Andalucía pudiera realizarse en apenas unas horas, sin necesitar de un lugar donde pasar la noche y poder planear el programa del día siguiente. A menudo, la velocidad derriba barreras y arruina vidas.
Los viajeros siguen pasando por el motel El Hidalgo, pero ya nadie para en él, porque la urgencia es llegar a algún destino, sea cual sea éste. Y en ese camino acelerado, ante la falta de peregrinos, el motel tuvo que cerrar, dejando atrapado dentro de él los secretos de los viajeros que allí pasaban la noche, en el más bello acto poético que pueda darse, porque -ahora sí- todos aquellos secretos permanecerán silenciosos e inmutables, en el punto intermedio exacto entre el tormento y la confesión.
Notas:
1 “Asimismo, es de notar que el paisaje presenta escasos atractivos próximos, siendo tan sólo interesantes los fondos montañosos de mediodía y levante. Con objeto de crear vistas inmediatas se construyen a poniente unas pantallas edificadas y de vegetación, representadas por los cinco bloques de dos alturas que sirven de fondo agradable. En otros puntos se completan estos cerramientos con aparcamientos de coches y plantaciones arbóreas”.
Lamela, Antonio. Informes de la Construcción, Vol. 13, nº 126. Diciembre 1960
2 Costa, Xavier. Motel El Hidalgo. Fundación DOCOMOMO Ibérico (Recuperado el 14 de junio de 2024).
3 “Puesto que el programa planteado se refería específicamente a un “motel de pernoctación” y no a un motel de residencia o estancia, el proyecto se ha orientado a una significación marcadamente dirigida. Ha de pensarse que el cliente que ha de ocupar la habitación, viene en automóvil y pasará tan sólo unas horas de reposo, reanudando después su viaje. En consonancia con esta importante circunstancia se han proyectado las habitaciones, dependencias e incluso el mobiliario.
Por eso, en este caso, no tendría sentido una gran capacidad de armarios -ya que para una noche se utiliza lo preciso-, ni siquiera la creación de un auténtico vestidor independiente, ni tampoco la faceta de convertibilidad en los muebles, ya que estas piezas se utilizan única y exclusivamente como dormitorios.”
Lamela, Antonio. Informes de la Construcción, Vol. 13, nº 126. Diciembre 1960.
4 Ibídem.
5 “Al final, de North by Northwest, presentamos la guarida de James Mason, que es una casa de Frank Lloyd Wright reproducida en maqueta cuando se la ve desde lejos y parcialmente construida cuando Cary Grant se acerca y merodea a su alrededor.”
TRUFFAUT, François. El cine según Hitchcock. Alianza Editorial, Madrid, 1974, p. 241.
6 “Su aspecto exterior es fruto de un trucaje de matte painting, y sus interiores y algunos detalles exteriores fueron construidos en estudio. Lo que no quita que el diseñador de producción, Robert F. Boyle, la ideara en unos bocetos que demuestran su gran comprensión del movimiento moderno. No es difícil, de hecho, percibir la influencia de Frank Lloyd Wright en general y su Casa de la Cascada en particular. Algunas fuentes afirman que Hitchcock, gran admirador de su obra, intentó contratar al propio Wright para que diseñara la Casa Vandamm, pero que sus elevados honorarios lo hicieron inviable. Lo que sí es bien sabido es que el cineasta británico renunció siquiera a intentar localizar una casa real donde filmar. En su mente había una imagen muy clara de cómo debía ser la mansión del villano, y viendo el resultado podemos entender por qué.”
«La casa Vandamm en `Con la muerte en los talones´”. Fundación Arquitectura Contemporánea, 16 enero 2023 (Recuperado el 14 de junio de 2024.)
7 “A finales de los 50 Frank Lloyd Wright era el centro de todas las miradas a nivel internacional. Cada una de sus obras marcaba un nuevo paso para la arquitectura moderna y su estilo era totalmente reconocible para el gran público. Por este motivo contar con sus servicios para la producción de la película fue imposible debido a la tarifa de Mr. Wright. Ni siquiera la Metro fue capaz de pagarlo. Por ese motivo el director decidió que se construiría una casa que se pareciese a la que el arquitecto hubiese diseñado. Y lo consiguieron.”
Mateos, Nina. (01 de noviembre de 2018).»‘Con la muerte en los talones’ de Hitchcock y el secreto de la mansión Vandamm». Revista Architectural Digest. (Recuperado el 14 de junio de 2024)